DOMINGA.– Cada fin de semana, durante más de un mes, crucé la Ciudad de México, me subí al Metro, sudé junto con la multitud, me empapé de lluvia de otoño repitiéndome que estaba haciendo un reportaje sobre cómo ha cambiado el tianguis de La Lagunilla a lo largo de los años, de cómo se ha ido gringuificando, güerificando o gentrificando –cómo dicen los geógrafos sociales– ese mercado popular en el barrio de Tepito.
Pero la verdad es que cada vez que iba, me perdía. No lograba hacer más que dar vueltas concéntricas, observar, beber caguamas, platicar de cosas que no estaban planeadas, de mi vida amorosa, de vidas ajenas. La Lagunilla más bien me fagocitó en su vórtex sin salida, como si se tratara de un laberinto mental donde quise curar mi mal de amor. Y salí más enfermo.
Entonces diré que vine a La Lagunilla, una vez más, para olvidar un amor. Pero lo que sucedió es que, en cada rincón, en cada puesto de tacos, en cada espuma de cerveza preparada en una michelada, yo veía esa mujer que quería olvidar. La veía sentada justo ahí en ese banquito de plástico, comiendo unos tacos de costilla.
La imaginaba sorbiendo una caguama helada. En medio de la multitud, comprando un jabón, una crema para la cara. La creía ver mirándome de lejos, tomándose una selfie como otros tantos, para esas fotos o historias vintage que se vuelven virales. Fotos que, en las vísperas del año del Mundial, seguro darán mucho flow a los anuncios de renta en Airbnb.
Pero ella no estaba realmente ahí, vivía en mi imaginación. Lo entendí mucho después. El mercado de La Lagunilla no es un lugar para olvidarse de un amor. Es un lugar en el cual naufragar puede ser un poco más dulce en el mar de la memoria, en el océano de las ilusiones.
Los vasos de cerveza escarchados con sal y limón, miguelito y chamoy
En mi andar por sus pasillos escucho perreo. Sorry, no te awites si no te como, sólo volteo, no creas que me enamoro. Pero las notas de “Awito”, de Cachirula, se detienen abruptamente. Todos miran con cara interrogativa hacia las bocinas gigantes, que callan. Y luego vuelven a bombear notas pero ahora “Las mañanitas”, versión banda. Todos los clientes se ponen a cantar.
En una mesa está la cumpleañera. Es una joven mujer rodeada por sus amigos y por el que quizás sea su novio, o no, lo digo porque hace dos minutos tenía la lengua bien clavada en la boca de ella. Sus acompañantes se levantan, agarran los tarros, los vasos de papel rojo escarchados con sal y limón, con miguelito, con chamoy, las caguamas medio llenas, y las vierten sobre ella, que en cuestión de segundos queda empapada, oliendo a cerveza.
Los clientes aplauden, los pasantes chiflan, la música inunda el aire. La joven mujer, incrédula, ríe, bebe, intenta escurrir la cerveza de su pelo largo. Entonces regresa la voz de Cachirula, regresan las bocas besando el borde de los vasos, impregnándose de chamoy y más cerveza.
Un viejo vende baratijas justo a un lado del local de cerveza. Está sentado en un banquito. Las piernas cruzadas, la mirada lanzada ahí al fondo, más allá del último coche estacionado, al final de la calle. Llega otro hombre, más viejo que él, tendrá unos 80 años, barbudo, esmirriado, curvo. Se sienta a un lado del amigo. Los dos no hablan, ni intercambian un saludo, pero se nota que hay cercanía, viejo compañerismo.
El hombre barbudo saca del bolsillo un porro bien gordo, luego lo prende con calma con un encendedor que apareció en su mano derecha. Da una calada, fuma con gusto, reposa la mano en la rodilla derecha, vuelve a fumar. Luego, sin mirar, le pasa el churro a su amigo que sin mirar lo recibe y le da un toque.
El aroma me alcanza en otro banquito con mi caguama León. Los dos hombres no sonríen pero hay tranquilidad.
Veo esto y pienso que La Lagunilla es un lugar perfecto para perderte en un baño de pueblo, perderte para no pensar, para no sentir. Aquí pasan innumerables cosas contemporáneamente: no se puede registrar todo lo que ves, lo que escuchas, lo que hueles, sobre todo si llevas horas bebiendo caguamas.
