Lo material implosionó lo humano. No fueron microsegundos los que se necesitaron para acabar con la dignidad humana; fueron décadas de tergiversar los conceptos, de corromper los derechos, de ensuciar las razones, de dejar de vernos como iguales -si es que algún día nos vimos y reconocimos con los mismos derechos-.
Nos dejamos de ver como humanos cuando varias cosas pasaron, aunque me detendré sólo en dos. Cuando la llegada de Internet trajo consigo la era digital, también irrumpió las zonas de confort de los resignados a vivir la vida que les había tocado. Al acceder a otras imágenes, a otra información, a otros diálogos, el mundo digital provocó muchas cosas buenas, pero también despertó la ambición y envidia de los más, y los sueños y aspiraciones de otros tantos.Al hacerlo, lo material ganó terreno a lo humano, poco a poco hasta casi desaparecerlo. Luego vinieron las redes sociales y lo menos importante se ubicó en los primeros lugares, y las ideas y el pensamiento analítico fueron minimizados y desplazas por el espectáculo, el morbo, la desinformación. Para cuando nos dimos cuenta,el mundo había cambiado radicalmente en tan sólo dos décadas.
Otro elemento que es determinante en esta implosión es la destrucción de eso que alguna vez se conoció como el respeto y otros valores. El respeto por el otro, por la vida del otro-por ejemplo-, sería una de las pérdidas más visibles que como humanidad hemos tenido porquecada vez vale menos, mucho menos, la vida del otro. En el espacio digital, el respeto por el diferente, por las creencias de ese, sean políticas, sean religiosas, sean filosóficas, es otra de las pérdidas más lamentables. Ahí, en la era digital, las personas creen que su derecho a expresarse ampara el acoso y el odio, los estereotipos y los prejuicios y, quizá por eso -entre otras razones- las redes sociales son usadas por estas personas para vomitar odio contra todo aquel que no piense o crea en lo mismo que él. Y así, muchas pérdidas más: el respeto por el que tenía mucho o poco;el respeto por la opinión del otro:el respeto por los adultos mayores, por las mujeres, por los más vulnerables. El respeto por aquellos que padecen dos o tres discriminaciones encima: que si porque es mujer, que si porque es indígena y, además, que si porque cree en un ser superior distinto al de la mayoría.
Si, además, sumamos que los hechos objetivos cada vez tienen menos influencia en definir la opinión pública en la misma medida en que la posverdad basada en la exclusión y estigmatización cobra mayor fuerza para nublar la razón humana, entonces nos damos cuenta de cómo hemos ido perdiendo esa cualidad que alguna vez nos distinguió.
Las anteriores no son las únicas razones que explicarían lo mal que está el país en materia de “ética y valores”, pero aportan a la reflexión del imaginario algunas ideas que se pueden desdoblar en más análisis sociales hasta encontrar más causas que expliquen el punto al que hemos llegado.
Sara S.