Las imágenes que nos muestra la televisión son desgarradoras.
Las narraciones nos cuentan la crueldad que significa separarse de sus hijas e hijos, cuando al fin cruzaron la frontera.
Visualizamos hombres, mujeres e infantes en condiciones por demás deplorables, seguramente, por cansancio, malos tratos y hambre, pero pocas veces o casi nunca por el esfuerzo que tienen que hacer para derribar obstáculos, aquellas personas con una condición de discapacidad.
La preocupación rápida y/o inmediata que suelen procesar los agentes de la “migra” o la COMAR son insumos de alimentos para mitigar el hambre, revisión médica básica para conocer su estado actual, ropa y un lugar donde pernoctar, pero un servicio de salud mental enfocado a atender el reto de la neuro-diversidad es mucho pedir.
Y es que, en los desafíos que arroja el Estudio Regional sobre la situación de las personas con discapacidad refugiadas, desplazadas y migrantes en América Latina, “Movilidad Humana” elaborada por ONU-ACNHUR, está el desconocimiento de las condiciones como la discapacidad intelectual y psicosocial, el autismo, por ejemplo.
Es decir, que, además de atender la discapacidad adquirida a causa de los accidentes en el tren conocido como “La Bestia” durante el trayecto, tendrían que ampliar su atención y servicio a aquellas personas que también presentan depresión, estrés y/o ansiedad, provocado por el entorno del que vienen escapando o se intensificó por las “experiencias” adquiridas en el camino.
Y qué decir de las personas sordas o ciegas, que a falta de intérprete o documentos en formato braille, quedan doble o triplemente excluidas de los puentes de comunicación para proporcionar información oportuna y completa para su seguridad o simplemente para pedir auxilio.
Más aún, con la presencia honda y contagiosa del COVID19.
De ahí, la importancia de la existencia de redes y alianzas de integrantes de organismos de la sociedad civil organizada en lo local, regional, nacional e internacional.
Además de hacer labor social y humanitaria hacia nuestros hermanos y hermanas migrantes, marcan la pauta al Estado (federal, estatal y municipal) de como sí, desde un marco absolutamente de derechos humanos, salir al encuentro del otro para contenerlo y no solo detenerlo.
Primero Persona.