La declaración más escandalosa de Hugo Chávez —no sólo en su condición de jefe de Estado sino como responsable directo de las políticas públicas dirigidas a garantizar la protección de sus ciudadanos— sigue enfervorizando a los izquierdosos radicales: “Si yo fuera pobre, también robaría”, gruñó en la tribuna el comandante, recién aupado al poder, en 1999, por el pueblo sabio venezolano.
Convencidos, esos mentados sectarios, de que la delincuencia y la pobreza van de la mano y sin detenerse a pensar que las primerísimas víctimas de los rateros son las personas de menos recursos, validan de hecho el delito y le abren la puerta, cuando una nación sobrelleva el infortunio de que gobiernen, a una estremecedora violencia criminal.
La benevolencia de esa gente es muy sospechosa: la dureza que exhiben para juzgar los delitos de “cuello blanco” es inversamente proporcional a la disposición que tienen para comprender al infeliz que, salido de una novela de Victor Hugo o de un descarnado relato de Charles Dickens, se roba una manzana para poder meramente comer. Ocurre, sin embargo, que en nuestros países no son los más miserables los que roban sino, simplemente, los más cínicos, los más inescrupulosos, los más ventajistas, los más canallas, los más crueles y los más desvergonzados, con perdón del rosario de adjetivos.
Las veces que me han asaltado, en mi condición de indefenso poblador de diversas ciudades del territorio patrio, no me pareció que el atracador de turno proviniera de los estratos más bajos de la injusta y desigual sociedad mexicana sino que enfrente tuve a un declarado clasemediero provisto, encima, de un arma que no te la compras por dos pesos.
El impulso de robar, de secuestrar, de cortar orejas, de matar a un semejante o de torturarlo durante horas enteras no surge de ser pobre, señores socialistas patrocinadores del hampa, sino de una escalofriante ausencia de principios morales y de la dejadez del Estado en el apartado de la educación y la transmisión de valores.
El interesado “buenismo” de esos paternalistas tan comprensivos y consintientes lo único que va a lograr es que se dispare la delincuencia. Bueno, ya se disparó…
Román Revueltas Retes
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