Hollywood tiene mala memoria. Y nosotros, como público apanicado, quizás peor. La compra de los estudios Warner por parte de Netflix —cerrada este fin de semana— tiene antecedentes. Volvamos a 1948, cuando el viejo Studio System, ese imperio donde los estudios controlaban producción, distribución, salas de cine y hasta la vida privada de las estrellas, se vino abajo. Los “Big Five” —MGM, Paramount, Fox, RKO y sí, Warner— tenían poder absoluto. ¿La resistencia? United Artists, fundada por Chaplin, Mary Pickford, Douglas Fairbanks y D.W. Griffith.
United States vs. Paramount Pictures fue el caso donde la Corte ordenó separar a los estudios de sus salas y prohibir prácticas monopolísticas como condicionar películas en paquete. Lo irónico es que Paramount —que hasta la semana pasada aún pujaba por quedarse con Warner— fue justo la pieza central de aquel fallo histórico. Pero el mundo da vueltas: en 2020, EU revocó esas reglas. Y mientras el streaming crecía, las salas dejaron de ser esenciales para la supervivencia del cine.
¿Por qué tanta alarma? Netflix no necesita cines, porque la sala eres tú. No obliga a comprar paquetes: el algoritmo ya decidió por ti. Los actores no firman contratos de siete años, pero sí overall deals sujetos a métricas que nadie más puede ver. No es el Studio System clásico, pero el talento sigue dependiendo de quien controla la ventana. Al comprar Warner, Netflix no solo adquiere un estudio: crea el primer “estudio total” de la era digital. Con HBO, DC, WB Animation y un catálogo enorme, estamos ante algo más grande que cualquier estudio de los cuarenta. Un equivalente nuclear del Studio System para estos tiempos.
