Cultura

‘Amaneció un muerto’: retrato de un presente deshecho

Reseña

En ‘Amaneció un muerto’, la antropóloga Adèle Blazquez traza un retrato de la vida cotidiana en Badiraguato, el municipio sinaloense donde los campesinos están a merced de la ley impuesta por el ejército y el narco.

Cuando conocí a la antropóloga Adèle Blazquez en 2021 y me contó que había terminado un estudio etnográfico sobre el municipio de Badiraguato, Sinaloa, el nombre de esta localidad hizo chispa. “Ah, ¡pero qué valiente eres! De ahí son los narcos y el cártel más poderosos”, le dije. Siguió un interrogatorio del tipo: “¿cómo lograste entrar?”, “¿a qué narcos conociste?”, e incluso, “¿cómo sobreviviste?” Sus respuestas, pacientes y bienhumoradas, como es su persona entera, iban delineando el tamaño de mis prejuicios. Su conocimiento era de primera mano, fruto del trabajo de campo, una experiencia afectiva e intelectual única. El mío estaba basado en la curiosidad por un tema mediático, el tráfico de drogas y la violencia —que abarcan por lo menos la mitad de la conversación pública mexicana—, y provenía de lecturas de prensa, así como de las series y documentales de Netflix (y demás), de mi gusto por los viejos narcocorridos y por comprender qué significaba la llamada “narcocultura”. Es decir, todo aquello que el libro de Blazquez, Amaneció un muerto. Antropología de la vida cotidiana en Badiraguato (Cal y Arena, 2025), desmonta desde el primer capítulo: la imagen de aquel territorio sinaloense se ha elaborado durante décadas de acumulación de canciones, series, novelas, reportajes, mitografías y hasta discursos de políticos locales.

Empieza a desprenderse desde ese capítulo inicial que nuestra idea de los cárteles está falseada por nuestras proyecciones y fantasías corporativas, mitologizada por cielos de héroes y hazañas, sueños de riqueza y poder. En suma, una realidad ajena a lo que el libro describe con lujo de detalles: la depredación que sufren los campesinos amapoleros de Badiraguato, personajes clave, quienes no pueden controlar el precio de su producto, pero sí asumir los costos y riesgos de una mala cosecha (clima, plagas), y, peor aún, de las incursiones nunca azarosas del ejército. Las apariciones de los uniformados son la médula de esta economía ilegal: los cateos y quemas de parcelas, extremada y minuciosamente selectivos, mantienen a raya a los productores, entre otras cosas porque no pueden acumular excedentes e incidir en el precio de venta. En pocas palabras, los campesinos no controlan los medios de producción, pero corren con los riesgos, mientras que los poderosos, las élites del comercio de drogas, manejan a sus anchas, bajo la amenaza latente de la violencia, los medios de transformación y circulación con sus cuantiosas regalías. Amedrentan a los campesinos, su fuerza laboral precaria y sin otra salida productiva, con la ayuda sistemática del ejército, cuyos métodos son la extorsión, el decomiso y la quema de tierras, cuando no la represión violenta.

Todo esto llegó aquella tarde de 2021 con las explicaciones de Adèle Blazquez, y con mayor ímpetu cuando empecé a leer el texto original, del que ya no pude salir. No tenía entonces dudas, ni las tengo ahora al verlo en letra de imprenta, de que era un trabajo que merecía traducirse y darse a conocer. Amaneció un muerto es una lectura sagaz del México contemporáneo, un libro necesario en el cual se vislumbran las últimas consecuencias, a pie de calle y a flor de boca, de las componendas históricas, políticas, militares y de negocios ilícitos que sustentaron el comercio de la goma de opio hasta la llegada del fentanilo.

‘Amaneció un muerto’, libro de Adèle Blazquez. Antropología de la vida cotidiana en Adèle Blazquez.
Portada de ‘Amaneció un muerto’, de Adèle Blazquez. (Cal y Arena)

Ahora bien, es una obra necesaria no solo por el tema sino por su fuerza de atracción. Lo primero que atrapa es la calidad y la profundidad de la inmersión etnográfica. La entrada de los lectores al territorio es paralela a la que vivió la antropóloga, primero como desconocida, después como visitante y al fin como habitante temporal de Badiraguato. Así, nos internamos por las carreteras y terracerías del municipio, en las cuales reina la incertidumbre, sentimiento totalizante, que ganará matices, pero siempre estructural de la experiencia diaria de los pobladores.

