Es muy doloroso continuar esta discusión tan triste, porque sin duda yo como mujer también tengo miedo de salir a la calle en mi propio país, día con día, porque la vida sigue, hasta que un día, simplemente ya no. Hay que hacer algo. ¿Pero qué?
No he dejado de escuchar a la gente pelear en estas últimas horas respecto a los monumentos vandalizados durante la marcha contra la violencia hacia las mujeres y honestamente ya no sé qué decir. ¿Es cierto que esa es la única forma de la gente hable del tema? Trágicamente parece que sí. Hoy ya nadie estaría comentando la marcha de otro modo. Pero ¿qué tanto estamos perdiendo el mensaje que queremos dar al no participar o al menos algo que es escandaloso y sin duda violento? Mucho, me parece. Aventar cifras ya cae en oídos sordos. Contar historias, las pocas que realmente se cuentan, muchas veces caen en oídos sordos porque estamos ya demasiado lastimados y no queremos más.
Convencer a los verdaderos misóginos con palabras, discursos, argumentos o incluso buenas intensiones ya ni decirlo. ¿Entonces? Incomodar. Incomodar tanto que tal vez la gente se empiece a dar cuenta de que algo más está pasando. Pero no. Hoy la nota eran los escuadrones ciudadanos limpiando el grafiti. Correcto. Bien porque lo hicieron. ¿Y el mensaje original? Pues no creo que realmente haya permeado.
Sabemos que cada vez que pasa algo así hay grupos de provocadores que buscan, precisamente, desviar el mensaje. También somos muchas las mujeres que pensamos que nunca se podrá erradicar ningun tipo de violencia con más de lo mismo. Pero me queda claro que por primera vez, quizá en toda una vida, muchas empezamos a entender porque no se ve otra salida.
No, no quiero una ciudad destruida. Pero menos quiero una con arquitectura impecable, una historia ficticia y una devastación que se mantiene a puerta cerrada. ¿Habrá forma de encontrar un punto medio?
Aquí siempre hablamos del arte como una manera extraordinaria de combatir la ignorancia que lleva a tantos a creer que la agresión contra los grupos vulnerables simplemente no es una forma de vivir. Pero tristemente hay que reconocer esos límites, en el sentido de que no hay peor sordo que quien no quiera oír.
Hace ya casi veinte años hicimos por primera vez los Monólogos de la vagina con Eve Ensler, su creadora en México y ella pidió que se incluyera un monólogo inspirado en las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Se hizo. Con los años, devastadoramente, cada vez se agregan más ciudades y peores cifras a esa parte de la obra, que nunca ha desaparecido.
Alguna vez, saliendo de dar función, alguien de alto perfil político se acercó a mí a decirme que le había divertido mucho la obra, pero que “la gente iba al teatro a divertirse, no a pasarla mal con la realidad”. Me quedé estupefacta. Hoy en día es difícil que pase un rato sin que alguien se acerque a decirme que ya no ve las noticias porque no quiere angustiarse. Pues entonces, salgan a la calle. Porque ahí está todo. Con todo y las pintas de “Ni una más˝. La ignorancia es cómplice de la tragedia.
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