Cultura
  • Cimientos para un palacio | Un relato de László Krasznahorkai, Premio Nobel de Literatura 2025

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El escritor y guionista húngaro László Krasznahorkai. (EFE)

Presentamos un relato experimental del Premio Nobel de Literatura 2025. En medio del caos, solo el arte puede ofrecer un momento excepcional.

No tengo nada que ver con su famoso autor, pero durante toda mi vida me han importunado con ello, solo porque nuestros nombres son tan similares y gracias a una o dos coincidencias triviales, siempre es lo mismo, a la gente le fascina descubrir esas llamadas interconexiones, siempre están ideándolas, pero al diablo con ellos, cuando encuentran a alguien cuyo apellido es Melvill sus oídos se aguzan, luego llegan los inoportunos reporteros, seguidos por estudiantes de posgrado de Columbia con sus miradas inquietas, y sí, eso es exactamente lo que pasó, me encontraron, me miraron con intensidad y emoción, aludiendo que no era por eso, pero sí lo era, yo lo sabía, que era debido a mi nombre, solo por eso, aunque se podía escuchar el ruido de un alfiler al caer cuando se enteraron de que yo también vivía en la East 26th Street, y que yo, también —y esto sí es una verdadera coincidencia—, había trabajado por un tiempo en Aduanas, sí, claro, podían alegar que él también había sido agente aduanal, pero y eso qué, ahí trabajé muy poco, demasiado poco como para que sea relevante, yo soy un bibliotecario —y aquí casi dije bibliotecario de nacimiento— que se la pasa acumulando notas sobre su conexión con la Tierra, a lo que ellos replicaban, bueno, eso no importa, Sr. Melvill, no es por nada pero nosotros también tenemos la misma conexión con la Tierra, una frase llena de sarcasmo, sí, que los divertía cada vez que desafortunada y accidentalmente divulgaba algo sobre esta conexión, pero en lo que a mí concernía, podían burlarse todo lo que quisieran, podían reírse hasta la náusea, porque, si bien yo les había dicho una o dos cositas, nunca revelé lo esencial, a saber, que mi relación con la Tierra era radicalmente diferente de la de ellos, pues yo, yo estaba (y yo ESTOY) en conexión permanente con la Tierra, y con esto quiero decir que desde hacía tiempo yo estaba siempre consciente de esta conexión, mientras que ellos, ellos solo hablaban por hablar, sin saber siquiera lo que decían, las palabras flotaban, una vez fuera de su boca, y ellos trataban de atrapar algunas al vuelo, esos reporteros y esos estudiantes soltaban un torrente de banalidades y no se interesaban por nada, ni siquiera por lo que habían sido enviados, o bien pretendían mostrar entusiasmo, ah, he aquí algo que podríamos darle al público, o que podría constituir un tema de estudio para un seminario, pues no, a mí, no me van a entregar a nadie y no seré objeto de ningún estudio, pues yo no me dejo, y nunca me he dejado, distraer, eso es lo que me he dicho, pues, fuera de mi trabajo, yo no vivía, si se me permite decir tal cosa, más que para mis notas, sin pretensión, y sin la menor intención de publicarlas algún día, un bibliotecario tiene derecho a tener una obsesión, ¿o no?, todos los bibliotecarios tienen probablemente un capricho, además de tener que vérselas, como yo, con lo que comúnmente es conocido como “pies planos”, pues casi todos los bibliotecarios tienen este problema, aunque debo señalar que en mi caso no se trata exactamente de “pies planos” sino de un caso de arquitectura ósea anormal de los pies, que es otra cosa, y si tengo la paciencia para tolerarlo después explicaré cuál es mi condición, pues no se trata solo de pies planos, repito, sino de una disminución del arco longitudinal medio, y además un bibliotecario puede tener algunos caprichos también, y en mi caso es inequívoco cómo esto empezó porque una vez que estoy tras una pista no dejo de seguirla, así fue como me lancé tras los pasos de Melville, primero por la razón obvia y de manera superficial, sin llegar muy lejos, solo para conocerlo, pero luego me adentré más para saber quién era él en realidad puesto que ambos compartíamos una cierta proximidad debido a que teníamos el mismo nombre; y luego, mi mujer —que es fanática de las inauguraciones de arte— tras insistir mucho me persuadió de ir con ella al centro de arte contemporáneo MoMa PS1 donde, en medio de una exposición aburrida a más no poder, descubrí un trabajo que no estaba PARA NADA en su lugar, firmado por un tal Lebbeus Woods, un nombre que nunca había escuchado antes, pues la arquitectura, sobre todo la arquitectura de la Ciudad de Nueva York, de Manhattan, nunca ha sido lo mío, todo mundo habla maravillas de la arquitectura de Manhattan, de esos desmesurados y colosales edificios horrendos que se proyectan hacia el cielo, meros monstruos, no edificios, Golems, por Dios, Golems en calles angostas y pequeñas, una locura, en verdad, siempre