Lo segundo que atrapa es el caudal narrativo que, en mi experiencia, acerca esta obra sorprendente y orgullosamente académica a las formas de la novela de no-ficción, el reportaje o la crónica de largo aliento, como Rodolfo Walsh, Truman Capote y Ryszard Kapuściński. A este respecto, hay que señalar que el libro logra su cometido formal, como indica la autora: “el montaje del material etnográfico es un procedimiento narrativo: un lienzo que va tomando forma por medio de calcas sucesivas”. Ese montaje es un trabajo sutil donde el lector encuentra una variedad de invitaciones a recorrerlo. Primero está el trabajo explicativo, diríase de índole histórica, económica y geográfica, gracias al cual entendemos desde la historia de este enclave territorial, cuya actividad original era la minería extractiva, hasta los pormenores de la tenencia de la tierra. En otra parte, están las magníficas notas, en cursivas, del cuaderno etnográfico, que desde la primera persona nos colocan en calles, caseríos, aldeas, ranchos, caminos y, sobre todo, en el mundo interior de las personas, ante el mosaico de sus anhelos, temores, pérdidas. Tenemos después el texto descriptivo que es un acompañamiento del cuaderno etnográfico: nos acerca personajes, situaciones, lugares, con el propósito de hilar la narración. Un ejemplo es el arranque del capítulo 2, “Estar ahí”:

El porte despreocupado de Germán se reconoce a mil leguas de distancia. Tiene unos 45 años, pero aparenta apenas treinta. Deambula por las calles de la cabecera municipal con pantalón y camiseta holgados. Su hermosa cabellera castaña de leves rizos asoma bajo una gorra y cae a la altura de unos pómulos afilados. Con su parafernalia de colegial trepado en la patineta, se distingue de la moda masculina local. No usa, sin embargo, tenis de patineta sino los huaraches de rigor.

Tanto en estos pasajes como en las transcripciones del cuaderno etnográfico, refresca la fluidez de esta prosa suelta, directa, vivaz. Viene por último el texto analítico y ensayístico en el que se entremezcla la teoría con las observaciones del trabajo de campo, la capa más espesa del texto y que finalmente da una comprensión más cabal de la vida cotidiana en un contexto de violencia armada y economía precarizada, ilegal. Así entendemos cómo se teje una “geografía del rumor” —término de Claudio Lomnitz en el prólogo— de peligros variables; por qué confiar en alguien es irrenunciable pero también descoloca y vuelve vulnerable; qué implica para una mujer aceptar un baile con un varón en una fiesta; por qué se desata súbitamente el llanto de un grupo de niños cuando se cruzan con una columna de soldados en un sendero de la sierra. Son algunos ejemplos de entre una cantidad inmensa de historias, voces, situaciones y matices.

El acercamiento a estas personas, a sus vivencias y dichos, convierte el relato en una experiencia entrañable y difícil de olvidar. Hay en este proceso el despliegue de un lenguaje local del que nos vamos apropiando hasta saber qué significan, cuándo y por qué se mencionan: las gavillas, los pesados y los cercos; si hay control o no; si está limpio o está tranquilo; si a una mujer se la robaron; y, finalmente, cuáles son las implicaciones inmediatas de declarar, así, en un lance tan genérica y cautelosamente impersonal, casi climatológico, que “amaneció un muerto”. El montaje del texto, en sus distintas capas, consigue que el lector se familiarice con los dichos y hechos de los habitantes de la cabecera municipal y de las rancherías de Badiraguato, en una porción de la década de 2010. Al concluir el libro no podemos más que quedar conmovidos ante las historias de Teófilo, Tamara, Lamberto, Doña Irina, Adriana... Son la otra cara, la más vulnerable y ahora la menos quimérica, del grotesco relato mediático del narco. Ojalá fueran el rostro principal, el más atendido, de este presente deshecho.

AQ / MCB

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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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