La palabra monumental suele utilizarse de modo frívolo. Pero si alguien de verdad quiere enfrentarse en el cine a una obra monumental, debe ver Sátántangó.
Dura 7 horas y 19 minutos y nos introduce en un pueblo húngaro que representa la decadencia de un sistema que se desmorona. La gente no sabe si ir o venir. Un personaje vuelve del futuro —del pasado, tal vez—. Es un Quijote a quien persigue la policía.
Viene a colación esta película porque Béla Tarr, el director de esta película grandiosa y grandilocuente, se basó en la novela homónima del escritor que acaba de ganar el Premio Nobel de Literatura: László Krasznahorkai.
Su nombre, como suele pasar, solo resuena en círculos literarios. Sus novelas son oscuras, melancólicas, aspiran al agotamiento del lector. Y es eso lo que lo vuelve fascinante. La Academia Sueca le concedió el galardón “por su obra convincente y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”. Así se anunció. A decir verdad, dicho ambiente apocalíptico no está en la ambientación misma de las obras de Krasznahorkai. Se trata, más bien, de una atmósfera íntima que dificulta entrar en ellas. Él afirma que el arte está haciendo algo contra dos sistemas podridos: socialismo y capitalismo.
Hay lectores para los obstinados, parece decir el Nobel, un hombre que trasciende cualquier pesimismo.
László Krasznahorkai nació en 1954, en Gyula, en el sureste de Hungría. Estudió Derecho y más tarde comenzó a dedicarse a la literatura. Su formación no era dramática y no hay leyendas que hablen de desgarramientos poéticos juveniles. Lo suyo era una lectura fértil, el intento por hacerse de una conciencia histórica lejos de las narrativas oficiales y preocupaciones éticas con respecto al pasado y el futuro de su país. Viajó por China, Japón y Mongolia. En Krasznahorkai se anidó el pensamiento oriental: la contemplación, el paisaje interior que en su inconsciente comenzó a dialogar con la Hungría melancólica de una rapsodia de Liszt. Desde el punto de vista literario, su obra está en la línea centroeuropea que une a Kafka con Thomas Bernhard, que atraviesa el territorio del absurdo (como en Sátántangó, la policía que persigue a un Quijote) pero también el colapso del sentido en los sistemas totalitarios. Así lo reconoce la Academia: “escritor épico de tradición centroeuropea que se extiende de Kafka a Bernhard”.
Quienes lo critican señalan las frases larguísimas que parecen autopistas sin retorno. Sus textos son como invocaciones. Paréntesis en paréntesis; cambios abruptos de tono, de lo épico al paisaje mundano. Entrar en esos párrafos implica adaptarse a la respiración de un autor que uno no sabe si jadea porque está llorando o porque está riendo. Lo difícil de leer un texto como Sátántangó —o verla— no estriba en el ornamento sino en la concentración que exige el paisaje extenso en el que los toros buscan vacas para aparearse o el rostro de una muchacha que mira el cielo. Y todo se complementa. Eso es lo difícil de este autor. Lo enorme y lo pequeño tienen que mirarse con igual curiosidad para encontrar sentido en lo que está narrando.
A diferencia de otros años, me parece que la entrega de este premio ha sido muy bien pensada. Krasznahorkai es un vínculo entre la mirada de Oriente y Occidente. Sabe que bajo el cielo no hay nada banal.
¿Dónde ver Sátántangó?
La cinta de 1994 dirigida por Béla Tarr se encuentra disponible en YouTube.