La prensa canadiense reconoce, sobre todo, el trabajo de Matías Almeyda: hablan de que el hombre dispuso una línea defensiva extremadamete eficaz y de que supo neutralizar a un equipo… mejor. En momento alguno le conceden a Chivas una condición de superioridad aunque, en lo que toca a los desempeños individuales, los comentaristas alaban a Orbelín Pineda y destacan que Miguel Jiménez tuvo una gran noche (en oposición a Alex Bono, el guardameta del Toronto FC, que hubiera podido, dicen, detener el proyectil que lanzó Alan Pulido.
Pues bien, aquí viene la gran pregunta: ¿qué le ha pasado a Almeyda en la Liga MX? ¿Cómo es que un técnico tan perfectamente capaz de plantarle cara al equipo más recio de la competición —y eso, con una plantilla disminuida por lesiones y tarjetas— no logró levantar cabeza en el torneo local?
Misterios del futbol, señoras y señores. Cosas que no se entienden y que resultan de factores tan elusivos como difíciles de precisar. Si Almeyda gana el partido de vuelta, jugado en casa ante sus seguidores y en un escenario realmente magnífico, se volverá el personaje más querido de Guadalajara. Digo, durante algunas semanas, por lo menos, hasta que la dura realidad del próximo Apertura comience a pasarle factura (o no, qué caray, nunca se sabe).
Ahora bien, la vida da tantas vueltas —que diga, el balompié es tan impredecible—, que todo puede todavía ocurrir: miren ustedes, si no, lo que le pasó a ese Madrid anestesiado por su victoria en el partido de ida que, de no ser por un penalti del que los aficionados —la tifoseria della Juventus Football Club, en la deliciosa lengua italiana— seguirán hablando durante generaciones enteras, hubieran muy probablemente afrontado una derrota histórica si afrontan las durezas de los tiempos extra. Y del retorno de ultratumba del Barça ante un Paris Saint-Germain empequeñecido ni hablemos para no anticipar posibles catástrofes.
Tal es, en todo caso, la coyuntura que afronta Almeyda en estos momentos. Héroe de último momento o, caramba, villano sacrificado en el altar de los que, habiendo dibujado la esperanza del paraíso en el horizonte, terminan por irse con las manos vacías. Y no estamos hablando, en manera alguna, de un tipo incapaz. Al contrario, es un señor entrenador. Pero en el futbol no hay justicia. Mandan los resultados, nada más.