Conocí a Briceida Cuevas Cob una calurosa tarde de primavera, hace más de dieciséis años. Lo sé bien porque en un lugar especial de mi biblioteca, conservo Del dobladillo de mi ropa (Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas 2008), la extraordinaria antología de poemas de su autoría que me obsequió antes de despedirnos.
“Para Carlos Martín Briceño, por ser mi amigo y aclararme que no lo confunda con su hermano. Mayo 2009”, reza la dedicatoria.
Quizás ella no lo recuerde, pero en esa ocasión, cuando nos topamos a la entrada del Edificio Central de la Universidad Autónoma de Yucatán, iba acompañada por Cristina Leirana Alcocer y caía una persistente llovizna. Y mientras ellas esperaban con paciencia que amaine, yo caminaba de prisa rumbo al estacionamiento donde se hallaba mi automóvil.
De pronto comenzó a llover con más intensidad y me ofrecí para llevarlas en coche hasta su destino. Entonces Briceida, sin decir media palabra, extrajo de su bolso una sombrilla oscura y, con un gesto suave, liberó sus gajos para que los tres pudiéramos caminar bajo la capota, eludiendo los gruesos goterones que se desprendían del cielo.
Media hora más tarde, quizás en agradecimiento al aventón, Briceida me obsequió su poemario. Y esa misma noche, en la quietud de mi cuarto, decidí hincarle el diente. Al terminar de leerlo, caí en la cuenta de que no eran gratuitos los elogios que la crítica especializada dispensaba al trabajo literario de la escritora campechana. No por nada, Briceida había sido ya invitada a numerosos recitales poéticos internacionales. Su voz había resonado con fuerza en países tan lejanos como Chile, Francia y Estados Unidos. Me encontraba, pues, frente a una poeta maya excepcional, una escritora que abrevaba de las cosas sencillas de su pueblo para crear una poesía nada artificiosa, sublime, capaz de despertar de manera natural las emociones del lector más exigente. Coincidía plenamente con la doctora Valentina Vapnarsky cuando afirmaba en el prólogo del libro que “Briceida renueva la mirada. Sus poemas, generalmente breves y sintéticos, nos despiertan vivas emociones, transforman en un instante el mundo que nos rodea, nos desorientan para mostrarnos las cosas en su más justo valor. Todo se vuelve potencialmente animado, sensible, dotado de intención. Vertiginosamente, la metáfora se hace real”.
Dedicados al pozo, al búho, al papalote, a la casa, al perro, a la luna, al fogón…, barnizados de aparente sencillez, pero nutridos del recuerdo nostálgico de los objetos que habitaron el Tepakán de su infancia, los poemas de Briceida son capaces de despertar el amor por el entorno como pocos. Aquel que se refiere al cántaro, por ejemplo, había nacido de la pertenencia, de la voluntad de homenajear el legado artesanal de sus antepasados.
“Yo desciendo de una familia de alfareros. En mi pueblo, desde que tengo memoria se hacían tinajas, candelabros, incensarios, silbatos y cántaros que luego se vendían en Campeche, Mérida y Calkiní. Hoy ya muy poca gente se dedica a la elaboración de recipientes de barro. Las cubetas de plástico y de latón han venido a sustituir a esos viejos compañeros de trabajo. De aquellos recuerdos, me vino la nostalgia por escribir esas andanzas con el cántaro suspendido a la altura de mi cintura”, comenta la propia Briceida en una entrevista a propósito de El cántaro.
A partir de este acercamiento a su trabajo, quedé seducido por sus letras, por la cadencia de su métrica, pues aun cuando no hablo maya, antes de dirigirme a la traducción, intentaba leerla en esta lengua para gozar de la resonancia de sus palabras. Más de una vez leí y releí junto con mis hijos el poema Máalix pek, dedicado al perro callejero.
Gracias a la calidad de su trabajo, Briceida Cuevas Cob es hoy una referencia en la poesía en lenguas originarias. Y como muchos, me he convertido en uno más de sus admiradores. Fue así como supe que en el 2010 pasó a formar parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte, que en el 2012 resultó elegida como miembro correspondiente en Campeche por la Academia Mexicana de la Lengua y que en el 2023, como reconocimiento a su obra y a su compromiso con la justicia cultural, el INBAL le otorgó la Medalla Bellas Artes en Lenguas Indígenas.
Dice Briceida que para ella escribir en maya es un acto de libertad. Y que su palabra, arraigada en los saberes ancestrales, construye una ruta para que otras mujeres indígenas sean leídas, escuchadas y reconocidas. Más allá de esta declaración cargada de verdades, es menester celebrar que la literatura en lenguas originarias, históricamente silenciada, haya encontrado en la voz de Briceida, terreno fecundo.
Dos poemas de Briceida Cuevas Cob
I
El cántaro
Azota el sol.
Hace sudar mi frente.
Me acaricia la grata frescura del gran pozo.
El cántaro está conmigo,
es mi compañero de andanzas,
me sonríe.
Todo el tiempo ríe, aun teniendo sed.
Agradablemente lo manoseo.
Braceo la soga, serpiente-juguete,
que se enrolla en mis pies.
Con ella sube la cubeta con agua.
Doy de beber agua al cántaro.
Canta levemente mientras bebe.
Su canto es el revolotear de un negro y alegre pájaro kau.
El cántaro ya no tiene sed.
Placenteramente le puse el brazo al cuello,
Lo abracé,
aunque es muy travieso.
Me hace cosquillas con su oreja en mi vientre,
asimismo en mis costillas.II
Máalix pek
Negro,
blanco,
amarillo,
café,
Perro común,
perro extranjero,
tienen un mismo corazón.
Tú
hasta la comida le compras al perro de casta.
Tú
lo sacas inclusive a pasear por la plaza.
Tú
ladeas con el pie al perro común con tu desprecio.
Tú
crees que anda tras de ti por el hueso que no le tiras.
No sabes que este perro
es la muerte que anda tras de tus huesos
AQ