Todos somos detectives y criminales. Todos vivimos bajo la ley y al margen de ella. La novela policial, como etiqueta, tiene poco tiempo de existencia pero las historias policiales siempre fueron parte de nuestras vidas. Los autores de la Biblia concibieron el inicio de la humanidad como una novela policial. Adán y Eva serán inocentes ante la ley hasta que coman la manzana del árbol del conocimiento del bien y el mal. Entonces se volverán criminales. ¿Cuál es la causa de su perdición? Pues la curiosidad, ese antiguo defecto y gran virtud del género humano. Dios es el supremo detective. Su ventaja es que está en todas partes. Es detective, testigo, policía y juez. La serpiente es la autora intelectual del delito.
Si la historia de Adán y Eva es la primera historia policial, la de Caín y Abel es la primera crónica roja. ¿Por qué tuvieron que odiarse? ¿Es cierto que fue por envidia? Una amiga escritora me dijo alguna vez que sospechaba que había una mujer involucrada en la historia de los dos hermanos.

Antes sabíamos qué ley rompíamos. Hoy, desde Kafka, la ley es también un misterio. Pero la historia policial está en nuestras vidas desde muy niños. Una madre entra al cuarto donde están sus hijos y pregunta: ¿Cuál de ustedes rompió la lámpara? Los dos lo niegan. La pesquisa ha empezado. Unos años después, la esposa de uno de esos niños le preguntará dónde estuvo la noche anterior que llegó tan tarde. Uno puede pensar que por lo general las mujeres representan mejor a los detectives y los hombres a los criminales.
La curiosidad, la búsqueda, están hechas de un gusto por lo prohibido. La razón de fondo es casi religiosa. Todos buscamos la verdad pero la verdad nunca es fácil de aprehender. Está oculta en mallas, capas y disfraces. La palabra detective viene del latín detectus que viene de detegere, es decir quitar la cubierta. De allí viene también la palabra “detectar”. Por eso son nuestros representantes. Los detectives buscan la verdad por nosotros. Pero los criminales apelan a nuestro lado oscuro. Nos identificamos con el Hercules Poirot de Agatha Christie pero también con el Ripley de Patricia Highsmith. Otro detective famoso Sherlock Holmes es un razonador brillante, opiómano, misógino y solitario. Nos da pena y quizá por eso también lo admiramos.
Quizá los grandes detectives de todos los tiempos aparecieron a comienzos del siglo XVI. El Quijote es un justiciero errático. Hamlet busca vengar la muerte de su padre. Las dos historias policiales terminan en un fracaso; más discreto el de Alonso Quijano, más sangriento el de Hamlet. El Quijote y Hamlet han perdido la razón. Han querido que el mundo fuera justo. Han fracasado como tantos que buscan lo mismo.
Antes amábamos a los justicieros. Ahora solo nos queda odiar a los criminales. En la actualidad, hay cada vez más rufianes y cada vez menos detectives. Los que hay no salen elegidos. Se nos acaban los héroes. Solo nos queda leer las novelas y agradecer a los que todavía creen en la justicia.
AQ