El México de hoy se parece peligrosamente demasiado al México que dejó Peña Nieto. Al igual que en el último sexenio, 2 de cada 5 trabajadores no ganan lo suficiente para alimentar a sus familias, el 15% de los mexicanos son víctimas de corrupción al tener contacto con un servidor público y los ricos pagan proporcionalmente menos impuestos que la clase media.
No es normal que México esté contento con su gobierno. Somos el país que creó 5.1 millones de pobres nuevos en dos años, el gobierno con el menor gasto social de la OCDE y el Estado que compite a nivel global por ser el que menos apoyó a su gente con recursos durante la pandemia.
Pero, aun así, en México hay satisfacción y esperanza. La confianza en el gobierno federal se ha duplicado en este sexenio (25% a 54% de 2017 a 2021) y lo mismo puede decirse de la satisfacción con la democracia (17% a 33%). La percepción de que el gobierno es limpio o poco corrupto se ha triplicado (10% a 29%).
López Obrador ha sido un dique de contención para el descontento social. Alquimista de la esperanza, su narrativa ha sido excelsa en domar al tigre.
Otros países no tienen domador. La vorágine del descontento social llevó a Chile a un estallido que culminó con un Estado de emergencia y la refundación de su constitución. Perú se ha convertido en un hervidero que no deja de hundirse con protestas y bloqueos. En Argentina, tan solo en lo que va del año ha habido 3,450 protestas, el país se encamina a su más alto nivel conflictivo registrado. Colombia, por su parte, destronó a su clase política completa y se dirige a una elección sin representación del centro político.
La razón de la paz social de México es un acertijo cuya palabra clave es Obrador. El presidente es un escudo contra el descontento y una bocanada de aire para un sistema de partidos que sin él probablemente estaría destrozado.
Morena le debe a López Obrador sus victorias. De hecho, la aprobación presidencial es el principal predictor del voto por Morena y la identificación del votante, no es con el partido, es con el presidente.
La oposición está en las mismas. Le debe a Obrador el que tengan una agenda, motivo de existencia y un pegamento ideológico. Sin el anti-Obradorismo (su principal bandera), el PRI-PAN-PRD no podrían justificar su coalición, su falta de propuestas y resultados. Obrador les sirve hasta para escudar sus errores pues, cuando los cometen, su frase favorita es decir que “también López”.
Pero no hay nadie que le deba más a Obrador que las élites económicas. El México bravo ha quedado domado aun si no hay razón para rendirse. Nuestro país continúa siendo el quinceavo más desigual del mundo, pero durante el sexenio de Obrador el porcentaje de mexicanos que cree que la distribución de la riqueza es justa se ha duplicado (12% al 22%).
Por eso son contados los grandes empresarios que realmente están disconformes con Obrador. Salvo Claudio X. González (un heredero rebelde) y un puñado de industrias, no hay un bloque opositor empresarial duro. El CCE no ha querido moverle, Walmart salió de la ANTAD cuando querían ponerse beligerantes y no hay un solo empresario que (en privado) no se angustie al pensar ¿qué hubiera pasado con México sin Obrador?
Y es que en México hay tanta paz que da rabia. Lamentablemente, Obrador ha sido el calmante de un pueblo que no debería estar calmado.
Viri Rios
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