A AMLO le encanta una institución Presidencial centralizada, poderosa, omnipresente y sin contrapesos, o dicho en español simple, quiere hacer su santa voluntad y que los demás se plieguen a la misma sin rechistar, porque si lo hacen los acusa de ser conservadores, fifís, corruptos, de estar en contra del pueblo y ser integrantes de la mafia del poder.
Poco a poco, AMLO ha ido colonizando las instituciones que no se ajustan a su plan de país, se hizo del control del Congreso, a pesar de que ahí han parado algunas de sus reformas constitucionales, se apoderó de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, hizo lo mismo con varios organismos reguladores, acabó con toda la independencia del CONACYT, ha intentado interferir con la autonomía universitaria, lo mismo ha buscado minar al INE y al INAI, lo cual deja como único contrapeso fuerte del país a la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
A pesar de que, en la Corte, AMLO tiene a dos incondicionales, lo cierto es que dicha institución es el último espacio de independencia real que tenemos los mexicanos como medio de defensa cuando desde las instituciones, en especial, desde el ejecutivo o legislativo, se toman decisiones que no se ajustan al procedimiento o marco legal.
Ha sido en la Suprema Corte y en el poder judicial en general, donde se ha parado el proceso de militarización emprendido por el Presidente, donde se ha frenado el desmantelamiento del INE, o en donde muchos derechos que habían sido pisoteados, tienen otra oportunidad de prevalecer.
Pero las instituciones deben de ser cuidadas, a pesar de ser el último reducto, no está a salvo y puede ser colonizado por el Presidente, prueba de ello es que él realiza las propuestas de ternas para integrar las vacantes de la SCJN, además de haber presionado al menos al ministro Medina Mora a renunciar hacer unos años, por tanto, lo que nos toca a los ciudadanos defender a la SCJN de injerencias.
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