“Espantado de todo, me refugio en ti.
Tengo fe en el mejoramiento humano,
en la vida futura, en la utilidad de la virtud,
y en ti.”
José Martí escribió estas líneas dedicadas a su hijo con una idea clara: la esperanza en el mundo no se sostiene en abstracto, sino en las personas que vienen después.
Es una de esas frases que ganan sentido con los años, no porque se transformen, sino porque cambia quien las lee.
Hoy es uno de esos días de pausa. Un momento para mirar lo vivido con mayor calma, reconocer las ausencias y agradecer las presencias que siguen dando sentido al camino.
Un 24 de diciembre falleció mi abuelita. No lo digo desde la nostalgia, sino desde la certeza de lo que representó. Fue refugio en el sentido más pleno de la palabra: frente al miedo, la incertidumbre y un mundo que a veces se vuelve áspero.
En ella no hubo grandes discursos ni lecciones formales, sino algo más valioso: constancia, cuidado y una forma silenciosa de enseñar a estar.
Con el tiempo se entiende que la familia sostiene más de lo visible: ahí la virtud se aprende en lo cotidiano y se construye una ética que luego se proyecta —o se extraña— en la vida afuera.
Con el paso del tiempo, uno también piensa en lo que habría que decirle a una niña o a un niño: no desde la autoridad, sino desde la experiencia; no para prometerle un mundo fácil, sino para ayudarle a caminarlo mejor.
Habría que decirle que el mundo no siempre será justo ni sencillo, y que habrá momentos en los que todo parezca confuso. Que no siempre se gana y que no todo sale como se espera. Pero también que vale la pena aprender a estar, a cumplir y a hacerse responsable, incluso cuando nadie está mirando.
Decirle que la palabra importa, que cumplirla da tranquilidad y evita daños innecesarios. Que pedir ayuda también es una forma de fortaleza, igual que cuidar de los demás.
Decirle que la familia no es perfecta, pero que ahí se aprende lo esencial: a convivir, a respetar diferencias y a entender que nadie camina solo. Que los errores enseñan cuando se asumen y que el ejemplo pesa más que cualquier consejo.
Decirle que no todo depende de él, pero que siempre hay algo que sí. Que haga bien lo que le toca, que no se acostumbre a la indiferencia y que siempre recuerde de dónde viene.
En enseñar eso, con palabras y ejemplo, se juega mucho más de lo que creemos.