Ni el Episcopado Mexicano, ni el Vaticano, avanzan como muchos quisieran para cubrir las siete sedes episcopales vacantes, y se camina a paso lento en la aceptación de renuncia de seis obispos que han llegado y superado el límite de edad para dimitir como titulares de una diócesis, sea residencial o titular de ella.
El estatus del Episcopado Mexicano está así al día de ayer, y en espera que “pronto” comiencen a nombrar nuevos obispos, incluidos cambios:
Iglesias particulares vacantes: la prelatura de Jesús María del Nayar, en la zona norte de Nayarit, sin prelado desde el 11 de febrero de 2022, cuando su titular fue trasladado como obispo de Chilpancingo-Chiala, luego que el Papa aceptó la renuncia por límite de edad a Salvador Rangel Mendoza. Un cambio que implicó echar mano de otro obispo de formación franciscana (OFM).
Luego está Tenancingo, Estado de México, vacante desde el 19 de marzo de 2022 al trasladar a su entonces obispo Raúl Gómez González como arzobispo de Toluca, Estado de México, tras aceptar el papa la renuncia por límite de edad de Francisco Javier Chavolla Ramos.
A esta diócesis le siguen Tacámbaro, Michoacán, cuando Gerardo Díaz Vázquez fue trasladado como obispo de Colima, diócesis que había quedado vacante en diciembre de 2021, cuando Marcelino Hernández Rodríguez llegó a los 75 años de edad, y que el Derecho Canónico establece que presenten dimisión a sus responsabilidades, acción sujeta a la aceptación del Papa.
A esa lista le sigue Nuevo Laredo, Tamaulipas, cuyo obispo Enrique Sánchez Martínez fue trasladado el 11 de septiembre de 2022 a la diócesis de Mexicali, Baja California, pues su obispo, José Isidro Guerrero Macías había fallecido en febrero de ese año.
Le sigue como vacante Nuevo Casas Grandes, Chihuahua, vacante desde el 21 de septiembre de 2023, cuando su obispo José Jesús Herrera Quiñonez fue trasladado por el Papa como obispo de Culiacán, Sinaloa, pues su residencial, Jonás Guerrero Corona ya superaba los 76 años y el Papa le había aceptado su renuncia al cargo.
Finalmente, está Nogales, Sonora, vacante apenas el pasado 19 de marzo, al trasladar el Papa a su primer obispo a la diócesis vacante de San Juan de los Lagos, Jalisco. Esta diócesis jalisciense, segunda en importancia de Jalisco luego de la arquidiócesis de Guadalajara, había quedado vacante en marzo de 2022, pues el Papa trasladó a su obispo residencial, Jorge Alberto Cavazos Arizpe a la arquidiócesis de San Luis Potosí, que, por cierto, también había quedao vacante en marzo de 2022 tras la aceptación de renuncia de su residencial Jesús Carlos Cabrero Romero.
Como se podrá observar, se registra como constante el reacomodo con traslados de obispos. La promoción de nuevos obispos es más lenta. De diciembre de 2022 al día de ayer sólo se han promovido cinco nuevos obispos, tres para ser auxiliares de otros obispos, uno coadjutor (auxiliar, pero con derecho a suceder al obispo residencial), y otro como obispo residencial: Miguel Ángel Espinoza Garza, coadjutor de La Paz, Baja California Sur; Jesús Omar Alemán Chávez, residencial de Cuauhtémoc-Madera, Chihuahua; Mario Medina Balam, auxiliar de Yucatán; Carlos Alberto Santos García, auxiliar de Monterrey; y Francisco Javier Martínez Castillo, auxiliar de Puebla.
Ahora, si observamos qué obispos ya cumplieron 75 años de edad y están a la espera de que el Papa acepte su dimisión se están Andrés Vargas Peña, obispo de Xochimilco, Ciudad de México; con 77 años; el arzobispo de León, Guanajuato, Alfonso Cortés Contreras, quien tiene 76 y meses de edad; en la misma situación están Óscar Armando Campos Contreras, obispo de Ciudad Guzmán, Jalisco, y Alonso Gerardo Garza Treviño, obispo de Piedras Negras, Coahuila.
A ellos, con 75 años recién cumplidos están Domingo Díaz Martínez, de Tulancingo, Hidalgo; y José Francisco cardenal Robles Ortega, arzobispo de Guadalajara.
Ciertamente no es lo mismo aceptar inmediatamente la renuncia de un obispo de una diócesis histórica-referencial, como sería Guadalajara, o bien una con rango de arquidiócesis. Además de esos factores se considera la salud del obispo e incluso casos personales del obispo, sea expuestos por él ante el Papa para que acepte pronto su renuncia e incluso, externos, por “recomendaciones” sociales incluso políticas. Recordemos el Caso de Sergio Méndez Arceo, de Cuernavaca Morelos, a quien el Papa le aceptó su renuncia le mismo día que cumplió sus 75 años; o Bartolomé Carrasco Briseño, de Oaxaca, o Samuel Ruiz García, de San Cristóbal de las Casas, a quien le aceptó su renuncia cuatro meses después de llegar a la edad límite; Adalberto Almeida y Merino, arzobispo de Chihuahua; o a Manuel Talamás Camdari, de Ciudad Juárez; en canto cumplieron 75 años. A estos últimos, por cierto, por gestiones del entonces Jerónimo Prigione, representante del Papa en México, se les impuso un obispo coadjutor cuando estaban en funciones. Estos obispos, por cierto, no sólo fueron “incómodos” para el gobierno otrora hegemónico de México, sino para la propia Iglesia por sus posiciones críticas en los campos sociales y políticos. Muy “incómodos”, por cierto, cuando Prigione “negociaba” el reconocimiento de las Iglesias mediante una reforma constitucional con Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). Vaya época del Episcopado Mexicano que se sacudía el “modus vivendi”.
¿Por qué la lentitud en aceptar renuncias y cubrir sedes vacantes como si fuese un juego de ajedrez, moviendo obispos de una posición a otra (al menos eso parece)?
Cada caso amerita una observación particular. Contextos, necesidades locales, tanto sociales como eclesiales (sobre todo considerando al presbiterio que integra cada diócesis).
El proceso de aceptación de renuncia de un obispo, que implica que la sede sea quede vacante, el traslado de un obispo a otra sede y la promoción de sacerdotes al episcopado van en caminos separados pero convergentes. Procesos en los que “llevan mano” los obispos de las diócesis implicadas, así como las vecinas o las que forman parte de la provincia eclesiástica (región), el peso y gestión del arzobispo de la región, el presbiterio de las diócesis, liderazgos incluso de laicos locales, el presidente del Episcopado Mexicano, el nuncio apostólico, el Dicasterio de los Obispos en el Vaticano que analiza y filtra como lo hace el nuncio a los candidatos a traslado o promoción de sacerdotes a ser obispos, y finalmente el Papa, quien tradicionalmente cada sábado recibe el cardenal prefecto de los obispos para recibir ternas de candidatos a traslado o promoción al episcopado, y se “toma” unos días para estampar su firma en uno de ellos con la leyenda “eligo” (elijo), para luego ser notificado el señalado, esperar su aceptación y hacer efectiva su designación-elección.
Así como en San Juan de los Lagos, “joya de la corona episcopal” entre diócesis, e incluso la mayoría de las arquidiócesis (Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey, Puebla y Morelia, están en otro rango) estuvo en boca de sacerdotes y obispos con particular intensidad desde febrero pasado, pues “ya estaba por darse” la designación de su nuevo obispo, ahora, como dicen algunos, está por darse una “lluvia de mitras” (que distingue a un obispo de un presbítero).