El consumidor de clase media es atenazado, en su cotidianidad, por el correspondiente rosario de adversidades: el tráfico infernal de las calles, la carga de las colegiaturas, el pago de las tarjetas de crédito y la circunstancia de que el dinero nunca alcanza. Hay también bondades en su horizonte, desde luego, pero el componente de insatisfacción permanece.
El individuo de la clase trabajadora sobrelleva durezas mucho más severas: ahí donde el empleado con coche se desespera de no avanzar de camino a la oficina, él se encuentra hacinado en alguno de esos destartalados vehículos del miserable transporte público que tenemos en este país y ha debido salir de casa mucho más temprano porque, habitando en la periferia, el trayecto hacia su centro de trabajo es más largo; la paga que recibe es insuficiente; la propia fajina que desempeña entraña excesivos agobios; no se beneficia de unos servicios de salud mínimamente dignos; y, finalmente, no tiene siquiera asegurado su futuro porque los montos de su jubilación serán absolutamente exiguos.
El ciudadano pobre, por su parte, vive en un total desamparo, abandonado a su suerte por un Estado que, en el mejor de los casos, reparte meramente dádivas y que no se responsabiliza siquiera de garantizar seguridad pública o de brindar una educación de calidad.
En estos tres casos, la insatisfacción personal está presente en diferentes niveles. Sigue resultando muy extraño que las poblaciones de los países desarrollados, conformadas mayormente por individuos del primer grupo, desestimen los provechos que les garantiza el orden democrático y que terminen porconsagrar a un Donald Trump (o a una versión más diluida como Boris Johnson).Porque, no se puede decirque tengan una existencia miserable por más que algunas zonas urbanas de Filadelfia estén muy deterioradas o que los trenes de la Deutsche Bahn se retrasen o que Emmanuel Macron pretenda añadirle dos añitos a la edad exigida para pensionarse.
En estos pagos la clase media, por el contrario, no es ni lejanamente tan beligerante. Su descontento no le pasa todavía factura al “orden establecido” sino, al contrario, aspira a que las cosas vuelvan a ser como en los tiempos del PRIAN.
Pero, al mismo tiempo, sectores enteros de la sociedad han elegido el camino del populismo de izquierda. ¿Saben adónde los llevará, al final?