El avasallador triunfo del oficialismo en las elecciones más importantes desde que tuvo lugar la primera alternancia democrática en México nos hace ver, a quienes no comulgamos con el régimen de la autonombrada 4T, que no estábamos verdaderamente enterados de cómo van las cosas en este país.
El escribidor de estas líneas creyó percibir una atmósfera de jubilosa ciudadanía el 2 de junio: grandes filas en los centros de votación, participación masiva en muchísimos puntos del territorio nacional, en fin, parecía que esa gran movilización de los mexicanos resultaba de una toma colectiva de conciencia y de la muy saludable respuesta de los gobernados a una realidad que, hay que decirlo y remarcarlo, es muy adversa.
Ocurrió, sin embargo, que el desenlace no reflejó en lo absoluto esa ilusionante experiencia de un momento. No sólo eso: sopesando la probabilidad de que la victoria de la candidata oficial –tan anunciada y pronosticada– se volviere un hecho consumado, esperábamos que la conformación de las fuerzas políticas en nuestro Congreso bicameral pudiere asegurar ciertos mínimos equilibrios y contrapesos al poder presidencial. Pues no. No se consumó tampoco esa expectativa.
Nos encontramos así en un universo totalmente diferente, tan inesperado como asombroso: el régimen de Morena tiene en sus manos todas las potestades y atribuciones posibles. El propio López Obrador no contó, al conquistar la presidencia de la República, con tan formidable arsenal.
La gran pregunta, entonces, es lo que va a hacer el sistema morenista con parecido poder en sus manos. Y, hay que decirlo, se dibujan muy inquietantes perspectivas en el horizonte, comenzando por las reformas, ya anunciadas, para que los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación sean elegidos mediante un extraño mecanismo de votación popular, que los jueces se plieguen a los designios del Ejecutivo, que el organismo que lleva a cabo los procesos electorales deje de ser ciudadano e independiente, que los entes autónomos del Estado desaparezcan y que todas las facultades se concentren consecuentemente en la figura de la primera mandataria, sin la debida rendición de cuentas y sin fiscalización alguna por parte de nadie, mucho menos de los ciudadanos.
No podemos más que esperar, para comenzar a ver lo que nos espera.