Elena Garro y Adolfo Bioy Casares se conocieron en París, en 1949. Ella estaba casada con Octavio Paz y tenía 29 años, él con Silvina Ocampo y había cumplido 35 años. Lo que inició como una relación de amistad e intercambio intelectual (Garro y Paz fueron determinantes para que La invención de Morel se tradujera al francés) se transformó en un apasionado romance que llegó a su fin en 1969. Después de los primeros acercamientos, Garro y Bioy volvieron a verse en 1951 y en 1956 en Nueva York. La distancia, las pocas oportunidades de encuentro, sirvieron de combustible a un abundante intercambio epistolar.
La carta que presentamos forma parte del libro Cartas y poemas de amor entre Bioy y Elena. Adolfo Bioy Casares en el archivo de Elena Garro (BUAP-Ediciones del Lirio, 2025), con prólogo de José María Espinasa. Es una de entre las 36 que se reúnen —escritas en 1951, veinte de ellas entre agosto y octubre, y enviadas a Victor Hugo 1999, el domicilio de los Paz en París—, y da cuenta no solo de la pasión amorosa sino de los proyectos literarios y cinematográficos a los que Bioy dedicaba una buena parte de sus energías.
El lector tiene ante sus ojos las palabras de Adolfo Bioy Casares. Desconocemos el destino de las cartas enviadas por Elena Garro.
Buenos Aires, 2 de septiembre, de 1951
Helena adorada:
Ayer, porque habíamos hablado, porque me había llegado tu voz tan querida, quedé enriquecido, como habitado de una animación y de una luz de felicidad: no sé hasta dónde podré prolongar ese eco en los desiertos que me esperan. Sé que vivir sin ti es la soledad, que las otras personas son la soledad. No tengo otro propósito que cumplir todo lo que te he prometido; otra esperanza, que volver muy pronto. En tu descreimiento te sorprenderé: buena o mala sorpresa, mi llegada ha de ocurrir bastante pronto. Hasta ese momento esperado, el problema mío será aguantarme; sobrellevar esta angustia de no estar contigo, de estar con otras personas. Intentaré escribir (y ansío pensar en) mi novela y mis piezas de teatro. A Borges lo traté ya con “Juan Charrasqueado”, “Mi general Quevedo” y soy el abanderado; con México es una ciudad lacónica así y con algunos modismos (me cae de madre, es padre, me viene guango); a Drago le leí tu carta en que hablas del tiempo de las fiestas; lo entusiasmó, pero las exclamaciones de exótica aprobación y admiración ya fueron continuas, saludaron todas las saetas que me diriges, cuando le leí la carta que me mandaste a Londres. Me dijo que por primera vez comprendía un amor mío (espero que no te enojes que le haya leído esas cartas; perdóname, por favor).
Qué pena que hayas estado tan enferma, que tengas por delante un mes de cama, que no vayas este año al mar. Pedirte que me perdones esto me parece casi frívolo; y ni sé decirte lo acongojado que estoy; lo enternecido, lo lacerado de amor, lo vacío sin ti y sin el charro. Cuando tengas fuerzas trata por favor de contarme todo; lo que tuviste y cómo te sientes ahora; sé que soy una bestia, un ciego, un condenado, pero no quieras tenerme sin noticias tuyas.
Ganas, si en algún momento dices apuesto que habrás estado pensando en mí, queriéndome, extrañándome.
Todo tiende en mí para que llegue pronto el día en que apretaré el botón del tercero en el pequeño ascensor de Victor Hugo. Ese acto se me parece la dicha.
Cuando te hablé ayer eran las doce y media de un día de sol, ahora son las seis de la tarde, estoy en mi refugio y me preparo a tomar el económico té solo con pan tostado. Qué desgracia que no lo traiga Teo, que no venga en la teterita de plata, que no venga la alta cafetera para ti.
Nada ocurrió, como lo previmos; la vida del barco no me distrajo, cada día estuve más enamorado y cuando llegué a Buenos Aires ya comprendí todo el horror.
Tan querida: esto es un understatement: quiero más a tu voz que todas las personas del mundo, en que me habría metido: ya estoy del otro lado del viaje, en un mundo sin más Helena que la que llevo adentro, que siento, que amo y que no veo.
Los directores del filme basado en El perjurio de la nieve proyectan hacer un filme con dos cuentos (siguiendo el ejemplo de Tercet y de Quarter de Somerset Maugham). Los cuentos serán de diversos autores y no tendrán (que yo sepa) especial analogía. Ya han elegido unos, el otro si puede adelantarse para el cinematógrafo, será “En memoria de Paulina” el primer cuento de La trama celeste. Con los dos cuentos ha sido un filme de duración normal, una hora y cuarenta más o menos.