pensé —y todavía pienso— que Manhattan es una pesadilla que ha cobrado vida, soñada por criaturas maléficas en pleno desenfreno, sí, me refiero a esa pesadilla creada por una fatalidad malévola, el hecho de que todo termine en manos de la gente del sector inmobiliario, el gremio más repugnante en la historia de la basura humana, siempre estuve convencido —y lo sigo estando— que la gente del sector inmobiliario arruina y echa a perder todo lo que toca, todo lo que está a su alcance, y puesto que todo es suyo o será suyo, y puesto que esto es lo que ha estado sucediendo y sigue sucediendo en Manhattan, han estado arruinando el lugar sin parar, y en eso siguen, ¿qué, no hay suficiente terreno?, bueno, entonces por qué no construir verticalmente, podemos comprar el aire, ¿o no lo compramos ya?, genial, hay que seguir, cada vez más alto, es así como ha sucedido, en mi opinión, lo que por supuesto a nadie le importa, pero es así, yo vivo aquí, sin que me guste en lo que se ha convertido Manhattan, sin que me guste en lo que Manhattan se convierte todo el tiempo, no creo que Manhattan sea una “vela solitaria y frágil” como escribió el poeta inglés Ted Hughes, o tal vez fue uno de su amigos poetas de Europa del Este, muchas tonterías como ésta provienen de esos lares, no importa, no puedo recordarlo, el punto es que no me gusta ese tipo de romanticismo cursi, porque eso es lo que es, exactamente el romanticismo grotesco de la vulgaridad de Manhattan, pues Manhattan, seamos, claros, es vulgar, no es una vela frágil, Manhattan es un monstruo palpitante que adora con delirio el dinero, Manhattan es el imperio basto, crudo, agresivo, ostentoso, megalómano, ambicioso, opresivo e hipócrita gobernado por esa temible horda de viciosos especuladores inmobiliarios, es claro que ellos tomaron el control de todo, y lo puedo repetir cien veces, aquí es donde se encuentra el gremio más vicioso del mundo, estoy seguro de ello, aunque no puedo probarlo, bueno, no importa, en cualquier caso, para volver a Lebbeus Woods en esa exposición donde cien o doscientos llamados artistas mostraban sus horrendas tonterías insulsas, todo aventado ahí sin más pues esa exhibición solo podía crear una NULIDAD sagrada, y no solo la NULIDAD de los trabajos que eran pecaminosamente malos, ni siquiera se les podía llamar pinturas, eran simplemente cuadros deprimentes, aburridos de la voluntad de estar, de estar en las tendencias, en MoMa PS1 solo había adeptos torpes de tendencias torpes, que solo deseaban “pertenecer”, poco importa a qué, su ambición se detenía ahí, no veían más allá de su nariz, puesto que incluso aquellos que habrían podido aspirar a algo más entraban en el juego, por miedo a quedar excluidos del grupo, pues ellos también deseaban formar parte, este sentido de pertenencia parecía el único medio para ellos de existir en tanto que artistas, qué horror, ¡la cobardía en toda su ignominia!, era como si solo hubiera un solo hueso que roer y que todos debían mordisquearlo hasta el fin de los tiempos, en esta gran “pertenencia”, y después, de repente, ahí, en el tercer piso, salido de ninguna parte, de esa Gran Nulidad, surgió este tipo, este improbable Lebbeus, Lebbeus, ¡vaya nombre!, es imposible que exista un nombre semejante, salvo tal vez en el Midwest, ahí donde aun se hojea la Biblia y donde significa algo como “hombre de corazón”, si bien recuerdo, pero no estoy seguro, vale la pena buscarlo, y lo haré, pero no ahora, porque lo que cuenta es que ahí estaba en el tercer piso para demostrar lo que es el arte, porque incluso yo sé que el arte no es una cualidad encantadora que se manifiesta en objetos materiales o intelectuales, no, nada de esas patrañas, si me perdonan, el arte no es algo que reside en un objeto, el arte no es una declaración estética, no es un tipo de mensaje, no hay mensaje y en cualquier caso el arte está simplemente relacionado a la belleza, no idéntica a ella, y específicamente el arte no se limita a encantar, no, en su única manera extraordinaria excluye eso, de modo que no es en un libro, una escultura, una pintura, un baile o una obra musical donde tenemos que buscarlo, porque ni siquiera tendríamos que buscarlo, puesto que el arte se comprende de inmediato, si está presente, de modo que cuando hablamos de arte, el encanto no es el asunto, sino el hecho de que la presencia del arte crea, cómo decirlo, una atmósfera excepcional dentro de un espacio dado, y esto puede ser expuesto por un libro, una escultura, una pintura, un baile, incluso una persona, es la única manera en la que puedo definirlo, el arte es una nube que protege del calor abrazante, o un resplandor que hiende el cielo…

Tomado de Petits travaux pour un palais. Éditions Cambourakis, 2024.

Traducción: José Abdón Flores

AQ

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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