En las universidades de todo el mundo existe alarma frente al uso de la inteligencia artificial por parte de los estudiantes.
El problema no es menor, ya que un porcentaje relevante de los mismos usa programas como ChatGPT, Gemini o DeepSeek para hacer tareas, ensayos y exámenes, por lo que no existe la certeza de que los alumnos estén aprendiendo o generando las habilidades que se esperan en este grado académico.
Ante este escenario cada vez son más las voces de los docentes que claman por prohibir y castigar todo uso de Inteligencia Artificial en el ámbito universitario.
Dicha posición es entendible, pero no por ello deja de ser incorrecta.
Porque si bien se debe evitar que la IA sustituya las capacidades cognitivas de los estudiantes, prohibirla hará más daño que beneficio, porque la IA se seguirá usando en el ámbito profesional y los estudiantes de hoy deberán utilizar herramientas con dicha tecnología y si no se les enseña, su formación estará incompleta.
Esto nos lleva a la necesidad de abordar el problema de la IA de manera diferente, a través de tres vertientes.
La primera es que resulta necesario que las universidades les enseñen a sus estudiantes a utilizar la IA de forma crítica y responsable, por ejemplo, con ejercicios en donde ellos puedan identificar información incorrecta que arrojan estos motores, conocidas coloquialmente como alucinaciones.
Segundo, entendiendo a la IA como una herramienta que ayude a los estudiantes a potencializar sus habilidades, pero nunca a sustituirlas, ya que, si no desarrollan habilidades cognitivas propias, ni siquiera podrán usar la IA de forma eficiente y ellos van a sabotear su propia educación.
Y tercero, evitando que en las evaluaciones la IA se vuelva un sustituto de los conocimientos y el criterio de los alumnos, es decir, garantizar que en los exámenes la IA no se haga presente, salvo cuando se realicen ejercicios en donde el estudiante programa o analiza los productos generados por la IA.
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