Desde Lumpérica (1983) la narradora, poeta y ensayista chilena Diamela Eltit ha confrontado la dictadura, los machismos, el lenguaje; un repertorio al que hoy agrega análisis de las rebeliones juveniles, la inteligencia artificial, la izquierda y derecha, la natalidad y las violencias del narcotráfico.
Eltit (Santiago, 1947) regresó al México de su admirado Juan Rulfo donde fue agregada cultural en los noventa al recuperar Chile la democracia al término de la dictadura y en el que en 2021 recibió los dos reconocimientos más importantes que ofrece el país a escritores del mundo: el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español y el FIL de Literatura en Lenguas Romances.
Vino a leer fragmentos de su narrativa a la 18 edición del Festival Letras en San Luis Potosí, pero trajo en el viaje temas de su más reciente libro de ensayos: Laberintos. Escritos sobre literatura, feminismo y política (Planeta, 2024), que reúne ensayos, discursos públicos, prólogos, conferencias en los que aborda las crisis sociales, políticas y ambientales, la guerra, la migración forzada, la IA o los mercados.
“En relación a las mujeres, el tema más notorio, más radical es que las mujeres no están teniendo los hijos que el mundo necesita. Ahí es donde ha habido una emancipación, que es problemática porque la mujer siempre ha sido vista como reproductora y ahora se le ve como productora, porque precisamente no está produciendo hijos”, sostiene la autora de Vaca sagrada, Impuesto a la carne y Falla humana.
Y compara el auge del narco en México, que no vivió en su gestión diplomática, con el que sufre Chile.
“Tenemos la delincuencia, el miedo, el tema de la seguridad, y eso va a generar discursos muy populistas ante algo que no se va a solucionar si no hay una cuestión más igualitaria social, porque, efectivamente, por la desigualdad, los chicos, en vez de ser médicos o abogados, ahora quieren ser narcos, porque ahí ven oro, los collares, los automóviles de lujo, ven ahí una salida para sus carencias”.
Desde su casa en la capital chilena, habla de que en su país se viene gestando el miedo a la violencia por el narcotráfico transnacional y el miedo machista a las conquistas de las mujeres.
Y ve en las redes sociales máquinas de mensajes que producen muchos fakes que la gente ingenuamente cree. “Y eso no les importa a los dueños de esas redes, les da lo mismo, porque lo que les interesa es tener vigilancia sobre los usuarios, porque cada gente que usa redes muestra sus preferencias de compra, su ubicación social, y así los dueños de las redes pueden manejar a los usuarios”.
¿Usted ve oportunidad de abordar la política desde la literatura?
Hay una política de escritura, más que escritura política. También hay un abordaje sobre el contexto y los textos que circulan en determinadas épocas y en cada época. Lo que me interesa a mí también ahora, porque hay que pensarlo, es cómo los estudiantes, los jóvenes, viven la revolución tecnológica, el cambio de paradigma de la revolución industrial a la tecnológica que está marcando una nueva era. Y ahí está la inteligencia artificial, y hay que pensar que una de sus posibilidades que ya se ha llevado a cabo es la escritura, de novelas o ensayos, mediante IA. También, la tecnología cambia los modos de lectura, ahora mucho más fragmentados, no es lo mismo la lectura y la escritura escolarizada, que las tecnológicas a través del e-mail, el WhatsApp... Vivimos el umbral de un nuevo tiempo que afectará los trabajos, las artes, el cine, especialmente, los guiones, las novelas, ya hay best sellers hechos con IA que ya son reconocidos como tales. Eso nos va a marcar la literatura, que se hace de manera artesanal.
Es un tema que trata en su más reciente libro, Laberintos. Y ahí también analiza las protestas y movilizaciones de jóvenes impulsadas desde las redes sociales.
Este tiempo no puede dejar de pensar la revolución tecnológica que estamos viviendo, todo eso es un cúmulo de nuevas prácticas. Y esas prácticas tienen dueño, ya sabemos que no son muchos los ultramillonarios que manejan distintos dispositivos tecnológicos. Sí me interesa que América Latina lo piense mucho porque, efectivamente, nos atañe, va a modificar la estructura general del trabajo, la estructura estética. En cuanto a Chile, hemos vivido una serie de hechos políticos muy importantes. Todavía tenemos la Constitución de Pinochet, se intentó modificarla, antes de eso tuvimos un estallido muy grande, la revuelta más grande que hubo en Chile porque tomó todo el país de norte a sur, tomó cuestiones que la ciudadanía reclama para su beneficio, aunque también hubo delincuencia.
