Los izquierdosos, como todos los sujetos infectados de radicalismo, son inmunes a las más evidentes realidades del mundo: bastaría con hacerles ver que miles y miles de cubanos han abandonado el paraíso socialista para afincarse en… Estados Unidos, o que la cuarta parte de la población de Venezuela —unos siete u ocho millones de habitantes— ha salido de su país para no sobrellevar las durezas de la mentada Revolución Bolivariana.
Pero no: son expertos en repartir culpas en lugar de admitir las más mínimas responsabilidades y la miseria que fabrica su venerado modelo se la endosan siempre a un gran causante, sea el sempiterno imperialista del exterior o un antiguo gobernante autóctono cuya perniciosa herencia no se puede deshacer, aunque hayan pasado décadas enteras desde que soltara las riendas del poder.
Lo de Venezuela, un país en ruinas, no hay manera de explicarlo más que a través de una simple radiografía, o sea, identificando a los gerifaltes del régimen como lo que son, unos opresores del pueblo disfrazados de salvadores. Y además empeñados, por encima de todas las cosas, en seguir ejerciendo despóticamente el mando.
Lo más asombroso es que el tiranuelo y sus secuaces despiertan todavía simpatías en la grey de los presuntos progresistas del planeta —entre ellos, Jean-Luc Mélenchon, uno de los líderes del Nuevo Frente Popular, la coalición de izquierda que acaba de obtener el primer lugar en las pasadas elecciones legislativas en Francia— en lugar de merecer la condena universal de quienes se ostentan como demócratas.
En lo que toca, justamente, a llamar las cosas por su nombre, la calculada tibieza de los encargados de la política exterior de nuestro país, por no hablar de las adhesiones que suscita el señor Maduro entre las huestes de Morena, es verdaderamente ofensiva para millones de venezolanos, empobrecidos y privados de derechos.
Este fin de semana tendrán lugar unas elecciones tan amañadas que a María Corina Machado, conspicua opositora y mujer tan combativa como valiente, no le permitieron los chavistas presentarse como candidata. Respondiendo a esta arbitraria interdicción, anunció entonces que Corina Yoris Villasana sería quien la representaría en los comicios. Pues, a esta segunda aspirante le impidieron registrarse y, al final, Edmundo González Urrutia, un diplomático honorable de muy mesurados modos, será el que hará frente al avasallador aparato del oficialismo en Venezuela.
La gran pregunta, advirtiendo la perversidad de quienes han confiscado a la torera el marbete de “bolivarianos”, es si respetarán los resultados de las votaciones.
Maduro es ya un personaje absolutamente impopular en la nación suramericana, por más que la izquierda radical del mundo se empeñe en mirar hacia otro lado o en fabricar quimeras. Pero, amparado por unas Fuerzas Armadas corrompidas, por los potentados que medran a su sombra y por los caudales del narcotráfico, será un verdadero milagro que se retire señorialmente del escenario.
Crucemos los dedos este domingo.