El problema que para estos directores presenta “En memoria de Paulina” es principalmente el de la explicación. El cuento está escrito para llevarla al final y con sorpresa. Ellos querrían, mantener en la medida que fuera posible, la sorpresa y la expectativa. Expectativa, para evitar la explicación verbal.
“El crimen de Oribe” (El perjurio de la nieve), el problema era comunicar al espectador que fue Villafañe y no Oribe quien realmente entró en casa de Vermehren; cuando ya desesperábamos de poder adaptar este cuento, a uno de los directores se le ocurrió que Lucía Vermehren tuviera una cadenita con una medalla (se la veía viva con la cadena y la medalla) y que al final del filme se mostrara a Villafañe sacando del bolsillo esa medalla y mirándola. La idea tal vez no te parezca brillante, pero se logra así tener explicación suficiente, económica y visual. Sería muy conveniente encontrar algo que funcionara de un modo análogo para “En memoria de Paulina”. Desde luego, también podría arreglarse el argumento según el método que suele emplearse en la adaptación de relatos policiales; prescindiendo de la sorpresa final, mostrando la muerte de Paulina y haciéndola entre vistas alterativamente al protagonista. Había duda sobre si la muerte fue real y había expectativa (quizá), pues de algún modo se necesitará una explicación para que los espectadores supieran que realmente fue el fantasma de Paulina, proyectado por los celos y las cavilaciones de Montero, lo que visitó al protagonista. No te dejes influenciar (sic) por lo que te digo y busca libremente una solución.
Trata, eso sí, de evitar los recuentos (vueltas al pasado) y las explicaciones verbales.
Ojalá que quieras colaborar conmigo en este trabajo. Puedes elegir qué vas a hacer: la primea adaptación del argumento (que es lo que me han pedido) o todo el trabajo, primero adaptación y luego libreto y diálogo. Creo que si presentamos un resumen (no demasiado bueno) del argumento con el problema de la explicación solucionado, lo aceptarán. Por eso nos pagarán una suma que traducida en francos o dólares no será impresionante, pero que de ninguna manera será desechable; yo te propongo que la dividamos en mitades iguales. Si aceptan ese proyecto y tú te encargas del script, lo que te paguen por eso (que será otro tanto de lo pagado por el proyecto o un poquito menos) será todo para ti. Te explico estas finanzas con la baja esperanza de tentarte. Baja, de ningún modo: quiero que colabores en mi trabajo porque, por lo menos para mí, ya no estás ausente de nada de mi vida. Además, me gustaría bastante que se hiciera el filme, tengo muchas esperanzas de que tú encuentres el modo de adaptar el argumento.
Yo trataré de pensar también. Escríbeme cuanto antes. Hay que presentar pronto el resumen porque El crimen de Oribe está pasando un buen momento: ha tenido premios aquí y éxitos económicos en el extranjero. Espero, pues, tu resumen (si no tuvieras un ejemplar de La trama celeste pídemelo; todo lo enviaré por avión).
En las casas de música afirman que no es imposible que encuentre en Buenos Aires “Rosa de Castilla”, sigo la busca. He visto a Borges y Peyrou, apenas a Bianco y apenas a Baeza. Me gustaría tener la carta para mostrarles. El sábado partieron Angélica y Victoria. No fui al puerto a despedirlas. La sombra estaba con la trampa abierta, no entré. Yo hice el lío, ya lo dejé en su casa sin explicaciones. Quisiera contarte muchas cosas, según lo prometí: pero no puedo hacerlo. Las enumeradas bellezas me repugnan, estoy como el mozo called great, que se parecía a la sensitive plant. Todas esas personas me parecen intrusas que no tienen lugar en mi vida. Me siento muy solo y muy casto.
Espero siempre las fotografías de los dos cajones y las fotografías sacadas junto al Sena.
Me gustaría que quisieras casarte conmigo. La necesidad de estar juntos no se pasará, para mí; y sobre todo veo que seríamos además de enamorados muy buenos amigos que se darían mutua libertad y que se divertirían viendo el mundo juntos. Además, además, están los amores que hemos hecho; yo con nadie los hice como contigo, nunca me olvidaré de esas tardes —realmente habríamos viajado a playas lejanas— de abandonada felicidad. Pero, qué lata pasamos, cuántos pretendientes. Esta, de todos modos, te ofrece su mano (no en un sueño de la imaginación). Perdóname, si estoy pesado.
Besa de mi parte tus pies escurridizos y tus manos las más lindas.
Yo te adoro, Helena; viviré de tu recuerdo, hasta volver (que será muy pronto). No me retes mucho. También te escribiré, te lo prometo, procuraré estar al sol y jugar tenis para que el día del regreso me quieras.
