Cultura

Seymour Hersh: reportero en peligro de extinción

Libros

En Reportero, su recientemente publicado libro de memorias, el periodista revela cómo desmontó algunas mentiras del gobierno estadunidense.

En la lista de periodistas estadunidenses que han dignificado la profesión, el nombre de Seymour Hersh (Chicago, 1937) destaca por estar asociado a la revelación de verdades importantes e incómodas. Gracias a sus dilatadas y meticulosas investigaciones, todo el mundo se enteró de la masacre de civiles de My Lai (Vietnam), de algunos detalles que se les escaparon a Bernstein y Woodward en el Watergate, de la injerencia de la CIA en Chile, Cuba y Panamá, de los cuestionados métodos de trabajo de Henry Kissinger o de las torturas llevadas a cabo en la cárcel de Abu Ghraib.

A sus 82 años, Hersh se considera un “superviviente de la época dorada del periodismo” y ha echado la vista atrás para contar en sus memorias (Reportero, Península, 2019) cómo llegó a estructurar todas esas historias de relevancia internacional que lo han llevado a desmontar el relato oficial de acontecimientos trascendentales. Quizá en aras de alcanzar la objetividad, para escribir este libro se ha dedicado a revisar sus archivos y ha preferido hacer a un lado las anécdotas vividas junto a destacados periodistas, editores o funcionarios de alto rango con los que se ha topado a lo largo de su carrera. Por eso en estas páginas no hay rastro de camaraderías, chismes y sentimentalismos, ni tampoco grandes reflexiones sobre la prensa y el poder, pero sí una clase magistral sobre cómo buscar “la verdad”.

Seymour Hersh se crio en el Chicago de los bandidos y la policía corrupta. De atender la tintorería de su padre pasó a trabajar en una licorería, luego hizo una breve escala en la Facultad de Derecho y de ahí saltó a una pequeña agencia de noticias locales, “con un ambiente y personajes muy parecidos a los de la película Primera plana”, en la que sus editores eran racistas y estaban sometidos a las concesiones y a la autocensura del dueño de la agencia. Pero ahí, a pesar de eso, dice que aprendió que “lo más importante no es ser el primero, sino acertar y ser cuidadoso con la información”. Después, ya con el oficio genetizado, lo contrató la agencia AP, que lo trasladó a Washington, la ciudad donde encontró su obsesión: Vietnam.

En la capital federal, el joven reportero se zambulló en el Pentágono y no tardó en saber que “los hombres que dirigían la guerra estaban dispuestos a mentir para ocultar su estrategia perdedora”. Por fortuna, también se dio cuenta de que había militares comprometidos con la Constitución, pero no con sus superiores inmediatos ni con el presidente. Su misión, entonces, era ir al encuentro de esos oficiales, generales y almirantes.

Un día se topó con un militar que le contó lo que sabía sobre el asesinato de civiles en Vietnam. Sólo un oficial de infantería, de 26 años, estaba acusado de haber matado a varias personas en la localidad de My Lai. En espera de ser juzgado, lo tenían escondido en un cuartel de élite del ejército, pero era obvio que no era el único responsable. Poco a poco, Hersh fue recabando más testimonios de soldados que participaron en la masacre, muchos de ellos con ganas de desahogarse (“le volamos la nuca incluso a niños de tres o cuatros años”), y de sus familiares, que ahora los tenían de vuelta con un severo estrés postraumático (“entregué al ejército un buen hijo y me lo convirtieron en un asesino”).

La noticia (y la dimensión de la masacre) tardó en ser de interés general porque, dice, en la mayoría de los medios el patriotismo, la autocensura (“los intereses y la seguridad de la nación por encima del derecho a saber”), campeaban a sus anchas. Al final, sin embargo, su trabajo le valió el Premio Pulitzer de Periodismo Internacional de 1970 y la publicación de un libro con la historia completa.