Todo esto ocurrió antes de la pandemia. ¿Cómo repercutió después de las movilizaciones?
Justo en ese momento vino el covid-19 y el confinamiento, y el estallido también se confinó porque el covid generó miedo, la mayor parte de la población pensamos que íbamos a morir, somos un país pequeño y tuvimos 62 mil muertos. Era aterrador. Se instaló el miedo y esa situación generó grandes trastornos económicos y promovió, tal vez de manera necesaria, las migraciones masivas de otros países, eso cambió la configuración. En Chile tenemos una frontera con Perú y Bolivia muy difícil de controlar porque es muy larga, por tanto tenemos un ingreso muy grande de migrantes, la mayoría venezolanos, hoy hay 800 mil en Chile, eso generó otros problemas: detonó el nacionalismo.
¿Y el narcotráfico?
Y, por otro lado, fortaleció el crimen organizado de estos tiempos, a través del narcotráfico; en los sectores más pobres se intensificó el narcomenudeo, con la llegada de muchos jóvenes que ingresaron desafortunadamente al sicariato, hubo muchos muertos. Entró en Chile una violencia que no conocíamos. Eso se replica en otros países, piense en Ecuador, Perú. En México hay mucho narcotráfico, entonces ese eje hay que pensarlo bien, qué pasa con eso, cómo el narco puede invadir toda la zona. Ya sabemos que corrompe, que está la muerte joven con el narco, que hay grandes luchas entre las bandas de narcotraficantes y matanzas muy numerosas. La pregunta es: ¿por qué no existe una forma de controlar eso? Efectivamente hasta ahora no existe. Imagino que se han empezado legislaciones con el fin de integrar estas sustancias y romper esta prohibición, pero eso es algo que aparentemente hasta ahora no es solucionable y va in crescendo.
¿Cómo ha repercutido eso en las políticas nacionales?
Tenemos la delincuencia, el miedo, el tema de la seguridad, y eso va a generar discursos muy populistas ante algo que no se va a solucionar si no hay una cuestión más igualitaria social, porque, efectivamente, por la desigualdad, los chicos en vez de ser médicos o abogados, ahora quieren ser narcos, porque ahí ven oro, los collares, los automóviles de lujo, ven ahí una salida para sus carencias. Pero tal vez lo más importante es cómo el mercado produce deseos; es decir, efectivamente hay una segmentación, hay productos para gente que tiene mucho dinero, el mercado está segmentado: en Chile hay supermercados en los barrios de más altos ingresos con determinados productos, que son diferentes en los barrios de menos ingresos. Pero lo que nunca podrá segmentarse es el deseo. Esa invasión del mercado es muy problemática para los sectores popular. De eso traté de hablar en Laberintos.
El 16 de noviembre tuvieron elecciones en Chile. ¿Cómo influyó este contexto de violencia?
Estaba relativamente claro lo que podía pasar, que la unión política de estos últimos años de la centroizquierda iba a pasar a segunda vuelta y que la derecha, que se había fragmentado con un gran margen hacia la ultraderecha, iba a tener una cantidad considerable de votos para el parlamento, no solo para la presidencial. Y es muy posible, tal vez completamente posible, que esa ultraderecha sea la que gobierne [la segunda vuelta de la elección presidencial será el 14 de diciembre]. ¿En qué se basa esa ultraderecha? En contener la migración y en, por supuesto, atacar la inseguridad por el narco y la delincuencia común. Cuestiones muy difíciles de conseguir, porque tenemos cárceles sobrepobladas, para que se vayan presos. Por otro lado, nuestra frontera es muy larga y es difícil controlarla, por lo que (la ultraderecha) sigue la política de Donald Trump: la cacería de migrantes, incluso hay un candidato que plantea poner a los migrantes en barcos y hay también quien apoya lo que hace Trump de hacer estallar barcos en el Caribe y el Pacífico para matar a sus tripulantes.
¿Qué pasa con las fuerzas de seguridad?
