Aún hay grandes cineastas haciendo gran cine; el problema es que ya no corremos a las salas a ver lo que hicieron en el primer momento. Paul Thomas Anderson (Magnolia, Boogie Nights) es, sin la menor duda, un nombre que debería provocarnos esa urgencia de asegurarnos de que sus películas se sigan haciendo. Una batalla tras otra, su cinta más reciente —y también la más grande en presupuesto, promoción y ambición— es la mejor prueba de ello.
La buena noticia es que quienes se perdieron la película durante las dos semanas que estuvo en salas en México ya pueden verla en HBO Max. La mala noticia es que eso solo refuerza la idea de que no vale la pena invertir así en el buen cine —al menos 130 millones de dólares— si al final nos esperaremos a verlo en la televisión. Y sí, fue Warner Bros. quien se aventó esta gran apuesta, así que… pues en Netflix próximamente.
Pero bueno, está por iniciar la temporada de premios y vamos a escuchar muchísimo sobre esta cinta protagonizada brillantemente por Leonardo DiCaprio, Teyana Taylor, Sean Penn y Benicio del Toro. Que un elenco así ya no sea suficiente para llenar las salas es preocupante. Y la misma revolución, rebelión y absoluta existencia en el caos que retrata la película dice mucho de qué tanto queremos realmente enfrentarnos a ideas complejas e importantes en nuestros tiempos libres y de entretenimiento.
Cuando se habla de la diferencia entre lo que los críticos aman y lo que el público consume, suele hacerse en tono burlón hacia lo snobs que podemos —con razón— parecer quienes nos dedicamos a escribir y juzgar el cine.
Pero más allá de a quién le haya gustado esta cinta primero, hay que decir esto: NO es que el cine adulto haya muerto; es que ahora lo vemos cuando ya nadie está contando boletos. Y luego nos preguntamos por qué cada vez hay menos películas dispuestas a incomodarnos.