México sobrelleva una escalofriante descomposición social. La más palmaria manifestación del derrumbe es la violencia criminal pero en el escenario se advierten otros signos, muy inquietantes, de una deriva que puede comprometer, al final, la viabilidad misma de la nación.
Entre otras cosas, vamos a pagar un altísimo precio por el estrepitoso fracaso del proyecto educativo, responsabilidad directa de los regímenes priistas que alentaron durante décadas enteras políticas clientelares para agenciarse los favores de un gremio magisterial cada vez más combativo y de la consecuente indisposición (o incapacidad) de Vicente Fox, el primer presidente de la alternancia democrática, a cambiar de raíz las cosas sacando provecho del colosal voto de confianza que le otorgaron en su momento los ciudadanos (vaya desperdicio, señoras y señores, otra más de esas oportunidades perdidas que parecen dibujarse una y otra vez en el paisaje mexicano).
Hubo un intento de corregir el rumbo, con la ejemplar reforma educativa emprendida en el gobierno del denostado Enrique Peña. La desmanteló doña 4T, faltaría más.
El aprendizaje en las escuelas no es solamente la incorporación de habilidades y conocimientos sino la paralela asimilación de valores cívicos. La persona, al concluir exitosamente los periodos de una enseñanza bien impartida, ha desarrollado ya una sensibilidad para entender el mundo y responder con una mínima entereza a los retos de la existencia. Pues bien, nuestros maestros no sólo enseñan pobremente sino que se han desentendido de sembrar la semilla de la moralidad pública que tanto necesita este país.
En la familia no parecen ir mejor las cosas. La viuda de Carlos Manzo, el alcalde asesinado en Uruapan, le dedicó unas palabras a la madre del sicario que mató a su marido, muerto también en la acción: valiente y generosa mujer, se adhirió a su dolor y evocó la virtud de los cuidados maternales en la crianza de los pequeños.
Muy bien, pero ¿no cabe también la posibilidad de que esa mujer, la progenitora del asesino, haya sido una pérfida arpía y el padre, si es que hubiere andado por ahí en algún momento, un miserable canalla?
Después de todo, este país rebosa de sanguinarios asesinos, miles y miles de ellos. ¿Vinieron de Marte?
Lo dicho, la descomposición social es absolutamente estremecedora en nuestro México.