Hay un elogio extremadamente alto a la policía en estas circunstancias. Tenemos a los carabineros, que son quienes llevan el orden público; por supuesto, son necesarios, sirven mucho a la ciudadanía, pero también hay corrupción. Ellos (la ultraderecha) santifican a la policía, lo cual no es correcto, porque el narcotráfico corrompe. (La ultraderecha) pone un escenario un poco irreal. Y la ciudadanía votó por eso, porque el miedo se ha duplicado. A partir del covid, ¿qué fue lo que se extendió? El miedo. Miedo a que te asalten, a perder tus pertenencias, a que te maten en la calle. Se requiere una política primero de igualdad para detener esta delincuencia joven y ver qué se hace con este crimen organizado, que ya es transfronterizo y que usa celulares no detectables y tiene metodología, además, en Chile no se ha permitido abrir las cuentas bancarias, donde el narco lava dinero. Estamos bien complicados. Y ese populismo de la ultraderecha se ubica en esa zona muy conflictiva. Y no hay una salida real si no se establecen nuevos pactos sociales y tal vez la legalización de muchísimas drogas.
En Sudamérica países como Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina se han volcado hacia la derecha y la ultraderecha, incluso en Centroamérica con Nayib Bukele. ¿Falló la izquierda o es la consecuencia de esta violencia?
Desafortunadamente, cierta izquierda, pienso en las izquierdas democráticas —que no me lo parecen Nicolás Maduro en Venezuela ni por supuesto Daniel Ortega en Nicaragua—, sí creo que se elitizaron, tuvieron una elitización y por tanto no trabajaron los sectores populares. Por otro lado, efectivamente sí ha habido ciertos avances que han beneficiado a las mujeres. Y recuerde usted que hay un machismo popular muy poderoso. En Chile se sacó una ley que obliga a los deudores de familia a pagar la parte que les corresponde para mantener a sus hijos, y eso provoca ira en los sectores populares que están acostumbrados a no asumir esa responsabilidad, porque la mujer, en general, se encarga de eso. Y ese machismo popular también es muy violento y quiere terminar, y quizás con la mayor violencia posible con la migración. Pero eso podría haber sido menos elocuente si la izquierda hubiera tenido mucho más trabajo político, formativo y social en los sectores populares.
En México hay sectores de la oposición de ultraderecha que admiran a Nayib Bukele y atacan al gobierno mexicano por no recurrir a la mano dura contra el crimen organizado.
Bukele, al cual la ultraderecha pone como ejemplo, mete presa a gente que no tiene que ver con los delitos que se le imputan; después, está recibiendo dinero de Trump por mantener migrantes en El Salvador, que no necesariamente cometieron delitos en Estados Unidos. Además, Bukele nunca ha dejado de dialogar con los maras. Un especialista vino a Chile y dijo algo que me pareció interesante: que el caso chileno es muy difícil porque los grupos narcos son muy pequeños, que es mucho más fácil manejarse con grandes grupos del narco que con los pequeños y dispersos, porque una de las razones por las que se desencadenan estas grandes olas de violencia es por territorio, cuando abusan del territorio del otro. Yo viví en México en los noventa y no pasaba eso en absoluto. No quiero decir que no existía el narco, sino que eso estaba controlado. Pienso que los mismos sectores populares pactan con estas bandas para evitar el menor daño posible, no es lo que corresponde, pero eso aparentemente es un modo de controlar lo que está pasando. Eso corresponde a los gobiernos. Y la única vía real es un horizonte de legalización de las drogas, si no se legalizan va a seguir la corrupción y la matanza.
Este 2025 se cumplen 80 años de que Gabriela Mistral ganara el Premio Nobel de Literatura 1945, la única escritora en español, la única mujer, la única sudamericana. ¿Qué piensa de los premios en términos de género? Este año Diamela Eltit, Gioconda Belli y Ana Blandiana estaban entre las candidatas a ganar el Nobel de Literatura, otra coincidencia más entre ustedes. Usted y Belli ganaron el Carlos Fuentes, pero poquísimas mujeres han ganado el Cervantes, por ejemplo.
