A Daniel Guzmán
En el taller de soldadura Alaska, de camino al centro matamorense –en la frontera norte gustan rótulos de frío extremo: Abarrotes Iglú, Autopartes Pingüino–, el troc, troc, pam, pam, es perenne, así como suenan los corazones.
Los trabajadores martillean, con rabia y ternura, y se me asemejan a cíclopes chaparritos, por el gusto y la conformidad con que laboran. Los cíclopes mueven bancas y a cualquiera sin el ojo de oro noresteño –el ojo áureo que desvela y que solo otorgan el tiempo, las vivencias y, sobre todo, ser juicioso y no un flojo mentecato– le parecería que ganan espacio para chambear. Sin embargo, la razón es achicar el suelo embarrado y evitar los peligros de un Norte.
Uno de los cíclopes chocolatito mira la nube y se cala su cachucha. El vértigo no nubla el único ojo del rostro. Descifra las impertérritas “antiguas malas nuevas”. Cuando suena el Norte, se dice que cocorea. Así: Como el gallo que reta.
Sobre una mesa hay tantos tiliches... Como si cada objeto se hubiera tragado su propia sombra. Entre ellos tiembla el amplificador, como el monolito del cráter lunar Tycho que, según clásicos de la ciencia ficción (Arthur C. Clark/Stanley Kubrick) hace avanzar la civilización, a trancas y barrancas. Sobre la mesa, digo, el minimonolito matamorense, con una raya horizontal de luz escarlata y otra verde, brilla, y se apaga, y vuelve a brillar con la canción que resuena:
Esperanza,
Esperanza:
Solo sabes
Bailar y bailar.
Termina el sexenio y el “nomos” vigilante se postula eviterno. Funde, como un horno, lo que se le opuso. El resultado es que, en partes de México, ni el miedo ni la esperanza están cercados. Según Benito Espinosa (1632-1677), la religión encapsula estas pasiones, y lo político debe retomarlas, con otro fondo y modo. El problema del nomos o ley vigilante es que no cerca el miedo: lo expande. Entonces el miedo encapsula las falsas esperanzas que sueñan con más temores.
Adiós al sexenio, donde ha coagulado el mal que nació en el subsuelo de las cifras ocultas y del modus vivendi insurgente/contrainsurgente mexicano, y que avisa de una violencia sádica, servil, de conteo chistosito tras la pantalla.
Un mal sin nombre o que puede llamarse... ¿“Dominada”? ¿Está la violencia dominada, por quienes gobiernan, pero que se insurgentean, alucinados, creyendo –como en rueda de un hámster agitador y propagandista a tiempo completo– que continúan en la oposición? ¿Cómo conjugan el triunfo con la prédica de mártir? Respuesta: Se perdieron entre sus máscaras y los devoró su propio personaje.
A la dominada, la forjan eufemismos por donde transitan las euménides (“benévolas”), que son las erinias o furias. Y la sueldan disfemismos que lee, en las nubes de la historia de México, quien sepa el braille de los oráculos, como los cíclopes emparentados con los muertos.
La “dominada” democratiza la hybris, ese mal de la Antigua Grecia y que encarna el soberbio y desmesurado Capaneo. Es correr más rápido, pero a ningún lugar, pues los ojos encarnizados se tornaron “ventanas tapiadas” (también se traduce el rumano “zidite” por cegadas o clausuradas), las evocadas en la novela de Alexandru Vona/Alberto Henrique Samuel Béjar y Mayor (1922-2004), familia lejana del Nobel Elías Canetti; ambos, como Espinosa, judíos sefardíes: son lares que me acompañan al escribir.
Estamos en una alucinación consensuada, que se disipa en muerte fiera. Se llega aquí –acreedores y deudores desquiciados– desde discursos incendia pueblos, y ahora pagamos tasas a la ausencia de cada cuerpo e intereses usureros por cada vida añudada a la ampliación del territorio limitado. Nacen parajes tenebrosos, que crecen en milímetros, cuerpo a cuerpo, palmo a palmo, mano a pie, corazón a herida, como esa micronación capciosa, formada por las fronteras de toda nación.
Les da igual, ¿verdad? Sigue la música del zócalo. Danza el operador político, reciclado como plásticos, con su rival de toda la vida y al que juró todas las muertes; el “academicón burocratón” (lo escribo así, por sonar a griego clásico), que baile con sus achichincles, ora ganzúas, ora ponchallantas; que dance, danzón, el “influyente”, que saque pues a bailar a su esposa, hijo, abuelitas y al gatito locuelo bizarro también, todos ellos “influyentes” (y no olviden tomarse la patética foto y subirla al cielo); que los armados a mansalva bailen con la mano en la cintura, al son del maldito fierro, y a ver si aprenden, hienas payasas, a pronunciar de una vez las palabras. Bailan, sí, bailan todos ellos en este sexenio, con sobrepeso (moral) y culebras y sapos en los bolsillos.
Mientras tanto, los paisajes dejan –como exoesqueleto o muda de serpiente– cuerpos congelados por el fuego del tiempo al revés, como en San Juan de la Cruz o en el Tenet de Christopher Nolan (2020). Y, cíclicamente, nuestro espejismo a atrapar:
Esperanza,
Esperanza:
Solo sabes
Bailar y bailar.
Por Jesús Pérez Caballero
El Colegio de la Frontera Norte, Unidad Matamoros
*Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien escribe. No representa un posicionamiento de El Colegio de la Frontera Norte