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Viva y completa

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  • Sophia Huett

La apuesta iniciaba con invitar el desayuno. Creían que era fácil ganarle a una niña haciendo lagartijas y por ello, jugaba doble: si yo ganaba, el desayuno era gratis para mis amigas. Y pocas veces les fallé. El acondicionamiento físico es mi pasión. Al ingresar a la Academia de Policía, aún con largas jornadas, salía a correr y realizaba prácticas fuera de horario con equipo antimotín encima.

En mis inicios, en el Agrupamiento Femenino, los hombres querían tomar el mando; comprendimos que debíamos tomar la responsabilidad con el compromiso de lograr operaciones efectivas, respetando la línea de mando. Y lo logramos.

Pasado el tiempo me transfirieron a un agrupamiento mixto con otros objetivos.

En el año 2010 estábamos de comisión en Ciudad Hidalgo, Michoacán. Tenía la guardia nocturna, previa a nuestra salida a las seis de la mañana a la Ciudad de México para la rotación del personal.

Al salir, le pedí a Dios que me cuidara porque tenía un presentimiento que no se acercó a lo que ocurriría. Me iba a subir de torre en el lado derecho de la patrulla pick up, pero un compañero me propuso que viajara en la cabina para resguardarme del frío y así lo hice. 

Viajábamos cinco vehículos con treinta policías a bordo. Al pasar la caseta de Zitácuaro comenzó la emboscada. La primera ráfaga entró por el parabrisas. Me bajé de inmediato para repeler, pero los disparos eran cruzados, de frente y detrás del convoy.

Sentí la pierna izquierda caliente con el primer impacto, pero seguí en posición. La segunda bala la recibí en el brazo izquierdo. Luego hubo un ruido ensordecedor, mi brazo se desvaneció y mi arma cayó al piso: me impactó una granada. No había tiempo para el miedo, tenía que salvar la vida y con mucho esfuerzo me arrastré debajo de la camioneta para protegerme.

Boca abajo, comenzó a aplastarme el eje de las llantas y no podía respirar. Sentí otros dos impactos más en el glúteo derecho. Habían pasado 25 minutos desde el inicio del ataque. Cuando cesaron los disparos escuché pisadas a mi alrededor y gritos de los delincuentes. Una voz descontrolada presumía su supuesta victoria sobre los policías federales, seguida de una ráfaga de disparos. Todo quedó en silencio.

Casi todos mis compañeros estaban heridos. Uno de ellos me buscaba y al verme atrapada me pidió que esperara por ayuda. Los vehículos pasaban, pero nadie se detenía, hasta que finalmente alguien ayudó a levantar la camioneta para sacarme.

Me subieron a una camioneta de redilas, pero ya no sentía mi cuerpo. El compañero que pusieron junto a mí pedía desesperadamente ayuda, yo solo alcanzaba a ver sus dedos desprendidos y mucha sangre. Como él, fallecieron otros compañeros más, incluyendo el que tomó mi lugar para que yo viajara en la cabina.

Llegué vía aérea a la Ciudad de México para ser operada. Vi a mi madre y hermanos, que no pudieron ocultar su preocupación. Tenía el brazo izquierdo muy lastimado, un impacto en el hombro derecho, fractura en peroné izquierdo, los nervios del glúteo dañados, otro impacto más en pantorrilla izquierda y lesiones por esquirlas de granada.

Quince días hospitalizada, cuatro meses en silla de ruedas y un año y medio en terapia física. Me recuperé convencida de que estaba viva y completa por una razón. Me reincorporé al área operativa e incluso tomé un curso de paracaidismo. Dios me dio la oportunidad de vivir y refrendar mi compromiso con México.

Estoy orgullosa de lo que valemos las mujeres; no somos más ni menos que los hombres, sino compañeras con las que se puede trabajar hombro con hombro. Como policías, escuchamos el latido de nuestro corazón, sabiendo que el reto que vivimos, dejará sus frutos. 

Sophia Huett

Vivencia de la policía tercera Ileana González, Policía Federal
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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