DOMINGA.– Tres días antes de Avándaro, los agentes ya estaban entre ellos. La orden llegó desde la Dirección Federal de Seguridad (DFS): infiltrarse entre los estudiantes que planeaban asistir a un festival de música que comenzaba a parecerles sospechoso. Enviaron a los policías más jóvenes, aquellos que aún podían confundirse entre los universitarios de cabello largo y mezclilla deslavada.
Pero el día más agitado para los espías fue el 10 de septiembre de 1971. Desde el mediodía, los agentes se colaron en los pasillos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, desde ahí vieron colgados los primeros carteles que anunciaban: “Festival de Rock y Ruedas en Avándaro”.
A las cuatro de la tarde se trasladaron a la Preparatoria Federal Popular de Tacuba, donde reportaron que varios profesores habían suspendido clases: “los alumnos se marchaban en camiones al festival”.
Más tarde pasaron a la Preparatoria No. 7, en donde aprovecharon, según su reporte, para espiar el certamen de Señorita Simpatía. Los agentes, fieles a su minuciosa burocracia, anotaron hasta los nombres de las participantes: Margarita, Rosita y Mercedes. También consignaron un dato que parecía encender las alertas: “El 40 por ciento de los estudiantes viajará mañana a Avándaro”.
Cuando cayó la noche, los infiltrados se movieron a la Preparatoria Popular, en la calle Liverpool, de la colonia Juárez. Dicen que observaron cómo grupos de jóvenes cargaban unas pick-up con mochilas, cobijas y casi se puede leer el tono de escándalo en sus letras: “y botellas de licor y cartones de cerveza”. También que traían pegadas calcomanías que decían “amor y paz”, una consigna popular en esa época asociada con el movimiento hippie.

Estos espías no lograban entender aún que los muchachos estaban a punto de vivir el momento más icónico de la historia del rock mexicano: el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro, organizado por dos empresarios jóvenes llamados Eduardo López Negrete y Justino Compeán, vinculados al sector publicitario.
El evento que nació como una carrera automovilística, terminaría en una celebración masiva de música, juventud y rock. Avándaro reunió a más de 150 mil jóvenes en los bosques de Valle de Bravo, Estado de México, donde corearon las canciones de bandas como Los Dug Dug’s, El Epílogo, La División del Norte, Tequila, Peace and Love, El Ritual, Los Yaki con Mayita Campos, Tinta Blanca, El Amor y Three Souls in my Mind, entre otros.
Para el gobierno de Luis Echeverría Álvarez esto fue un “aquelarre psicodélico” y las descripciones delirantes de los espías son prueba de ello: dicen que las mujeres bailaban en topless, se promovía el amor libre y que se podía apreciar un “inmenso hongo de humo” con un olor desagradable producido por el exceso de consumo de la mariguana. Incluso aún hoy no se sabe qué metodología utilizaron pero consignaron que 70% de los asistentes consumían drogas.
Medio siglo después, en los informes policiales de Avándaro se leen notas obsesivas, absurdas y llenas de prejuicios que retratan el desprecio del Estado frente a su juventud surgida tras la masacre de Tlatelolco en 1968.
Esta es una colaboración de ARCHIVERO para DOMINGA, con fragmentos de los archivos de inteligencia y testimonios de quienes lo vivieron. Historias como estas demuestran que en México, la verdad oficial siempre está en obra negra.

López Negrete, el publicista artífice del festival de Avándaro
Diez de septiembre de 1971. Faltaban apenas 24 horas para que empezara el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro, y el gobierno ya tenía un expediente completo de los organizadores. No sólo sabía quiénes eran: también tenían sus domicilios, teléfonos y hasta el piso exacto donde vivían.
Los documentos de la DFS son una radiografía de la paranoia que se vivió antes del evento. Estos archivos permiten reconstruir cómo Eduardo López Negrete, un publicista de 36 años, egresado de la Universidad Iberoamericana y organizador del evento, fue interrogado por las autoridades unas horas antes.
López Negrete declaró ser el director general de Promotora GOSA, la empresa encargada de organizar el festival de rock y carreras, autorizado unos días antes por las autoridades competentes en Avándaro. Aquel día dijo que el evento estaba perfectamente organizado y que el encargado era Justino Compeán, quien se había encargado de conseguir patrocinadores y espacios comerciales.
El Departamento de Concesiones lo dirigía Rafael Fernández y era el encargado de asignar permisos a vendedores y distribuidores de alimentos o artículos promocionales. También estaba el Departamento de Carreras, la parte automovilística del evento, que estaba bajo la supervisión de David Dagrosa, quien debía coordinar cronómetros, bandereros e inspecciones de pista.
El predio de diez hectáreas donde se llevaría el evento lo había cedido Eduardo Abarte, en representación de la Junta de Mejoramiento Cívico, Moral y Material de Valle de Bravo, y ya contaba con diez fosas sépticas “para las necesidades fisiológicas de los asistentes”.
Los documentos también mencionan la instalación de templetes para las cámaras de televisión y un escenario central para 12 bandas programadas. Incluso se habían pedido 150 mil cocacolas, 240 mil cervezas, 170 mil sándwiches y 100 mil cajetillas de cigarros para que no hicieran falta alimentos, bebidas y humo. A cien metros del predio principal habría un local donde se venderían y la seguridad estaría a cargo de 200 elementos civiles del Estado de México.
También dijo que el propósito del festival era “promover e impulsar el deporte del automovilismo en México” y que la forma de lograrlo era combinar las carreras con conciertos de rock “para que los asistentes no se aburran”.
La idea le vino a López Negrete al ver los autódromos de Europa y Estados Unidos, donde el ruido de los motores se mezclaba con el de las guitarras eléctricas. En su declaración explicó que esos festivales no tenían otra intención que generar “dividendos monetarios satisfactorios”, tanto para los organizadores como para el municipio que los hospedaba. Ninguna mención a la política o al rock.

