Los apetitos son los de siempre, dinero y poder, aderezados, por ahí, de alguna exaltación carnal. El tema, sin embargo, no es confirmar la avasalladora potencia de las pasiones humanas sino dirigir la mirada hacia otro elemento, muy presente también en el inventario, a saber, la hipocresía.
La práctica de la mentira es consustancial al ejercicio de lo público. Eso ya lo sabemos: entre promesas, ofrecimientos, deliberados escamoteos, encendidas retóricas y la asfixiante demagogia, la verdad rara vez asoma la cabeza y la única manifestación de lo real sería, en todo caso, unos resultados que rara vez corresponden al utópico escenario que el responsable de turno esbozó cuando procuraba los favores de los votantes. Más bien, la falta de logros es lo que se oculta tan cuidadosa como deliberadamente.
Hablando de fabricaciones, el capitalismo, así de cruel como pueda llegar a ser, se acerca mucho más a nuestra condición natural en tanto que reconoce abiertamente el deseo de lucro, el impulso de atesorar que tiene la gente, la competencia con los congéneres y la aspiración, perfectamente legítima, de poseer más cosas que los demás.
Ahí es donde comienza a torcerse el asunto porque la doctrina socialista de los de enfrente pretende inocularle al individuo una suerte de personalidad más elevada, por así decirlo, un desprendimiento personal que entraña, de entrada, una renuncia a instintos señaladamente bajos como la codicia, la usura y el nativo egoísmo de quien aspira, digamos, a tener un buen coche, una lujosa mansión o a disfrutar de glamorosos viajes.
Lo primero que hacen esos mentados colectivistas, entonces, es dictar muy severas prohibiciones invocando una opresiva moralidad: ganar dinero es malo, el empresario es un explotador, los ricos son deshonestos, todas las fortunas son mal habidas y, ante tan infausto panorama, papá Estado es quien tiene que intervenir para adecentar la vida pública y limpiar la casa.
Es una escalofriante forma de control, si lo piensas, y lo primero que ocurre es que los encargados de la tarea, encumbrados como paladines revolucionarios y salvadores del pueblo, se arrogan desmesuradas facultades y privilegios. Lo estamos viendo ahora, aquí mismo: los patricios de doña 4T pregonan austeridad y rectitud. Pues, miren, se dan la vuelta y son tan corruptos como cualquiera de los ambiciosos que tanto condenan. Hipocresía pura, se le llama a esto.