Taylor Swift está contenta, y muchos no lo soportan. Suena a lugar común, ¿no? Ya le pasó a Adele: se enamoró de quien aparentemente la aprecia como se debe, y las predicciones sobre su calidad musical fueron ferozmente negativas. Muchos aseguraron que todo había acabado.
Falso por completo, pero la felicidad es un tema ríspido cuando los fans consumen la empatía ante el despecho. La felicidad está bien como aspiración, siempre y cuando parezca estar fuera de nuestro alcance. Nuestros ídolos tienen que sufrir como nosotros, o si no, parece que nos han traicionado.
Claro que el álbum es un rotundo éxito. Ya tiene el récord de la venta más grande (física y digital) en un solo día para una producción en Estados Unidos. En menos de medio día ya era el más reproducido en un solo día en Spotify durante 2025, y en menos de 24 horas logró ser el más vendido en una semana de Swift. Y en el cine, la fiesta de The Life of a Showgirl logró el primer lugar en taquilla los tres días que se proyectó. Nadie va a decir que esto no es un éxito.
Ya ocuparemos mucho más tiempo analizando cómo es que las progresiones más clásicas del pop hacen que algunas de sus canciones se parezcan mucho a otras (“Dos enamorados”, de Luis Miguel, en realidad es italiana, pero “Opalite” sí suena muy parecido por ello). Y sí, hay drama y conflictos que investigar en el álbum: que si homenaje a Britney (“The Life of a Showgirl”), que si bofetón a Charli XCX (“Actually Romantic”).
Pero, después de todo, Taylor está contenta y como dirían las nuevas generaciones: “Soporten”. No todo lo bueno tiene que hacernos querer cortarnos las venas.