Los baños VIP de La Lagunilla para los güeros
El baño cuesta siete pesos. Una anciana sentada en una mesita te cobra y agarra de su pila de monedas para darte el cambio. Si quieres te da un par de papelitos para limpiarte. La fila para el mingitorio es bastante rápida, fluye como la orina que tantas micheladas producen.
Algunas familias del barrio bravo de Tepito viven de construir baños en un patio que da a la calle y recibir a todos los del mercado que van a mear. Un joven hombre con una camiseta del América, lentes de sol muy negros que ocultan ojos hinchados, gorrita de beisbol y cangurera colgada del pecho, establece los turnos para pasar y gestiona magníficamente la fila.
Los mingitorios están al fondo, hay uno vi-ai-pi, después de las seis puertas numeradas de los baños. Pero no quiere decir que es más bonito: el lujo es un poco de intimidad. Otro hombre al fondo limpia con un trapo y le indica al de la entrada cuántos lugares se van liberando. ¿Cuántos al mingitorio?, pregunta el de lentes. ¡Dos al mingitorio! ¡Uno al vi-ai-pi!, grita el otro. El vi-ai-pi es un mingitorio minúsculo que puede recibir una sola persona, está al final del pasillo y tiene puerta.
—¿Del uno o del dos? —pregunta el cadenero a los chicos formados.
—¿Cómo?
—¿Tiene que hacer del uno o dos? —insiste el facilitador de colas.
—Ah, del dos —contesta con algo de pena el hombre delante de mí.
De los seis baños con puerta, cinco son para mujeres, el número seis es para los hombres que tienen que hacer del dos. En este momento el baño número seis está ocupado, hace un buen rato. En cuanto se abre la puerta el cliente recibe una pequeña ovación. El hombre de lentes oscuros voltea hacia su colega al fondo del pasillo, que le hace caras de fuchi.
—¡El compañero soltó la bomba! ¿Qué comiste carnal? —le grita.
Todos se ríen, menos el cliente que acaba de salir del baño. El otro insiste, sin piedad. Con una mano que tapa la nariz, remata.
—No mames, te pasas de lanza, nos vas a matar a todos.
Todos reímos pero un poco menos. Como que nos cayó el veinte de que los próximos en ser balconeados podemos ser nosotros. Eso sí, las mujeres reciben un trato muy distinto. Con ellas no hacen burlas, son exageradamente amables, les abren la puerta. Un servicio de primera.
Al salir todavía escucho:
—¡Ya se tardó el del seis! Vámonos que hay mucha gente esperando.
Quizás al cliente del seis le dio pánico escénico. La puerta se queda cerrada.
Tepito se vuelve ‘trendy’ en el imaginario colectivo
La Lagunilla es un hoyo bullicioso en el cual entras con un propósito y cuando sales ni te acuerdas de cuál era. Hay caras blancas, chanclas de alemanes hippies, pantalones desgastados de franceses con escasa higiene personal, dreadlocks de españoles que se creen aventureros, risas estridentes de gringos excitados. Pero muchos gringos. ¿A poco antes había tantos gringos? Hace diez años que no pisaba estas calles.
Mi amigo Rubén, que ha nacido y crecido en el barrio de Tepito, me presenta al Tuki para que me ayude a entender el fenómeno de la gringuificación de la Lagunilla. Me presento con un six de cervezas.
El puesto a lado del Tuki, más que la ropa en venta, se nota por la inmensa bocina desde la que sale música salsa a todo volumen. Siento las vibraciones en lo profundo de mi ser. ¿O será el mal de amor?
Tuki está cuidando el puesto de su esposa de cositas rosa ternuritas. Vende Monchhichis, los monitos peludos que poblaban los cuartos de las niñas en mi infancia y que, me entero, hoy volvieron a estar de moda.
—Se venden como pan caliente los monchhichis —dice recibiendo un billete de una chica que se acaba de llevar dos.
Tuki en realidad se llama Daniel pero su canal de YouTube que lo volvió famoso es el Tukishow. Empezó casi por juego en 2017, iba por el Centro Histórico y tomaba videos de restaurantes y taquerías. Y comía gratis. Con los años se volvió un verdadero trabajo, sobre todo a partir de la idea de hacer reseñas de micheladas en Tepito. Fue un éxito inmediato, con más de un millón y medio de visitas en un mes.
