Hablando de la inmarcesible gesta histórica que pretende estar protagonizando el régimen de doña 4T y reduciendo esa hazaña, ya en los hechos, al mucho más pedestre ámbito de los resultados concretos, si los encargados de consumarla pudieren resolver meramente el tema de la escalofriante violencia que padecemos en este país entonces merecerían, ahí sí, que se erigieran monumentos y capitolios para que quedara debidamente eternizada su llegada al poder.
Estamos hablando, sin embargo, de una empresa tan colosal que inclusive una Administración pública primermundista —o sea, no la que tenemos sino la que se necesitaría para acometer la tarea— se encontraría de entrada con los más formidables obstáculos.
La podredumbre del aparato de justicia es el primer estorbo que se dibuja en el camino. ¿Se puede llevar a cabo el saneamiento de los Ministerios Públicos, crear una policía científica que realice investigaciones exactas y confiables, multiplicar los cuerpos policíacos para alcanzar los niveles de seguridad que necesita la población a lo largo y ancho del territorio nacional, garantizar procesos justos y expeditos, asegurar que las cárceles no sean centros en los que se perpetúan las vocaciones criminales y, entre tantas otras asignaturas pendientes, combatir de manera eficaz a los delincuentes utilizando la fuerza legítima del Estado?
Cada uno de estos puntos necesitaría de acciones muy claras y decididas, por no hablar de los ingentes recursos que se requieren y que en estos momentos no se están destinando a atender el problema más urgente y apremiante que tenemos en México y que es precisamente el de la brutalidad criminal.
El Tren Maya y la refinería que se ha edificado en las tierras tabasqueñas no son en manera alguna obras prioritarias en un país que sobrelleva parecidos niveles de inseguridad. Imaginemos, justamente a propósito de los asuntos que debieran importarle de verdad a nuestros gobernantes, que los dineros del erario malgastados en la terapia intensiva que reclama Pemex —siendo, de paso, que todas las corporaciones petroleras mundiales están obteniendo extraordinarias ganancias justo en estos momentos— pudieren ser dedicados al sector de la justicia y que las cosas comenzaran entonces a componerse. Un sueño, estimados lectores, que nos confronta, a la vez, con un escenario que nos resulta devastador en tanto que México sí tiene esos recursos: están ahí, listos para transformar nuestra patria y convertirla en una realidad luminosa.
Pero, no: cuentan más los principios doctrinarios de un régimen enfrascado en la lógica estatista y ensimismado en su trasnochada retórica. En lo que toca a los “abrazos”, miles de escuelas no tienen agua potable ni electricidad. El destino de los niños más desamparados de esta nación podría también cambiar si el cacareado “humanismo mexicano” fuera una sincera preocupación de los morenistas en vez de simple letra muerta.