Una de las secciones más extensas del cuaderno de Marina tiene título: “¿No le da miedo perder lectores?”, y consiste en una serie de bosquejos poéticos antecedidos por un epígrafe en apariencia anónimo: “Los verdaderos poetas inventan definiciones autoritarias de la poesía que se asemejan misteriosamente a la que ellos escriben”. Anoto aquí el primer texto:
(Díscola dando de ti
te fijaste en las referencias
de cualquier modo.)
Dime si lo digo como debo:
Montera
Mollera
Grescas diviso.
Al sesgo me demoro.
Su caso de ortiga que trasciende.
Su mal menor que corusca.
Tanto azogue al soslayo.
Moruna
Tontuna
La cáscara espiral
se recrea
por si las dudas
oblicuando
como si nada.
¿De qué tedio hablaremos ahora?
Al pie del poema se lee “ejercicio 1: Díaz Mirón, 1853-1928”. Son 30 páginas con múltiples tachaduras y notas. Por ejemplo: “Repite conmigo: no hacíamos otra cosa más que pastar. Repite conmigo: hemos madurado gracias a los pastizales”. Debajo de uno de los tachones se descifran algunas frases: “la están tirando a loca, que ya no la tiren a loca… por laderas desciende a tumbos como si cargara costales de piedras de río, grises y porosas… el nudo en la garganta desaparecerá conforme se amortigüe la causa”. Hay números, letras, dibujos de un mismo perfil, palabras que parecen acertijos o incluso amenazas: ¡Mucho cuidado con la pluma roja! ¡Ojo con las alas del insecto! ¿Qué hago aquí? La pregunta es literal. Magdalena le comenta a Marina en una de las entrevistas de La novela inconclusa que nunca se casó “para no estar toda la vida eduque y eduque a un hombre”. Imagino el tono agudo y el dedo índice en el aire. Yo a diario me defiendo de la barbarie que voy cultivando a solas. Cuando cruje muy levemente la duela en el departamento donde vivo no es porque alguien se desplace, sino porque la madera vieja se acomoda o desacomoda. Los pasos afelpados de mis gatos son sonidos, luego sensaciones y, más tarde, formas convenientes de la nostalgia. Magdalena le dice a Marina que no olvide recordarle la historia del escritor desnudo y sus “dichosos” calcetines blancos. Sé que Marina se apellida Andere y, si entiendo bien sus burlas, odia el erotismo literario: las metáforas devotas del cuerpo ausente. Sé también que desconfía de las inteligencias que “carecen de espejo retrovisor.” Los domingos mi vecina miss Yulie lava sus ventanas con una escoba. Talla los vidrios sucios y su marido —que trabaja en la fiscalía— los pule con una telita de franela. Es “toalloso el olor del matrimonio,” según Martin Amis. Su personaje en La información llora en la noche y supongo que moja la almohada con sus lágrimas, pues así suele ocurrir por simple lógica. En lo que llamo “mi futuro” procuraré que sean buenas mis intenciones y borraré las tramas que se desvíen hacia la farsa y boten como basura la tragedia inicial que habría sido intensa. Aún no logro subir las escaleras sin bajarlas: siempre se distrae mi espíritu con su posible caída. Me preocupa quién soy cuando no pienso.