Que no le dispararan en el rostro y que le prendieran con alfileres la ropa, a lo largo y ancho de su falda, para que al caer su cuerpo fusilado, no se le descubriera ni siquiera el tobillo.
Literal, antes muerta que sencilla, porque quiso y porque pudo, así fue Tomasa Esteves.
De niña, escuché hablar de Doña Josefa Ortiz de Domínguez como la única mujer presente en la lucha por nuestra Independencia. No había sido “operativa” ni ideóloga. En mi mente se formó la idea de que fue una de las mujeres que albergaba en su casa reuniones de los grandes luchadores, haciéndose cargo de la comida y sentada cuando así se lo permitían, en las sillas de alrededor de quienes tomaban las decisiones.
El mayor mérito que se le dio fue “un pitazo” a tiempo.
También desde niña sospeché que no había sido la única, y que su inclusión en la historia de México habría sido la manera de incluir una figura femenina para que nos sintiéramos representadas.
Y no estaba equivocada.
Tomasa, con quien inicié este texto, es una de esas muchas mujeres olvidadas en la historia que los héroes y escribanos nos contaron y que poco a poco, a fuerza de replantear nuestra historia, han salido a la luz.
Fue originaria de Salamanca, Guanajuato, nacida probablemente en el año de 1778. Se dice que, tras ser inspirada por un discurso de Miguel Hidalgo, se volvió insurgente junto con su esposo, quien perdió la vida a manos del Ejército Realista.
En los primeros años, Tomasa se destacó por auxiliar enfermos y heridos, pero su papel fue adquiriendo relevancia, al grado de ser considerada una espía (agente de inteligencia) que obtenía información confidencial sobre los movimientos del ejército español, a cuyos soldados incluso logró convencer de unirse a las filas Insurgentes.
Además de obtener recursos para la causa, integró el primer frente Insurgente en Salamanca, junto con un sacerdote y un “guerrillero insurgente”.
Con la persuasión como su principal arma y con el “defecto” principal de una gran belleza, Tomasa fue arrestada después de cuatro años. Agustín de Iturbide ordenó fusilarla, como una causa personal. Su cabeza fue cortada y exhibida.
Irónicamente, uno de los pocos documentos que refieren su nombre, es el propio Diario Militar de Agustín de Iturbide:
Viernes 5 de agosto, 1814: Fueron pasados por armas los tres reos aprehendidos en Valtierra y como por sus declaraciones se averiguó que una mujer de esta vecindad, ha sido la principal agente en procurar la deserción de los “Patriotas” que considerablemente se ha verificado en el mes anterior; después de aprehendida y sustanciado su proceso, mandé que se pusiese en capilla para que se le aplique la pena ordinaria, en castigo de tan enormes delitos, y para escarmiento de su sexo.
Martes 9 de agosto: Fue pasada por las armas la mujer seductora cuya cabeza se ha puesto en la Plaza Pública.
Las conversaciones de Félix María Calleja y Agustín de Iturbide hacen referencia escrita del fusilamiento de aquella mujer, comisionada para seducir tropa y que habría sacado mucho fruto por su bella figura, a no ser tan acendrado el patriotismo de estos soldados.
Fue valiente y serena, hasta el final; aún hoy se le describe como “mujer de singular belleza y astucia”. En lo personal, afirmo que la belleza, astucia, valentía y la serenidad no son características “singulares” para un género que ha vivido luchando, también por la Independencia de su país.
Tomasa Esteves fue una de las tantas mujeres a quienes la historia no les dio su lugar, pero sin quienes el México libre, no podría explicarse.
Compañeras, todavía faltan muchas alhóndigas por incendiar.
Sophia Huett