La narrativa de la prensa y los espías nunca habló de familias y niños
Los grupos de jóvenes comenzaron a llegar desde el día 10 de septiembre. Las carreteras estaban atestadas de autos e incluso de gente caminando con mochilas al hombro. Otros llegaban en autobuses de pasajeros que portaban carteles con leyendas de “amor y paz”, anotaron los agentes, mientras se escuchaban desde adentro grabaciones “de música moderna a alto volumen”.
Según los reportes policiacos del Estado de México, el día 11 de septiembre de 1971 –el día del evento–, desde temprano comenzaron a concentrarse más de 100 mil asistentes, la mayoría jóvenes de entre 15 y 25 años, provenientes de la Ciudad de México, el Estado de México y Guadalajara.
Y cómo los espías siempre sospecharon que realmente podía ser un evento político, desde temprano empezaron notificar hasta a la Secretaría de Gobernación los nombres de algunos asistentes riesgosos: entre ellos Arturo Zama Escalante, detenido en 1968 por su participación en el movimiento estudiantil y del periodista Jorge Meléndez, a quien asociaban con el Partido Estudiantil Socialista de Economía, entre otros líderes sociales de la época.

En una conversación con Jorge Meléndez, me dice que de hecho ese día asistió a Avándaro porque entonces era reportero del periódico El Universal y quería hacer la cobertura del evento.
—Cuando llegamos al festival había una cantidad de gente que no tienes idea, pero impresionante. Eran miles de personas, la mayoría eran familias.
Le digo que me sorprende porque la narrativa de los espías y de la prensa siempre fue que eran jóvenes.
—No, no, eran familias, familias, así como te estoy diciendo. El papá, la mamá que iban a escuchar rock y a llevar a sus hijos para que supieran que era el rock porque por ese entonces estaba prohibido.

Meléndez dice que las narraciones fueron exageradas. Y es que sí, los agentes de la DFS no escatimaron en adjetivos y relataron que, desde las 6 de la mañana, los jóvenes estaban desbordados. “Se observó que diferentes grupos de los asistentes, dado su estado de incoherencia, llegaron a desbordarse, a lo que los organizadores no se oponían, al contrario, ellos los animaban”.
Cada hoja es más exagerada que otra, y también más revictimizante. Cuentan que los organizadores pedían a los asistentes, a través de los micrófonos, que consumieran sus propias drogas y que las repartieran entre “sus hermanos [amigos] para que en esto se ayudaran unos a otros”.
También escribieron que a partir de las 3 de la tarde un helicóptero sobrevoló Avándaro y que entonces los jóvenes comenzaron a abuchearlo. Anotaron que los asistentes pensaron que se trataba del gobierno. Los organizadores les hicieron saber que no temieran, que todo estaba en regla con las autoridades y que, por lo tanto, no debían hacer caso de esos aparatos.
Pero luego se dieron cuenta de que realmente era un helicóptero de una marca de discos. Los jóvenes de cualquier manera se enfurecieron y gritaron: “¡Que se retiren los helicópteros porque son del gobierno y son los que hacen propaganda de los discos norteamericanos!”.
Según la DFS, en su versión exagerada de los hechos, los organizadores entonces dijeron: “Mándenlos a chingar a su madre”. Desde el helicóptero comenzó a caer propaganda de la marca de discos y según los infiltrados desde las bocinas escucharon que les dijeron la “usaran para limpiarse las nalgas”.
Ese día la cocacola se vendió en dos pesos, las cervezas en dos, los sándwiches sencillos en el mismo precio y los cigarros a un peso. A las 11:30 de la noche, el grupo Peace and Love interpretó la última pieza del programa, con lo que se dio por terminado el festival.

