La crucifixión de Cristo, más allá de su dimensión religiosa, siempre ha sido la figura arquetípica del disidente. Denunció y confrontó en su momento a poderosos, religiosos, políticos corruptos, ambiciosos e hipócritas quienes usaban un discurso moral para engañar al pueblo y proteger sus privilegios invocando valores; pero en realidad lo hacía con cinismo y doble moral, violando así los derechos bajo injusticias ante el pueblo.
Aunque la iglesia ha enfocado a Cristo en su divinidad, esto no permitió entender su liderazgo ni su lucha por la igualdad, el amor y la paz. No hay duda de que el nuevo testamento enseña la realidad de su lucha contra los gobernantes y los poderosos políticos, acompañado de una revolución popular que logró cambiar al mundo.
Él tenía libertad en su forma de pensar, de entender el derecho y la justicia de la gente; algo que ningún otro humano ha tratado de cambiar. Todo esto transmite el valor del ser humano y la importancia de la igualdad con el prójimo. La mayoría de sus enseñanzas se enfocaron correctamente a la salvación del pueblo y en cambiar el modo de vivir, respetar al prójimo, brindar amor y paz.
Con la resurrección y ascensión del espíritu del hombre, nos da a entender que la vida surge con el nacimiento y no concluye con la muerte; por el contrario, trasciende a lo que hacemos en este plano terrenal. Se abre el camino para entender una nueva vida de valores y amor, obedeciendo la ley y cumpliendo con toda justicia transferida por la igualdad, el derecho y la paz,
Lo visto, es que los políticos al día de hoy no han entendido las enseñanzas de Cristo, solo tratan de engañar al pueblo al fingir la cercanía a su imagen. Han robado con fe, miente con convicción, traiciona con estilo y todo en demagogia en nombre del pueblo; este estilo de política, genera adicción y patología.
Lo más irónico es que estos políticos profesionales se olvidan que tarde o temprano serán juzgados por la ciudadanía.