A veces nuestro despertar está poblado de sueños; sus personajes y ambientes tardan en abandonar la mente y se mezclan con lo real. Por breves momentos vivimos en un enigmático territorio de entresueño que no carece de encanto, pero la conciencia y los deberes se apresuran a borrarlo. En el día, sin darnos cuenta, cargamos esa desilusión.
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Pareciera que despertar es la primera decisión importante que tomamos en el día; de ella se desprende todo lo demás. Quizá el único privilegio sería poder tomarla todos los días en un sentido u otro; lo demás entra en la jurisdicción ajena y burocrática del reloj despertador.
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Cada época y cada edad tienen sus maneras de despertar; los niños y los jóvenes odian hacerlo por el carácter obligatorio de la escuela y el trabajo. Conforme nos hacemos viejos, agradecemos ese despertar cada día, pero también se va tiñendo de desconfianza.
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Hay angustias y preocupaciones que no dejan dormir; otras nos persiguen de manera tan sorda que sentimos que no hemos despertado aún.
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Siempre habrá quien no quiera despertar y quien tema no hacerlo.
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Es la nuestra una época de sonámbulos; nos entregamos a fuerzas que desconocemos como si estuviéramos dormidos y no escuchamos a quienes tratan de sacudirnos para despertarnos.
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Unos despiertan con ilusiones; los más, con desilusiones.
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Cuando despertamos, los sueños que hayamos tenido convierten a quien duerme a nuestro lado en cómplice o enemigo.
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El mejor despertar es el de los domingos.
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Esperamos que nuestro despertar corresponda al lugar y al momento de la vida en el que cerramos los ojos por la noche; cualquier pequeño cambio da pie a la angustia y a un sinfín de historias. Muchos personajes de ficción despiertan en un lugar desconocido y es tarea del lector o del espectador averiguar qué sucedió. En la realidad, es célebre el caso de los pacientes de Oliver Sacks que llevaban años dormidos; el brillante neurólogo logró que abrieran los ojos, pero su edad no correspondía ya a la del tiempo que había pasado; la historia que adivinaría el lector sería, en todo caso, lo que soñaron todos aquellos años.
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Por razones misteriosas sólo los faunos gozan del privilegio de los despertares perfectos que se celebran con música.
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Despertar convertido en escarabajo no supone para Gregor Samsa más que una dificultad añadida para realizar sus tareas cotidianas. Así despertamos muchas veces, sólo que no sabemos en qué estamos convertidos.
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Despertamos del sueño pero también de la escritura y de los libros. Los espectadores que aún ven el cine en salas oscuras despiertan cuando termina la película.
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No nos engañemos: el dinosaurio siempre ha estado ahí.
AQ / MCB