En Dolores, Hidalgo, Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor, El Padre de la Patria, echó raíces por un hecho doloroso: la muerte de su hermano mayor, quien también fue sacerdote.
En ese mismo tiempo, Miguel Hidalgo era párroco en San Felipe Apóstol, en el municipio de San Felipe, y tras este hecho pidió su cambio, el cual se hizo efectivo en noviembre de 1803, dos meses después de la muerte de su hermano José Joaquín Hidalgo.

Las otras causas de Miguel Hidalgo
Durante su estancia en Dolores, que se extendió por más de siete años (1803-1810) hasta que la conspiración fue descubierta, el cura Hidalgo impulsó un proyecto integral de desarrollo local.
Promovió talleres de cerámica, telares de algodón y seda, viñedos y pequeñas industrias, al mismo tiempo que fomentaba la educación mediante escuelas de artes y oficios.
Sus iniciativas no solo beneficiaron a artesanos y mujeres, sino que también fortalecieron la economía de la congregación, posicionando a Dolores, Hidalgo, como un centro de actividad productiva y cultural.
El Padre de la Patria tenía conocimiento de varios idiomas como francés, latín, griego, portugués y purépecha.

Esto le permitió fomentar la alfabetización y el conocimiento de idiomas entre sus colaboradores, extendiéndolo a la población.
Durante estos años, la congregación vivió un proceso de transformación: se crearon espacios de aprendizaje, se fortalecieron actividades productivas y se construyó un sentido de comunidad que resultaría decisivo para la movilización del 15 de septiembre de 1810.
La Independencia no surgió de un único hecho, sino de la suma de reformas borbónicas, presión fiscal, jerarquías raciales y la crisis internacional de la monarquía española tras la invasión napoleónica.

Rumbo al grito de la Independencia
A finales de 1808, con Fernando VII retenido en Bayona, muchos en la Nueva España comenzaron a considerar la posibilidad de autogobierno. Entre ellos se encontraban figuras como Ignacio Allende, José María Morelos y Miguel Hidalgo y Costilla, quien desde su parroquia en Dolores Hidalgo empezó a trazar los primeros pasos de la conspiración.
Rocío Corona Asanza, encargada del Archivo Histórico de Dolores Hidalgo, explica: “Fuimos colonia de España durante tres siglos y, ya para ese período, a inicios del siglo XIX, empezaba a haber cierto descontento en un territorio tan grande como la Nueva España. Las reformas, la presión fiscal y la jerarquía social generaron un caldo de cultivo para el descontento entre criollos, indígenas, mestizos y negros”.
En este escenario, Miguel Hidalgo no solo enseñaba, también escuchaba y organizaba. Su casa se convirtió en un punto de encuentro donde se discutían ideas sobre justicia, igualdad y autonomía.

La casa de Hidalgo sigue intacta
La casa de Hidalgo fue construida en 1779 por el cura José Salvador Fajardo. Ahí vivió entre 1804 y 1810, hasta que recibió la noticia de que la conspiración había sido descubierta. Hoy luce una placa informativa que recuerda este hecho y dice:
“De ella salió el Sr. Hidalgo para iniciar la guerra de Independencia. Al cuidado de la inspección general de Monumentos Artísticos e Históricos”.
Se encuentra en la esquina de las calles Hidalgo y Morelos, en el centro de Dolores Hidalgo, a dos cuadras y media de la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores.
Guarda aún la estructura de la época. Sus patios, balcones y callejones cercanos permiten imaginar la vida de Hidalgo. Allí se delinearon estrategias, se evaluaban riesgos y se tejían redes con criollos, indígenas y mestizos. Cada conversación, cada encuentro, cada lectura compartida fortalecía el proyecto que años después estallaría.
En esta casa fue donde todo comenzó. Según el historiador de la ciudad, José Alamilla Ríos, tras recibir el aviso de que la conspiración había sido descubierta, Miguel Hidalgo reunió a cerca de diez personas en su propia vivienda.
No era una reunión cualquiera: se trataba de los líderes del movimiento, quienes buscaban una decisión inmediata antes de ser detenidos. Fue ahí, entre esas paredes, aún en pie, donde se tomó la determinación que cambiaría la historia del país.

La cárcel hoy es el Museo Bicentenario
El recorrido continúa en la cárcel, hoy Museo Bicentenario, ubicada en plena plaza principal. Para llegar de Casa de Hidalgo a este museo caminaron unos 500 metros, alrededor de cuatro minutos. Originalmente, esa cárcel contaba con ocho celdas, pero actualmente solo cuatro están en buenas condiciones.
Las celdas miden aproximadamente cinco por 15 metros. Por cierto, tanto las celdas como la puerta de madera siguen intactas después de 215 años. Al entrar a ese lugar se percibe la sensación de espacio reducido donde fácilmente cabrían unas 30 personas, y es fácil imaginar la tensión de los prisioneros de la época.
Ahí hay un calabozo que, según el historiador José Alamilla Ríos, era el espacio donde se castigaba a los delincuentes con penas que podían llegar hasta la muerte. Al observar las herramientas de castigo, desde cuchillos y tijeras hasta balas de mosquete de distintos tamaños, no se puede evitar imaginar el sufrimiento de los presos que allí estuvieron.
Cada objeto que se exhibe parece narrar su historia: la tensión, el miedo y el final trágico de quienes vivieron encerrados en esas paredes. La atmósfera del lugar, sombría y silenciosa, reforzaba la sensación de presencia histórica, como si los ecos de los prisioneros aún permanecieran en el aire.
La primera escena pública fue la cárcel del pueblo. Alamilla Ríos indicó que, en esa época, Miguel Hidalgo liberó a los presos, persuadiendo a muchos para que se sumaran a la rebelión. La sensación de paz que se percibe hoy en ese lugar contrasta con la urgencia de ese día histórico.
Después de esa liberación, Miguel Hidalgo se dirigió a la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, ubicada a menos de 100 metros de la cárcel, donde tiró de la cuerda de la campana. En la tradición local, el sonido indicaba emergencia y convocaba a la comunidad.

El repique de la campana: convocatoria al pueblo
Tras escuchar el repique de campana, según Alamilla Ríos, muchos habitantes acudieron confundidos, porque esa fecha coincidía con una celebración de la Virgen, lo que amplificó la asistencia. Miguel Hidalgo arengó al pueblo, hablando de igualdad, justicia y recuperación de tierras y derechos. El entusiasmo desbordó a las personas reunidas en la plaza.
El entusiasmo del pueblo fue inmediato: familias salieron de sus casas y se congregaron frente al templo, hoy uno de los lugares más emblemáticos de Guanajuato, por ser la Cuna de la Independencia.
Muy cerca de la parroquia se encuentra una réplica de la campana que Miguel Hidalgo hizo sonar el 15 de septiembre de 1810. Hay dos versiones: que el Grito fue la tarde del día 15 de septiembre o ya en la madrugada del 16.
“La gente estaba que no cabía de la emoción, júbilo, entusiasmo ante esas palabras que al principio causaron cierta intriga, pero que después interesaron y los ayudó a involucrarse porque es lo que quieren, recuperar el país”, detalló el historiador José Alamilla Ríos.
Rocío Corona, encargada del Archivo Histórico, explicó que esa noche Hidalgo no dijo “Viva México”, porque México como entidad política aún no existía, sino que es muy factible que pronunciara consignas como “Viva Fernando VII” y “Viva la Virgen de Guadalupe”, dentro de un marco en el que se defendía la legitimidad frente a la penetración francesa. Aun así, el efecto fue el mismo: el pueblo se incorporó a la lucha.
RM