@tukishow16 ????????????????⭐️ Puro buen ambiente en el Homenaje a Hector Lavoe Masivo inigualable ???? This is Tepito así se goza #sabor #barrio #bravo #tepito #calidad #virales #tendencias #baile #salsa #top #masivo #impactante
♬ sonido original - Tukishow
Hoy lo contratan empresas, como Heineken, con quien está trabajando ahora en una campaña para Indio, la cerveza, cuyo lema es “Alma guerrera”. Daniel me cuenta que hace poco más de un año, mientras daba un tour de micheladas en Tepito, lo contactaron unos ejecutivos de la multinacional cervecera y le ofrecieron una colaboración.
—Yo tengo un proyecto que le llamo Michebus. Se trata de llevar a la gente a visitar negocios de micheladas. En un camión, echando fiesta. Vamos a un lugar, visitamos las chelas, vamos a otro lugar, las chelas. Se la pasan increíble. Y sí, mucho extranjero. Tengo apartados dos camiones para mayo, previo al Mundial. Y mencionar Tepito en estos tours les mama. De repente me dicen: oye queremos hacer una campaña contigo para tu mismo canal, elaborar contenido en tu propio barrio, en tu propia raíz para demostrar qué tan guerrero es tu barrio, qué tan chingón.
La ocasión de la vida. Se pone algo serio Daniel, y me explica que para él Tepito es amor, es pasión, es locura, es folclore, es lo más chingón de México y pues sí, el alma guerrera de México.
Los videos del Tuki son directos, divertidos, auténticos. Se ve que disfruta ir a pistiar y comer en los puestos de su barrio. Se siente que es parte del entorno, y eso aprecia la gente. Imagino que es lo mismo que apreciaron de él los ejecutivos de Heineken.
@tukishow16 ???????????? Esto cada vez se pone mas bueno!! Que estas esperando para vivir esta super experiencia!! Aparta tus lugares por que se acaban rápido!! Todo el mes de Noviembre y Diciembre #tour #experiencia #viral #trend
♬ Reggaetonero - Cadu Edu
Pero la campaña de Indio, a pesar de la buena fotografía, de la dirección profesional, del audio perfecto, o quizás a causa de todo eso, resulta un poco acartonada. Los videos del Tuki en YouTube avisan que incluye promoción pagada. Se ven mejor filmados, con buen audio, pero menos potentes y genuinos que los originales.
Esto es parte de cómo Tepito se vuelve trendy en el imaginario publicitario. Mientras durante años decir Tepito o Lagunilla significaba violencia, robos, asaltos, pobreza, ahora significa “alma guerrera”. Y es imposible para trabajadores como Tuki no aceptar la propuesta de una empresa importante. Pero es como si Daniel hubiese perdido su frescura, la franqueza directa e irreverente de Tepito. Como si hubiera perdido su alma. Es lo mismo que siento al ver a tanto turista emborrachándose aquí.
Suben las rentas en el barrio de Tepito
—Si en los noventa había robos, hoy en día, ha disminuido muy cabrón. Quizás por las redes sociales, quizás por los operativos que ha habido, quizás por los gobiernos. Sin embargo, ha cambiado mucho y hoy aquí van dos o tres años que ya no te pueden robar. Si te roban, puedes decirle a cualquier puestero, a cualquier güey que tiene un negocio, “oye, me están robando” y les dan en su madre la misma maña. Porque también existe una maña en este pedo.
El influencer Tuki me habla de este “movimiento” de gente que se dedica a rentear, a cobrar a los mismos puesteros y a la misma gente que trabaja en el barrio. “Para ellos su apoyo es: yo te cobro, yo te renteo, güey, me vas a dar algo de lo que ganaste hoy, pero cualquier pedo háblame a mí y ellos hacen el paro”. Dicho así parece una chulada.
En Sicilia a esta práctica le dicen pizzo: la protección que los mafiosos ofrecen a la sociedad para protegerla de la violencia que muchas veces producen ellos mismos. Entonces le comento que veo a muchos gringos cheleando. ¿Ya se puso cool este lugar o qué?, le insisto.