Hoy almorcé en casa de mis padres; a mi tío Miguel Casares le hablé de México, y cuando no, de H. P. He de haber sido harto elocuente los otros días porque enseguida mis padres te elogiaron y mi madre exclamó: es tan linda. Yo estaba perdidamente enamorado, pensando en el brillo de tus ojos, en el color de tu piel, imaginándote arrodillada y rosada en la camita de la Rue de Prony; diciéndome todo o nada, Helena, o no seguir viviendo.
Yo creo que va a seguir viviendo y, Helena, nos quedan tantas locuras por hacer, que sería un pecado no cumplir con ese compromiso.
Eres la persona que más pienso; la única que me gusta; la única de la que estoy enamorado. Eres el mundo, en que me gusta vivir.
Sánate por favor, se buena, te beso, mi amada.
Adolfo
Montevideo, sábado 13 octubre 1951
Mi querida, mi amor, Helena:
Hoy entre bromas del hombre del estudio, llegaron tus cartas del 8 y del 10. Llegaron en el momento en que yo salía para Montevideo; me encerré en mi cuarto, abrí los sobres y con el acostumbrado terror miré los comienzos y los finales. Creo que la palabra “adoración” me convenció más aún que la frase “te lleve” de que algo infinitamente horrible había ocurrido. Busqué y encontré los horrores. Eché las cartas al bolsillo y con dolor de estómago salí de la casa. S, mientras me llevaba en su automóvil al aeropuerto, me hablaba de la inquietud de separarse en estas circunstancias. Yo, como en trance, asentía y repetía: “qué aburrido, qué aburrido todo”. Sí, la separación era lo que en ese momento me desgarraba, la separación de lo que desde hace un tiempo es la razón y el propósito de mi vida; y no te enojes porque trivialmente murmuraba “qué aburrido”: todo en ese momento, estar solo y estar con los demás, dormirse a la noche y despertar a un nuevo día, el viaje en abril, los proyectos, la fantasía, la esperanza en lo inesperado, seguir viviendo, se volvió para mí algo abrumadoramente aburrido y complicado y estéril. Ahora las dulzuras del recuerdo tienen venenos incurables. Ahora habrá que decirle adiós a Helena y tratar de vivir secretamente muerto para no quedar desesperadamente loco. Porque yo te dejé el germen del charro y la enfermedad y la fiebre y el delirio y me vine a ver a mi madre y a cuidar las casas, como el mancebo de muchas posesiones; tú me dejaste el alma cambiada, Helena, y además me enamoraste. ¿Cómo puedo tener otras amigas? ¿Te acuerdas, las tardes? La cama era una playa fuera del tiempo y la plática y las horas nunca fueron tan dulces. Y los amores, Helena: Yo no sabía que podían ser tan felices. No sabes con la ternura, con la veneración, con la profundidad de amar, con que te he abrazado. Las otras mujeres me parecen cuerpos (ninguna luz las habita); el amor, una postura incómoda, una incómoda prueba gimnástica a las que las mímicas de la pasión y de la ternura (perdóname: sigo fiel) vuelven repelente; todas las personas me parecen demonios equivocados, porque difieren de Helena, porque no son Helena; estar con ellos es estar en el extranjero, con nostalgias de la patria. Lo que más deseo en el mundo es vivir contigo; después, tener un hijo –un hijo tuyo: que se parezca a ti en la belleza del cuerpo y en la noble generosidad del alma.
Ahora se ha vuelto más difícil la infidelidad que me pides: y si no estás esperándome ¿de dónde puedo sacar ánimo para esas incomodidades y pobres locuras? ¿Te das cuenta? Todo lo que en la vida era pasión, lo que iba cruzando para volver a encontrarte, se ha convertido en definitivo, en mi vida misma: ahora no hay más allá.
Estoy tan perdido que todavía sigo recordando [ilegible] que me decían en el hidroavión.
Yo había pensado escribirte desde Montevideo una carta muy distinta. Pero ahora no puedo hablarte de lo que pasó en Buenos Aires; perdóname: lo haré muy pronto; ya sé que contándote esos días la carta sería menos tonta: las protestas y las penas de amor no varían desde que hay mundo, así que con todo este dolor tan últimamente mío estoy tocando un viejo disco. Las noticias malas que me decían cuando llegábamos a la Argentina, eran sobre la situación política.
Yo he venido aquí a pasar una semana, por asuntos de poca importancia, pero que había que resolver. Desde hace mucho tiempo proyectaba venir, pero continuamente se interponían dificultades para el viaje. Creo que volveré Bs. As., entre el jueves 18 y el lunes 22.