Mistral es un caso muy excepcional. Ya es realmente excepcional que nunca fue al colegio. Nació en un pueblo muy lejano y de muy difícil acceso, y fue escolarizada por su hermana. Trabajó como asistente de profesoras que enseñaban a leer y escribir y ahí tuvo un título después de varios años en lugares remotos. Ganó un premio de poesía bien importante en Chile y le dieron el título por gracia de profesor, como si hubiera estado en la universidad, pero en realidad no estuvo ni en primaria, ni en secundaria, ni en universitaria. El gran ministro mexicano de Educación (José Vasconcelos) la llevó a México a alfabetizar, enseñó en la Universidad de Columbia y ganó el Nobel en el 45 cuando terminan las guerras mundiales, hay que pensar también que se dio ahí una gran oportunidad, porque estaban saliendo de una guerra donde todo estaba herido simbólica y materialmente. A mí me parece bien que se siga honrando a Mistral. Con el gobierno de Michelle Bachelet se compró un archivo y ahí apareció claramente que ella era lesbiana, siempre había sido ligada a un amor imposible por un hombre, aunque todos los que estudiamos literatura sabíamos que era lesbiana y eso no fracturó su lugar. Pero recuerde que Pablo Neruda, otro gran poeta, tiene Nobel, aquí, paradójicamente, tenemos dos poetas con Nobel.
Preguntaba más bien por la relación entre los premios literarios y el género.
Hay premios muy consolidados como el Nobel, el Carlos Fuentes, el FIL, son premios finos que están muy bien pensados. Para mí es un honor haber ganado estos dos últimos. Por supuesto, las mujeres siempre han establecido un espacio literario. Que Mistral haya sido la primera Nobel de Latinoamérica, afortunadamente chilena, ha sido importante en especial para los jóvenes. Pero, desgraciadamente se habla de literatura de mujeres y de literatura; primero, es una cuestión binaria, y, segundo, si hay literatura de mujeres y literatura, ¿quién sería el gran representante de la literatura que no necesita mayor descripción? Pensando en un horizonte de sentido en el futuro, hay que desbiologizar la literatura y pensarla solo de acuerdo con su poética, sus estéticas y políticas literarias. No es que las mujeres estén ganando premios, se ganan sus premios, que es otra cosa, se los ganaron. Pero eso no quiere decir que lo literario esté democratizado, eso no es así. Hay grandes reversiones.
Hay poderes, las grandes editoriales podríamos decir que escriben los libros, porque ponen sobre el tapete los que se deberían leer. Es un tema complejo. Hay muchos congresos de “literatura de mujeres”, participé en el primero en Chile hace 38 años. Pero a lo que nunca he asistido es a un “congreso de literatura de hombres”. ¿Usted ha ido? No hay congresos de literatura de hombres porque no es necesario. Hay que democratizar, desbiologizar la literatura, que en definitiva es un espacio que se autonomiza de los autores, la escritura se independiza de sus autores y autoras. El mismo término “poeta” tiene una terminación femenina, pero por mucho tiempo fue cambiado y para las mujeres se inventó una palabra: “poetisa”. Hay que pensar por qué él y la poeta no cabían en ese sustantivo.
En toda su obra está el feminismo. ¿Cómo ha cambiado su concepto del feminismo desde Lumpérica hasta ahora que vuelve a abordarlo en Laberintos?
Hay muchos feminismos y hay feminismos de pronto que se enfrentan a otros. A mí me parece muy bien que haya discusiones, entendiendo que es un campo diverso. Pero hoy lo más notorio que está pasando, lo totalmente nuevo, es el tema que la reproducción. Las mujeres no están teniendo los hijos que el mundo necesita. Recuerde que ahora los hijos son vistos como productores de bienes. Chile es el país con la natalidad más baja de Latinoamérica. Ahí es donde ha habido una emancipación de las mujeres, que es problemática porque la mujer siempre se ha visto como reproductora, pero ahora se ve como productora, porque precisamente no está produciendo hijos. En relación a las mujeres, eso es lo más radical: que las mujeres no están teniendo los hijos que el mundo necesita. Y eso hay que pensarlo. Ahora, esto puede revertirse, porque nada es para siempre. Puedes tener veinte hijos más adelante. El candidato que podría ganar en Chile (Kast) ofrece más de mil dólares por niño y creo que Trump 5 mil.
AQ / MCB