—Justo gracias a las redes sociales que hacen ese tipo de tiktoks, videos, con los que no estoy peleado ni nada, mucho extranjero viene, graba sus videitos, sus historias, y eso es lo que da pauta.
Dato curioso que, en este sentido, al barrio de Tepito ahora se le conoce como Tepito Norte. El Tuki se ríe fuerte cuando se lo recuerdo.
—La plusvalía alrededor está muy cabrona: tenemos un Chedrahui, tenemos bancos, la Plaza de las Tres Culturas a unos pasos, tenemos mercados, estamos a pasos del Zócalo de la Ciudad de México.
Y obviamente la renta ha subido mucho, y eso se debe justo a la gentrificación. Le pregunto a este habitante si encuentra un beneficio en la ola de turistas que vienen con todo su rollo y las redes sociales.
—Pues mira, siento que el beneficio es para el extranjero, lo malo es para la gente de aquí. Hace unos siete años tú pagabas una renta aquí en Tepito en 2 mil 500, 3 mil varos. De cinco años para acá se ha ido transformando a raíz de la plusvalía. Que si tú le preguntas a una persona del barrio, oye, ¿por qué ya me estás cobrando una renta en 6 mil, 8 mil pesos? Y te dicen: aquí ya es turístico y la plusvalía ha aumentado.
“¿Qué es para usted la plusvalía? No saben, güey. Pero tienen esas palabras bien claras y eso les da el valor a la misma gente. Pero no saben qué es realmente. Entonces, les explicas, les haces ver la situación real y se encabronan. Dicen, no, pues mientras yo gane, chinguen a su madre. Esa es una mentalidad mala, lamentablemente, para los que somos de aquí. Es como el clásico mexicano, mientras yo esté bien, los demás que se chinguen”.
Entonces suben los precios y la burbuja especulativa va creciendo. Y ¿qué pasa? Los nativos, como Tuki, la gente que nació y creció aquí en las calles que le dan vida a La Lagunilla, se empieza a ir.
—¿Adónde van?
—Se van a las orillas, como Ecatepec. ¿Y qué pasa? Pues por allá llegan a lugares como nuevos y pagan rentas en 2 mil todavía, más accesibles a lo que ganan aquí con su comercio. Mucha gente trabaja en restaurantes, hoteles, no tienen mucha entrada económica, y cada vez el centro cuesta más, por eso es que mejor se van.
“Ahí te va esta. Se están yendo a vivir al Estado de México y rentan sus casas [de Tepito] por Airbnb. Yo les pregunto ¿Por qué? Y me dicen: ya se viene el Mundial. ¡Ah, su puta madre! Es un desmadre bien cabrón”.
Daniel parece no darse cuenta de que su actividad de youtuber y el proyecto Michebus son parte del gran proceso de gentrificación que ha transformado la economía de Tepito y la Lagunilla. O si se da cuenta, lo acepta como parte de un cambio inevitable.
—Me voy a atender porque ando vendiendo en un puesto en ‘la lagu’.
Las bolsitas de su puesto dicen: I love you everything.
El lego de AMLO, el más vendido en La Lagunilla
El lego que se vende más en La Lagunilla es el de AMLO, aunque Claudia poco a poco lo va alcanzando. Lo que hoy se compra mucho también es un Jesucristo con dos enormes alas blancas, corona de espinas sujetada en la mano y aureola que guiña el ojo derecho como si fuera tu compa. Para compensar compro un lego de Stephen Hawking con todo y silla de ruedas y monitores, en los cuales está dibujada la astronave de Space Invaders disparando a los alienígenas y un Tetris. La cabecita chueca del astrofísico inglés puede girar con gran facilidad.
En La Lagunilla pasan innumerables cosas. No se puede registrar todo lo que ves, lo que escuchas, lo que hueles, sobre todo si llevas horas bebiendo caguamas. Es la cuarta vez que vengo para escribir este texto, tampoco hoy he logrado hacer entrevistas como se debe. Acabo cotorreando con mis fuentes, cerveza en la mano, y luego otra. Y luego otra. Y otra más.
