Se avizora la luz al final del túnel. La mera existencia de vacunas —o sea, de remedios a la amenazante dolencia— es consoladora en tanto que rompe la maldición de la epidemia: ya no vamos a contagiarnos ni a enfermar ni a morir.
El tema, con todo, es que se apliquen las inoculaciones. Por lo pronto, en este país el número de vacunados es mínimo: pongamos que en el momento en que ustedes leen estas líneas ya se han inyectado 50 mil personas (la cifra, ayer lunes, era de 24 millares). Pues, miren ustedes, somos 126 millones habitantes. Esa es la dimensión del problema.
Naturalmente, es apenas el comienzo y las cosas cambiarán porque lo que está en juego no es únicamente la salud colectiva de los mexicanos sino el impacto que una estrategia fallida pueda tener en las elecciones de junio: el gobierno no solo está obligado a ser eficiente sino que tiene en sus manos la ocasión de sacar provecho y beneficios políticos de sus acciones. Podemos suponer que no dejará ir tan prometedora oportunidad.
En este momento, sin embargo, la situación sigue siendo muy complicada: enero será el mes con más contagios y más muertes. En muchas ciudades la capacidad hospitalaria está a tope y el número de decesos reales supera, con mucho, las cifras oficiales siendo, además, que los datos del Registro Civil no se pueden consultar en línea para poder, de manera empírica, establecer una relación entre el exceso de mortalidad —es decir, los fallecimientos ocurridos en relación con los esperados— y la letalidad de la epidemia.
Hay algunas informaciones: del 1º de enero a finales de octubre se estimaba que tendrían lugar unos 575 mil fallecimientos. No fue así: hubo 795 mil muertes, en números redondos. Es decir, 220 mil decesos más. Los funcionarios de nuestra administración exhiben una prudencia ejemplar: no conectan, de buenas a primeras, ese exceso de cadáveres con la aparición del virus.
Les tomará algún tiempo, dicen, hacer los estudios correspondientes para encontrar una posible relación causa-efecto. Mientras eso ocurre, podemos hacernos escalofriantes preguntas: ¿de qué pueden estar muriendo los mexicanos? ¿Tenemos otro virus aquí y nadie nos lo ha dicho? ¿Hay una enfermedad local que ningún otro país tiene?
En fin, ya vienen las vacunas.
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