Y pues sí, el aeropuerto de Santa Lucía tiene mejores pistas que la muy desvencijada terminal aérea de Ciudad de México. Es un mejor lugar para que aterrice el Air ForceOne, el colosal avión que usaba Obama (con perdón del antiguo TP-01 en el que viajaban Enrique Peña y su corte, que no se vende ni a precio de saldo y por el cual el erario sigue pagando un contrato de arrendamiento) y en el que se desplaza actualmente el señor presidente de los Estados Unidos en espera de que Boeing entregue, en 2026, las nuevas naves presidenciales, dos 747 que la corporación iba a venderle a una aerolínea rusa y que no fueron usadas porque la compañía quebró. El acondicionamiento de los aparatos va a costar 4 mil millones de dólares, por si quieren ustedes comparar precios.
Precisamente por eso, por el tema de unas pistas que no están lo suficientemente separadas como para permitir aterrizajes y despegues simultáneos, es que la capacidad del AICM ha llegado a un punto de saturación, más allá de que los edificios de las dos terminales se encuentren también en un estado calamitoso. No es ya un tema de puertas de embarque sino de la limitada cantidad de operaciones que se pueden llevar a cabo con tales restricciones del espacio aéreo.
Todo es simbólico en estos tiempos de decretada transformación y los ardorosos seguidores del oficialismo cacarean que el antedicho aterrizaje es algo así como la consagración universal del proyecto que acometió el Gobierno morenista para cancelar la construcción, en Texcoco, de un aeropuerto que no iba a ser el mejor del mundo –ahí están, para mayores señas, los de Pekín, Estambul y Doha—pero sí el mejor de Latinoamérica.
El asunto no es que el mentado AIFA haya sido elegido como punto de llegada por los otros dos mandatarios de la región norte sino lo poco atractivo que les resulta a los viajeros, a unos usuarios para los cuales tomar un vuelo luego de haber emprendido un trayecto de una, dos o tres horas –según el punto de la megalópolis en el que se encuentren— es muy fastidioso.
Entre otras cosas, nuestros primerísimos socios comercialesvienena eso, a promover inversiones productivas, no improductivas, y a hacerle ver al régimen de la 4T que los acuerdos celebrados no se cancelan sino que se respetan. Donde hayan aterrizado sus aviones es verdaderamente lo de menos.