Cultura

La llaman Diella

Bichos y parientes

Es posible que en el futuro, a los gobiernos no los guíen las ideologías, sino la inteligencia artificial, las redes sociales y los algoritmos.

La llaman Diella, que quiere decir “Sol” en albanés. Era un bot de IA y trabajaba como “burócrata” en el gobierno, desde la plataforma de eAlbania. Su éxito fue tal, que el presidente Edi Rama la acaba de promover al grado de ministra. Diella tiene instaladas las características que, en los humanos, admiramos como grandes virtudes: no se le puede corromper, no descansa, no miente ni se equivoca; su transparencia es siempre visible y verificable durante el proceso mismo con que actúa. Ni siquiera viene al caso hablar de confianza, porque la confianza solamente tiene sentido cuando es posible que no se cumpla.

Albania ha dado un salto inmenso. De un plumazo, se deshizo de buena parte de la corrupción y colabora en la productividad real de los albaneses. Diella ha resuelto más de un millón y medio de trámites y licitaciones públicas y ha ahorrado a los albaneses 1,010 años en horas de trabajo.

No es el único país: Estonia también es digna de una envidia verde: su portal de gobierno funciona magníficamente desde hace ya unos años, y, ahora, Nepal ha quedado en posición de transformar toda su vida pública y política: merced a las redes sociales, eligieron a su Primera Ministra, Sushila Karki, como interina.

Los tres países padecieron y lograron salir accidental y accidentadamente de dictaduras comunistas, pero quedaron sumergidos en una corrupción que ellos consideraban obscena, aunque estaban, los tres, por debajo de los niveles de México.

Ha sido un proceso interesantísimo de la modernidad. Desde que Hobbes intuyó que la “RAZÓN, en este sentido, no es sino cómputo (es decir, suma y sustracción) de las consecuencias de los nombres generales convenidos para la caracterización y significación de nuestros pensamientos” (Leviatán, V, “Of Reason and Science”); John Locke añadió el uso (todavía empírico, no mecánico) de la estadística y la probabilidad, y el siempre admirable Leibniz concluyó que: “La única manera de rectificar nuestros razonamientos es hacerlos tan tangibles como los de los Matemáticos, para que podamos encontrar nuestro error de un vistazo, y cuando haya disputas entre personas, podemos simplemente decir: Calculemos [calculemus!], sin más dilación, a ver quién tiene razón”. (Dissertatio de arte combinatoria, 1666).

Un par de siglos después, y pasados los escarceos del Hombre Máquina (Descartes, Helvecio y La Mettrie) y los terrores morales de los románticos (El Gólem, Frankenstein), cuando no lograban separar la inteligencia y el razonamiento de la necesidad de un cuerpo humano o humanoide, aparece un genio como Charles Babbage, que fue visto como un matemático avezado, pero ingenuo en sentido intelectual: el optimismo desmedido lo llevaba a creer que la generación matemática de tablas de mareas para la navegación, o las proyecciones demográficas serían un paso determinante para reducir errores humanos en la administración pública. Es hora de reconocer que su Máquina Analítica de 1837, operada con vapor, no fue solamente cosa de científico loco: era el futuro.

No es miel sobre hojuelas: es un salto técnico y faltan mil aspectos donde caben perfectamente las capacidades humanas. Es decir: el error y los sesgos, el engaño y la perversión. Por lo pronto, sólo ha sucedido en países pequeños: Estonia tiene 1.35 millones de habitantes; Albania, 2.7, y el posible nuevo miembro de los e-gobiernos, Nepal, con sus casi 30 millones, debe considerarse pequeño para su región. En los países grandes, el problema no es la cantidad mayor de datos. Son minucias para un bot de IA. El conflicto reside en el concepto de Estado Nación, en las divisiones y niveles de gobierno y en el lugar y función de los partidos políticos. Son ideas viejas y costosísimas, cuya función es obtener y conservar el poder, no la libertad, ni la honestidad, ni la justicia. La receta para avanzar en el abatimiento de la corrupción está a la mano, y es infinitamente más barata que la esperanza de contar con clases políticas virtuosas y honestas. Quizá nuestro futuro sea "tecno-político", y los debates sobre algoritmos en vez de ideologías.

De nuevo: problema humano, no técnico. Las recientes adopciones de IA funcionan muy bien y abaten notoriamente los niveles de corrupción. Quién sabe qué pase, pero negarse a sustituir la burocracia humana por la electrónica se ha de deber a la corrupción… Pero qué esperanzas, si acá prefieren sahumar copal y rezar a Quetzalcóatl, mientras desaparecen los órganos de transparencia.

AQ

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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