Sigamos en estas líneas con el tema de la descomposición nacional, en abierta oposición al escenario presuntamente idílico que el escribidor garrapatea en su columna dominical. Y es que, miren ustedes, una cosa es lo político y otra muy diferente es la experiencia de lo cotidiano aunque estén relacionadas una con la otra. La visión positiva, por cierto, se deriva de que la violencia ha disminuido en el mundo, una constatación expuesta por el pensador Steven Pinker en uno de sus libros y de que, a partir de ahí, estaríamos viviendo, hoy mismo, en la mejor época de la historia humana. Esta realidad, paradójicamente, no es apreciada por millones de ciudadanos descontentos. Atravesamos, en paralelo, tiempos de profunda insatisfacción y, para mayores señas, 2019 fue un año marcado por violentos actos de protesta a lo largo y ancho del mundo.
La agitación social sería, precisamente, otra de las plagas que sobrellevamos en este país, junto al ruido, la suciedad, el desorden público y la fealdad de unas calles en las que se admiten toda clase de adefesios sin que a nuestras honorables autoridades se les ocurra mandar a algún urbanista para tratar de armonizar el entorno.
Cuando los articulistas se refieren a ciertos temas, se aparecen siempre lectores prestos a reconvenirlos por no tratar de los asuntos obligadamente tremebundos. Y, pues sí, a veces la cuestión de Ayotzinapa y las historias de las corruptelas de la gente de Enrique Peña dejan de estar en la agenda para abrir paso, como en estos momentos, a otros contenidos.
La denuncia es importante, desde luego, como una manifestación del pensamiento crítico aunque, al mismo tiempo, los partidarios de la 4T no admitan cuestionamientos y nos lancen, a quienes no comulgamos incondicionalmente con la causa, la acusación de que somos “chayoteros”.
En fin, volviendo a lo de las mentadas “epidemias” nacionales —una clasificación arbitraria, con perdón—, el hecho es que esas plagas le impiden al ciudadano de a pie el pleno disfrute, diría yo, de los espacios públicos. Es algo mucho más importante de lo que parece porque eso —el parque de la esquina, la plaza del pueblo o la avenida principal— es todo lo que tiene el citadino cuando no posee él mismo, digamos, un exuberante jardín en su mansión. Y justamente, está ocurriendo un progresivo deterioro de los bienes públicos en México, a pesar de los esfuerzos de los gobiernos municipales y de los proyectos que emprenden otras autoridades.
Las plazas y los jardines están siendo decomisados por los vendedores callejeros, para empezar, en lo que viene siendo una auténtica expropiación. Sabemos que es un problema social y estamos enterados del fenómeno de la economía informal. Pero el deterioro está ahí, a la vista, con los elementos añadidos del ruido y la suciedad. Y si a este escenario le sobrepones todavía otra confiscación, la que perpetran los manifestantes al bloquear y ocupar las calles que son de todos, entonces la experiencia de encontrarse con su ciudad le es negada al vecino. Triunfan así los centros comerciales como los nuevos espacios de esparcimiento. Quien lo diría.
revueltas@mac.com