Deportes

El Super Bowl ya nos fascina a todos

Es un deporte de ellos y lo seguimos nosotros. Bienvenidos a la globalización, señoras y señores. Pero, bueno, lo del futbol americano lleva ya buen tiempo de haberse enraizado en estos pagos. ¿No es un gran clásico local el encuentro entre los Burros Blancos del IPN y los Pumas de la UNAM? Ya se jugaba… ¡en 1936!

Pero, justamente ¿cuándo fue que sacralizamos, en este país, algo tan ajeno a “lo nuestro” y, como diría uno de los politicastros priistas de mis tiempos, a partir de qué momento nos dejamos influenciar por “costumbres venidas de fuera, ajenas a nuestra idiosincrasia y que nos adocenan” (un paréntesis, amables lectores: así hablaban los tricolores –de hecho, los únicos políticos existentes en las doradas épocas del nacionalismo revolucionario—, con un lenguaje espontáneamente florido, derivado de su natural propensión a la cursilería y aderezado, también, de la solemne y provinciana pedantería que acostumbran los ineludibles “licenciados” que pueblan, desde siempre, nuestra vida pública; en lo que toca al verbo “adocenar”, hube de consultar de inmediato el diccionario y a partir de ahí supe lo que significa pero jamás lo había yo garrapateado en ninguno de mis intrascendente artículos)?

No debería yo siquiera insinuarlo, en mi condición de escribidor a sueldo de temas deportivos, pero el mentado futbol “americano” solía sacarme urticaria y apenas ahora me he dejado llevar por la curiosidad de saber de qué va el tema. Lo que ocurre es que en casa éramos comunistas, oigan, y mi niñez la pasé engatusado con las historias de Laika –una “perra espacial soviética”, como la define Wikipedia— y de Yuri Gagarin, el primer ser humano en haber viajado al espacio y completado una órbita de la Tierra.

Mi padre entonaba con emoción La Internacional –el himno de los trabajadores del mundo entero— y yo lo secundaba como podía aunque nunca logré pasar de la primera estrofa: “¡Arriba, víctimas hambrientas!”. Deducirán ustedes, entonces, que en parecido entorno no se justipreciaban ni remotamente las posibles hazañas deportivas de los “yanquis” –emisarios directos del aborrecido imperialismo— y que un sujeto de tal manera aleccionado comenzaría su camino por el mundo atiborrado de prevenciones, parcialidades y prejuicios. Entre ellos, pues sí, una declarada alergia al antedicho deporte.

Es curioso, esto de rechazar las culturas extrañas y sus diferentes manifestaciones, porque ese futbol –el soccer— que tanto disfrutamos cada fin de semana y que tan fervientemente seguimos no es invención azteca (sí, los mexicas y los mayas tenían un juego de pelota pero el football de ahora no se deriva de ahí) como tampoco lo es el béisbol (si se fijan, ya hemos castellanizado totalmente la palabra); el cricket que se juega en Pakistán y en la India se inventó en Inglaterra en el siglo XVI; y, bueno, el rugby es muy popular en la Argentina.

O sea, que se detenga hoy el planeta entero para glorificar el Super Bowl. Y, ya inmersos hasta el pescuezo en la globalización, dejemos de promover el trasnochado nativismo de los nacionalistas. Que nos “adocenen”. No importa. Después de todo, Fidel Castro era un fanático del béisbol, un juego desaforadamente yanqui. Ah, y AMLO es también un gran aficionado. Así que…

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Román Revueltas Retes
  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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