La narrativa de unos verdaderos ‘hippies’
Sin embargo, fue hasta el día siguiente que los infiltrados de la DFS reportaron con lujo de detalle y licencias narrativas lo que supuestamente se vivió en Avándaro. “Se hace notar que hay algunas banderas nacionales, pero en el lugar donde se encuentra el cuadro del escudo del águila y la serpiente aparece un símbolo hippie”, inicia el reporte del día siguiente.
Dijeron también que durante el evento se quedaron a dormir unas nueve mil personas en tiendas de campaña, en su mayoría improvisadas con sarapes, trozos de plástico y ramas, construyendo la narrativa de unos verdaderos hippies. Que las chicas se desnudaron y que incluso se incendió una camioneta con placas de Illinois. Que en algún momento un joven se apoderó del micrófono y expresó: “¡Jóvenes mexicanos, hay que seguirnos drogando, amor y paz!”.
Incluso hicieron cálculos matemáticos: “Se calcula que un 70% de los concurrentes está drogado con mariguana, semilla de peyote, tíner y cemento”.
Tal vez uno de los documentos más explícitos es la hoja donde los agentes narran que cuando el grupo Sociedad Anónima estaba tocando, los jóvenes se emocionaron y empezaron con sus exhibiciones de striptease, y que además comenzaron a tener relaciones sexuales en el lago de Avándaro y en una zona de riachuelos a unos 500 metros de la explanada principal del concierto.
“Se registraron varios conatos de riña entre algunos jóvenes, principalmente por el consumo de bebidas alcohólicas y drogas. También se reportaron desmayos y crisis nerviosas entre las mujeres asistentes”.
El periodista Jorge Meléndez desmiente estas versiones:
—Había cuates fumando mota pero no eran la mayoría. Era una minoría la que estaba fumando. Y es que parece que la autoridad se esforzó en estigmatizar a los jóvenes, no sólo en papel si no dando órdenes desde la presidencia de Echeverría —dice.
De hecho, a ellos en el periódico no los dejaron publicar la crónica real de lo que sucedió y que era muy diferente a la narrativa oficial.
—Nosotros llegamos con nuestros textos ahí a El Universal y nos dijeron fuera, que no se podía publicar absolutamente nada. De hecho, en ninguno [periódico] se podía publicar nada.
No quedó de otra que decir: “Pues ni modo”.
—Y no podías publicar en ningún otro lugar, porque todas las publicaciones recibieron órdenes de la presidencia —dice.
Meléndez asegura que quien lo orquestó fue el encargado de la comunicación de presidencia, Fernando M. Garza. Precisamente, el que había sido el portavoz cuando ocurrió la masacre del 2 de octubre de 1968.

Avándaro fue el escenario perfecto para la cacería de brujas de Echeverría
Para el 13 de septiembre, en la Secretaría de Gobernación recibieron el informe de José Manuel Godoy Gómez, director de Turismo del Estado de México, quien intentó lavarse las manos. Dijo que el evento provocó una severa alteración del orden público y que las autoridades locales se vieron rebasadas por la magnitud del acontecimiento. En su informe se lee que la asistencia superó las 180 mil personas, que se registró un desorden generalizado, consumo excesivo de bebidas alcohólicas y drogas, actos inmorales, y que se presentaron 600 casos de intoxicación.
Pero lo peor, dijo Godoy Gómez, es que la imagen del Estado de México había quedado profundamente afectada. Incluso llevó una lista de los precios de las drogas que se vendieron en el festival y variaba según su tipo y calidad: marihuana entre los 10 y 25 pesos por cigarro; píldoras alucinógenas de cinco y 15 pesos cada una; “pastillas conocidas de LSD” a 50 pesos por unidad.
Que los asistentes durmieron como animalitos: en el lodo y en tiendas improvisadas. Que éstos se encontraban desnudos o semidesnudos y que hubo “espectáculos inmorales”, sin que nadie interviniera para evitarlo.

Jorge Meléndez dice que ese 13 de septiembre sólo periódicos amarillistas como Alarma! y la revista Alerta se animaron a publicar lo de Avándaro, con encabezados que decían: “El Infierno en Avándaro: encueramiento, mariguaniza, degenere sexual, mugre, pelos, sangre, muerte”. Al interior apuntaban que en Avándaro se había registrado la más infame explotación de los vicios de una juventud enferma y engañada. Muy acorde con el discurso echeverrista.
Pero hubo otra peor: la gaceta de la Juventud Inconforme Positiva, un grupo de ultraderecha, aseguró que aquella tarde en Avándaro hubo:
*Miles de depravados que se desnudaron y drogaron.
*Se consumó un aquelarre psicodélico.
*Striptease al aire libre con prostíbulos.
*Lluvia de drogas y mariguana.
*Hubo dos muertos; dos descabezados; muchos intoxicados con drogas; decenas de violaciones y estragos.

Concluyeron que el caso Avándaro era el más grave escándalo de los últimos años y que jamás se había ofendido a México con semejante indignidad. “La juventud mexicana, irritada y cansada de la represión, perdió la dignidad humana”. Sin embargo, para Meléndez, todas esa narrativa vino del gobierno de Echeverría, quien prácticamente repudiaba a las juventudes tras la masacre de 1968. Avándaro fue el escenario perfecto para la cacería de brujas.
Meléndez recuerda que, tras los hechos de Avándaro, en la tribuna de la Cámara de Diputados Roberto Blanco Moheno –experiodista y diputado priista– solicitó cárcel para todos los que estuvieron en Avándaro. No lo logró.
—Lo que hizo Avándaro fue que despertó a mucha gente que quería saber qué era el rock, papás que decían ‘pues te voy a llevar para que veas qué es el rock’. Porque acuérdate que estaba prohibido… que era del demonio.
GSC/ASG