Me embarqué a las dos y media en el hidroavión y enseguida leí tus cartas. Todo el viaje, toda mi vida desde ese momento fue la noticia de que te ibas a la India (ya la había leído en casa, pero rápidamente, tratando de no comprenderla en todo su horror). Llegué a Montevideo a las tres y media y a este cuarto de hotel a las cuatro. Enseguida me puse a escribirte.
Cuando te digo que me has cambiado el alma quiero decir que me has dado horror por lo sórdido, por lo mezquino, por lo malsano. Me has enseñado la espléndida y ardua belleza de lo feliz. Pero soy ahora un discípulo que se queda sin el maestro.
No puedes pedirme que tenga otros amores. La lujuria que enternece a Bao, me estremece.
Como el carpintero loco, en medio de la desolación, sigo con mis costumbres: te pido las fotografías y te pido un poco de pelo. ¿Cuál iba a ser la sorpresa?
Domingo 14
Tanto me enloqueció tu carta que perdí el pasaje de vuelta y lo que es peor el certificado de Buena Conducta (que había tardado más de un mes en conseguir y sin el cual no hay regreso a la Argentina). Creo que me dormí a eso de las cuatro de la mañana; hoy he andado caminando al sol por la Plaza Independencia, y por la avenida 18 de Julio: qué tristeza Helena, qué certidumbre de que todo es inútil. Pensar que el viernes yo me creía muy triste. Qué sensación extraña esta de sentirse continua e interminablemente desesperado, se parece al dolor de estómago, al aburrimiento. Ando confeso, estoy muy superficialmente en la realidad. No tengo ganas de nada: ni siquiera de mirar las noticias de México en el diario. También soy completamente estúpido: venirme un sábado. Hasta mañana no podré ver a nadie. Hay que quedarse en el cuarto del hotel, en su pena. Tal vez en la tarde me meta en un cine.
Bueno mi amor, quiero pedirte disculpas por no haber hablado del resumen de Paulina y de lo que han hecho por La invención de Morel. Estoy muy agradecido. Es claro que me encuentro en tal estado de imbecilidad que para comprender el resumen tuve que leerlo dos o tres veces. Vas a tener que explicarme de nuevo el juego de los encantados; si no voy a fracasar en mis conversaciones con el director. Creo que en este último resumen todas las dificultades quedaron resueltas. Me deslumbra tu energía mental, no sé lo que hiciste con el rompecabezas de la tía, pero sospecho que si el director no es irreparablemente lento has hecho un film admirable con los laberintos de Paulina. En cuanto al colaborador Hernán, es claro que le deseo la muerte.
A Octavio lo autorizo para todo (no para llevarte a la India). ¿Debo escribir la autorización en una página aparte? Lo haré. Si me dices cuánto hay que hacerle llegar al traductor, lo mandaré enseguida. Dímelo en una frase ambigua; los giros no están permitidos; las cartas se leen; y aunque no necesitan pretexto… me confunde todo lo que han hecho por La invención. Te doy las gracias y te pido que le digas a Octavio que estoy muy conmovido con su generosidad. Estaría muy contento si no estuviera tan triste.
[Al margen de la página]: Por favor que esto no sea otra molestia de último momento.
La idiotez completa será que te agregara una lista de libros sobre la India.
Perdóname esta carta en que te lloro mi desdicha en vez de ayudarte a sobrellevar la tuya. No sirvo para nada, Helena. Esto de estar tan triste es un asco: uno se contempla así mismo en vez de vivir. Para contar eso se habían necesitado los suicidas. En todo caso, suicidarse me parece una falta de curiosidad y muchas veces una impaciencia.
Estoy tan tonto que esta mañana leí en un diario que un señor Cortina había aceptado la candidatura a la presidencia de México y ya estuve feliz y seguro de que todo se arreglaría bien; corté el [ilegible] para mandártelo y entonces y nada más que por un exagerado afán de comprobar las citas volví a leer tu carta y como por milagro el hombre amigo y embajador no se llamó Cortina sino Portes Gil.
Si tú quisieras ahora hacer una locura por mí, yo no podría ofrecerte mucho más que un pasaje en un avión que no fuera a la India, un porvenir precario e inseguro y todo el amor del desacreditado.
(Qué caradura ¡no es verdad?).
Te beso, Helena.
Te pido perdón por haber sido un maricón de mi...
Te admiro y te adoro.
Sin ningún deseo de molestar digo que eres el continuo tema de mi pensamiento, el motivo de mi anhelo y de mi nostalgia, la mejor razón que conozco para seguir viviendo.
Bioy
[En la esquina superior]: Calesita = triovivo. [Al margen]: Si la sorpresa no eran discos ¿Qué podría ser?
‘Cartas de amor entre Bioy y Elena’ se presentará el 30 de noviembre, a las 19:30 horas, en la FIL de Guadalajara.
AQ / MCB