Imaginen ustedes que el régimen de doña 4T tuviera en sus arcas miles y miles de millones de revaluados pesos mexicanos. Y, desde luego, que en ese idílico escenario no irrumpiera la deletérea plaga de la corrupción, o sea, que los amigos y socios de las más encumbradas familias de la casta morenista no se dedicaran, digamos, a vender a sobreprecio el balasto para las vías del Tren Maya, que no fueran los privilegiados traficantes de los insumos que adquiere papá Gobierno y que no les fueran asignadas obras públicas así nada más, por adjudicación directa, sin tener que concursar con otros constructores.
Pues bien, ¿qué harían esos beneméritos cuatroteístas, encargados de cristalizar en sus augustas personas la transformación histórica que tan desfachatadamente se han adjudicado? Podemos anticipar, especulando sin excesivos atrevimientos, que multiplicarían los socorros a las clases populares, que aplicarían subsidios a diestra y siniestra para que los pobladores de esta nación no tuvieran que apoquinar lo que cuesta proveerles de agua, electricidad, telefonía y transporte público, que implementarían la gratuidad en todo lo que suele ser pagado (entre otras mercedes, asegurarían que a cada hogar se le repartieran semanalmente los productos de la “canasta básica” y que ningún medicamento fuere vendido, sino regalado alegremente en la clínica del barrio), que garantizarían becas a millones de jóvenes y, para no seguir ya con este feliz recuento de caridades, que instaurarían un sistema universal de pensiones y un paralelo seguro colectivo de desempleo.
De pasada, tal vez electrificar el ferrocarril que se ha construido en la península de Yucatán, añadirle otra vía para que el tren circule de ida y vuelta como ocurre con los convoyes en Europa y China, y, ya en plan grandioso, comenzar de cero y poner rieles que sirvan para que circulen trenes de alta velocidad, a 350 kilómetros por hora en lugar de los 120 que alcanzan —no siempre, pero en algunos momentos estelares— las locomotoras a gasóleo, de segunda mano, que ahora realizan el recorrido.
Una bella utopía, un mundo feliz, un sueño… Pero, justamente, ¿por qué no ha ocurrido ese portentoso milagro y por qué no vivimos, nosotros los mexicanos, una realidad tan hermosa? Muy simple: los impuestos cobrados a los ciudadanos no bastan para que se acumulen millonadas y en las arcas del Estado se almacena solamente una fracción de la fantaseada opulencia. Dicho de otra manera, escasea el dinero, no hay plata suficiente, no alcanza lo que se tiene. Peor todavía, el faltante se enmienda pidiendo prestado, a saber, emitiendo bonos que compran personas particulares (o grandes fondos internacionales de inversión) y que en su momento tendrán que serles reembolsados, encima, pagándoles una tasa de interés.
Los populistas satanizan al dios dinero. Y, miren, es lo primerísimo que les hace falta...