A las cinco de la tarde me agarra la lluvia en el tramo que va del mercado a la parada del metro Garibaldi. No tengo paraguas, se me empapa la chamarra, me la paso tratando de limpiar mis lentes llenos de gotas de lluvia, camino tambaleando. Miro a mi alrededor y parece que todos tambalean como yo. O más. Todos acaban su chela antes de subirse al metro. Todos se llevan las últimas risas, los últimos chistes, entre comerciantes que van guardando su mercancía, desmontando sus puestos.
Valentín, el viejo artista de los dos amantes
El viejo barbudo se llama Valentín Otero. Pintor y escultor. Vende pequeñas esculturas. No miden más de 10 centímetros de alto. Valentín las usa como pisapapeles para que sus dibujos, amontonados encima de una sábana en el piso, no se los lleve el viento. Algunas son verdes, otras llevan el color de la obsidiana. Dice que son copias de esculturas mexicas, que las hizo viendo las estatuas expuestas en el Museo de Antropología.
Valentín lleva un chalequito de lana gris con rombos rojos y verdes, sin mangas, encima de una camisa que ha visto muchos inviernos. Su barba es cándida y abundante, los ojos negros incrustados debajo de la visera de una gorrita azul con el gallo de la selección de futbol de Francia. Dice que algunas de sus obras se expusieron en París.
Lleva 20 años vendiendo en La Lagunilla. Está consciente de que ha cambiado mucho el tianguis, han cambiado los clientes, las dinámicas. Por ejemplo, los nuevos visitantes ya no se interesan en lo que vende.
—Antes venía aquí a las siete de la mañana y a las nueve ya traía dinero suficiente y me podía ir. Ahora puedo estar todo el día y no si acaso sale una que otra venta.
Valentín poco a poco va vaciando una botella de vino tinto que se va bebiendo en su vasito de plástico. Le llega el porro que está fumando su amigo a su izquierda. Le pregunto si está buena la mota de acá. Sonríe. Volteo a ver sus pequeñas esculturas, una es diferente a las demás. Es de cemento, gris claro, mide unos 30 centímetros, pero está rota. Partida casi a la base. Le pregunto qué representa.
—Son dos amantes. Se me rompió en la mañana.
Un amor roto, pienso.
—¿Está usted enamorado? –le pregunto.
Suspira. Dicen que los suspiros son abrazos no dados.
—Yo me encontré a una mujer hace poco. No supe qué decir. Le dije “hola”. No me contestó. Entonces ya di la vuelta y me fui. Rarísimo porque estuvimos un buen tiempo… ocho años. Y muy bien de todo. Andábamos por todas partes, ella manejaba, íbamos a donde yo le decía, pero ahora ya no me quiere hablar. Nos enojamos, yo me fui. ¿Qué puedes hacer si estás saludando y nada? Quiere decir que nada, ¿no?
—Pues sí.
—Una gran mujer, a mí me ayudó mucho en su tiempo, hice exposiciones gracias a ella. Me consiguió exposiciones, salía yo en los periódicos y todo, en sociales. Ella era familiar y amiga de los que mandan en eso, ¿no? Entonces siempre me hacían reportajes. Ahora ya no salgo ni en el pasquín.
—Pues va a salir en MILENIO esta vez.
—Ah, es buen periódico, sí. Pues yo aquí tendría que poner una exposición, hace mucho que no pongo. Pero me robaron 44 cuadros aquí.
—¿Y no logró saber quién fue?
—Una pérdida grande, trabajo de mucho tiempo. Y mis piezas bien vendidas son una lana. Claro que yo para vender soy un güey.
Da un sorbo a su vino tinto, me indica vagamente sus acuarelas, sus estatuitas. La figurita rota recuerda a dos amantes que se estrechan en un abrazo. ¿Es el inicio de un abrazo o el final? ¿Se van acercando o se van separando? No se lo pregunto.
—Se rompió. Eran dos amantes.
—Se ve que se rompió el amor.
Me mira y no comenta.
Recojo de la lona los dos pedazos. Valentín dice que estaba hecha de cemento con arena grava. Y luego calla un momento. Mira las dos piezas en sus manos.
—Llévatela —me dice Valentín— con un poco de Resistol blanco se pega. Se ve que es así cómo se arregla un amor.
GSC / MMM