No hay tema más importante en este momento, Donald Trump ha rendido protesta como presidente de los Estados Unidos de América y el escenario nos llama a todos los mexicanos, a una unidad sin ingenuidades.
Durante su campaña, su narrativa fue feroz contra México; ahora como presidente, sus promesas se están convirtiendo en órdenes, y las afectaciones ya se sienten. Han sido días y noches eternas para millones de familias mexicanas que viven en los Estados Unidos.
El punto central de la situación pasa por saber qué tan lejos llegará esta narrativa, considerando que pudiera también repercutir en serias afectaciones para nuestro principal socio comercial.
BBVA ha estimado que hay alrededor de 10 millones de trabajadores indocumentados, lo que representa el 6% de su fuerza laboral, y ha advertido que un programa de deportaciones masivas tendría un fuerte impacto inflacionario y de contracción económica.
El banco califica como “baja” la probabilidad de que las deportaciones masivas ocurran por el impacto en la propia economía americana, pero lo cierto es que el discurso de odio, el temor que se propaga y el previsible incremento en las deportaciones para legitimar lo dicho, significan y significarán: sufrimiento, separación y proyectos de vida hechos pedazos.
Además de las deportaciones masivas, del discurso de odio contra todos los migrantes y contra la comunidad LGBTIQ+, de la orden de abandonar la Organización Mundial de la Salud y de desistirse de los acuerdos y medidas en pro del medio ambiente, está el tema de los impuestos.
De cumplirse la imposición de un 25% de aranceles a los productos provenientes de nuestro país, la economía mexicana perdería un punto porcentual de crecimiento para 2025, con lo que solo creceríamos 0.6%, de acuerdo con la calificadora Moody´s.
Y más allá del impacto inmediato, gran parte de la lógica comercial de nuestro país tendría que replantearse para buscar otros mercados. De nuevo, nuestra esperanza pasa por señalar que también tendría graves efectos negativos en la economía americana.
Son momentos que demandan unidad, pero una unidad sin ingenuidades. Hay que tener la madurez de reconocer las graves fallas en nuestro país con políticas, situaciones y perfiles indefendibles; y en esa misma madurez saber que a nadie le va bien si le pasan por encima a nuestro país.
Al discurso de odio, uno de unidad, no uno que promueva la radicalización.