Hasta ese momento, este hombre que no graba las entrevistas ni guarda los datos de sus fuentes en su computadora, era un periodista freelance que luchaba por colar sus investigaciones en los periódicos y revistas más influyentes de Estados Unidos. Pero el éxito de la revelación de My Lai lo motivó a irse a Nueva York y enseguida se le abrieron las puertas de The New Yorker, donde entregaba sus textos disculpándose por su extensión. Cuando se enteró de ello William Shawn, el mítico director de la revista, decidió darle una lección: “Oh, señor Hersh, los artículos no son nunca ni demasiado largos ni demasiado cortos. O son demasiado interesantes o demasiado aburridos”.

En aquella redacción, llena de estrellas de la crónica, el colaborador se habituó a los verificadores de datos y correctores de estilo que demostraban su profesionalismo sin imponer criterios y argumentando los cambios que se requerían al explicar exhaustivamente los motivos. Las cosas marchaban bien: tenía tiempo para investigar, tiempo para escribir y espacio para publicar, pero The New York Times no tardó en fichar al reportero. Al principio, el periódico le permitió seguir con su obsesión (Vietnam) pero la actualidad (y la astucia de la competencia, The Washington Post) propició que le encomendaran otra misión: el Watergate. Gracias a sus fuentes, bien cultivadas desde hacía unos años, contribuyó con información exclusiva a esclarecer el espionaje político a los demócratas, pero en el ínterin se dio cuenta de otra cosa: “cuando se trataba de temas que afectaban de alguna manera a la presidencia del país, el Times desarrollaba una extraña patología y se resistía a dar a conocer varios detalles o, incluso, pedía permiso a funcionarios de alto rango para publicar lo que la plantilla de reporteros conseguía”.

A base de escarbar en los asuntos y personajes públicos, y de insistirles a sus jefes, en el New York Times Hersh pudo informar sobre las cloacas de la Casa Blanca, el papel de la CIA en el derrocamiento de Salvador Allende en Chile o el espionaje a enemigos y amigos que Henry Kissinger practicaba constantemente. Cuando empezó a investigar a la mafia empresarial que controlaba Nueva York, un asunto que mezclaba política, negocios y crimen, Seymour Hersh se dio cuenta de que “meterse con el poder privado era más difícil que abordar los asuntos gubernamentales”. Como no se sintió apoyado por su periódico, decidió renunciar.

Pasó algunos años escribiendo libros y guiones de documentales y películas. En los años noventa lo llamaron para que trabajara de nuevo en The New Yorker y entonces comenzó a especializarse en Oriente Medio. Después del 11-S y de los ataques de Estados Unidos a Afganistán e Irak, dio a conocer fotografías, testimonios de soldados y un informe interno acerca de las torturas cometidas en la cárcel de Abu Ghraib. Más tarde se empeñó en dar a conocer “otra versión” sobre el asesinato de Osama Bin Laden. Según él, Estados Unidos llegó hasta el líder terrorista gracias a la ayuda del servicio secreto pakistaní, al que luego Obama traicionó. David Remnick, actual director del semanario neoyorkino y “muy cercano a Obama”, se negó a publicar ese reportaje aduciendo un “exceso de fuentes anónimas” y, una vez más, el reportero renunció a la revista. “Los editores se cansan de artículos difíciles y de reporteros difíciles”, dice en su libro. De todas formas, reconoce, las cosas en los medios han cambiado mucho y se siente “una especie en extinción” y ya no es capaz de desenvolverse en “el periodismo caótico y desestructurado de hoy, en el que por falta de tiempo, de dinero o de personal calificado, nos vemos asediados por esas historias de ‘dice que ha dicho que…’, en las que el periodista es poco más que un loro, y yo siempre he creído que la misión de un periódico es buscar la verdad, no sólo informar de las discrepancias sobre ella”.

ÁSS

Google news logo
Síguenos en
Víctor Núñez Jaime
  • Víctor Núñez Jaime
  • Es reportero y escritor. Sus trabajos, en todos los géneros periodísticos, se publican en los principales medios del mundo hispano. Es autor de libros como Los que llegan. Crónicas sobre la migración global (Debate) y ha sido galardonado, entre otros premios, con el Internacional de Periodismo “Mario Vargas Llosa”, el Premio a la “Excelencia Periodística” de la Sociedad Interamericana de Prensa o el “Rey de España” que otorga la Agencia EFE. Escribe en Laberinto desde hace dos décadas.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.
Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto