Ustedes perciben tal vez una cálida atmósfera navideña, amables lectores, pero este escribidor experimenta otra realidad: las suaves nostalgias de la temporada se diluyen, me parece, en un ambiente cargado de desasosiegos y ansiedades.
El mero hecho de no poder andar por el mundo con el alegre desenfado que acostumbramos en las fiestas le resta alientos a esta gran celebración. Y no es solo la experiencia directa de las medidas restrictivas que dictan las autoridades —el cierre de restaurantes, bares y cafés, lugares donde nos reunimos para departir con nuestros semejantes; la obligación de andar con el fastidioso tapabocas; la mentada “sana distancia” que nos imposibilita gestos tan espontáneos y naturales como el abrazar a un amigo; o, finalmente, un paisaje de comercios clausurados y calles desiertas— lo que se interpone en nuestro ánimo sino que en el ambiente se dibuja, querámoslo o no, la peor de las amenazas, a saber, la de no salir de este trance con vida.
La Navidad se hermana con los ritos paganos de los antiguos: temían, nuestros ancestros, que el creciente acortamiento de la luz que el Sol desparramaba sobre sus comarcas terminara por llevarnos a todos a una era de tinieblas perpetuas. Y así, ocurrido el solsticio de invierno —el día con menos fulgor solar de todo el año en el hemisferio septentrional— y alargándose de nuevo, así se tratara de unos fugaces minutos nada más, la luminosidad de la jornada siguiente, festejaban con desbordantes solemnidades el retorno de la vida.
Hoy, superpuesto el ceremonial cristiano a aquellas festividades, celebramos el nacimiento de Jesucristo decorando el paisaje con nórdicos pinos y renos que jamás hemos visto en estos pagos. Ah, y el gran protagonista es un personaje gordinflón ataviado de extraños ropajes, un hombre que ya no es siquiera el San Nicolás de nuestra tradicional liturgia —ni tampoco Papá Noel— sino un tal Santa-Claus venido directamente en trineo volador del Polo Norte.
Muy bonito y primoroso todo, aunque la gente solitaria se entristece y las familias rotas no sobrellevan tampoco demasiado bien el trámite. No nos había tocado, sin embargo, Navidad con epidemia medieval. Es una combinación extraña, ya les decía yo, y los ánimos no son los de siempre. En fin…
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