Una vez más los boletos para los conciertos de Bad Bunny se convierten en controversia. Viene con su nivel de fama y con la imposibilidad de tener a todo mundo contento. El mismo día que Spotify anunció que Benito fue el artista más escuchado del mundo, en México se confirmó que sus próximos conciertos incluirán un elemento original de la gira: la casita. Un segundo escenario donde se montan varios de los éxitos, se homenajea a Puerto Rico y suelen aparecer invitados.
¿El problema? La casita estará en la zona General B. Quienes pagaron más por estar cerca del artista estarán lejos de él cuando el show se mude a ese espacio. Y el anuncio llegó cuando todo estaba vendido —menos la nueva zona de Vecinos— y a solo días del inicio de los conciertos en Ciudad de México.
La frustración es comprensible, pero conviene recordar un par de cosas. Bad Bunny ya enfrentó una querella legal debido a la existencia de esta casa: un hombre de 89 años —dueño de inmueble típico de Puerto Rico que se replicó— lo demandó alegando que no entendió lo que firmó. Para un artista que defiende a su gente, mandar el mensaje de que la ubicación cerca de él en algún momento del show no es un privilegio VIP tiene sentido.
La ubicación ha cambiado según el recinto, y aquí es donde la idea choca con la realidad: en Puerto Rico, aunque estaba al otro extremo del coliseo, la casita fue ocupada por celebridades, amigos y gente muy VIP. La democratización es del espacio, no necesariamente del círculo social del artista.
¿Conclusión? Se entiende el enojo y hasta la exigencia —fue trending topic— de que Profeco interviniera. Pero a veces hay decisiones que van con el concepto original: un diseño del artista para contar más de su tierra. Tal vez haya un punto medio entre el temperamento del fandom y lo que Ocesa puede hacer con un montaje de este tamaño.
