Donald Trump dijo: “No tengo miedo de que me demande”, ante la pregunta expresa del reportero Grady Trimble en Fox Business News sobre las imágenes de Taylor Swift apoyando su candidatura. “No sé nada de ellas, excepto de que alguien más las generó”, aseguró. Y pues no, Donald, no las generaste, ¡pero vaya que sí las compartiste diciendo: “¡Acepto!”.
En serio, es como explicarle a ese pariente terco y casi octogenario cómo funcionan las redes sociales, si es que ese pariente fuera poderoso, peligroso y se negara a que nadie más le ayudara a postear para no meterse en problemas. Y este es un problema serio para el candidato, y no por temas legales.
Estamos hablando del hombre con más demandas en su contra e iniciadas por él que nos podamos imaginar en la vida pública a escala mundial. ¿Qué más da una ganada o una perdida? Las elecciones, sin embargo, son otra cosa. Y el respeto y temor que claramente le tiene a la influencia de la cantante a pocas semanas de las elecciones permea como su maquillaje naranja en un día de calor. No se puede esconder y no lo pueden controlar.
Debo admitir que no puedo dejar de ver cómo se desarrolla esta historia. Es una que bien podría definir estos tiempos con todo lo que implica. Los fans que votan, la tecnología, el descontrol, y sí, no dejo de maravillarme y gozar de cómo son mujeres las que más preocupan a este extraño espécimen de la política y la cultura pop.
Analistas y comediantes no dejan de señalar lo desorientado que se siente tener que batallar contra una joven y energética contrincante como Kamala Harris. Parece que él solo quiere que Taylor le sonría por un segundo y aún no se pronuncia por la demanda que sí viene por parte de Beyoncé debido al uso ilícito de su música en la campaña. Sé que estos son temas serios, pero se vale soltar una carcajada de satisfacción de vez en cuando, ¿no?