Cultura

Nietzsche, la música y los covers

En La gaya ciencia, de 1882, Friedrich Nietzsche escribió que no son únicamente los acontecimientos los que se repetirán de manera exacta, sino también los pensamientos, los sentimientos y las ideas en una vuelta incesante: la teoría del eterno retorno, según la cual las personas que conocemos volverán a estar presentes, lo mismo que los animales, las plantas y las cosas; todo ello volverá con las mismas propiedades, en las mismas circunstancias y comportándose de la misma forma. Si la teoría de Nietzsche es cierta podría estar materializándose en el mundo de la industria del entretenimiento —sobre todo en la música y el cine— desde hace varias décadas.

Nietzsche fue autor de unas setenta obras musicales que no gozan de la misma popularidad de Así habló Zaratustra, El Anticristo o de Más allá del bien y del mal. Son canciones románticas, algunas inspiradas en textos de escritores como Alexander Puschkin y Lou Andreas–Salomé, esa hermosa franco–rusa de la que nuestro compositor se enamoró furiosamente.

Paulina Rivero Weber, filósofa mexicana y compiladora de la obra musical de Nietzsche, dice que ésta tiene una influencia “muy fuerte de Wagner, Schumann y Mahler” y que los temas que ocuparon su pensamiento también están presentes en esas melancólicas composiciones, como en El lamento del héroe: “La metáfora del héroe en el alma es un poco la idea de que todos llevamos un héroe o una heroína adentro para poder lidiar con la vida”, dice Rivero Weber, productora del disco Nietzsche: su música (UNAM, 2001), con dieciséis piezas.

La conjunción de música popular y filosofía no ha sido muy frecuente, pero cuando se encuentran los resultados son memorables, como puede verse en el trabajo de Santiago Auserón al frente de Radio Futura, en el de Elvis Costello y el Cuarteto Brodsky o en canciones de Bob Dylan, John Lennon y Ute Lemper. Lo más común es que la música popular de cualquier género trate temas de la vida cotidiana con ligereza, muy lejos de la gravedad de las composiciones de Nietzsche.

La música prehistórica, de acuerdo con eminencias como Rousseau, Herder, Spencer y Bücher, nació de la prolongación y elevación de los sonidos del lenguaje y de la percusión corporal, antes de la fabricación de los primeros instrumentos musicales. La etnología musical y la musicología comparada han deducido que los primeros cantos y ritmos estaban vinculados al trabajo, a los rituales religiosos y al cortejo amoroso. No muy distinto de como es ahora.

Octavio Paz pensaba en las multitudes de los conciertos de rock como una especie de comunión religiosa, con un sacerdote que oficia en el escenario. Puede suponerse que los ritmos y cantos primigenios se repetían de comunidad en comunidad, imitando el sonido de las piedras al tallarlas, de la madera al trozarla, el aullido de los lobos, el trino de las aves y hasta el silbido del viento, hasta alcanzar con el tiempo mayores grados de complejidad. Si hubo grandes hits en las llanuras africanas hace sesenta mil años jamás lo sabremos, lo cierto es que a medida que los grupos humanos se separaban, la música se diversificaba. Son muchos los músicos occidentales que se han apropiado —o plagiado— ritmos regionales de África, Asia, América y Oceanía para incorporarlos en su producción.

Nunca antes en la historia se había escarbado tanto en el pasado para extraer materiales que pudieran reciclarse con facilidad y venderse a las nuevas generaciones. El crecimiento exacerbado del mercado bien pudo haber ocasionado un agotamiento de la originalidad, razón por la cual se ofrecen a la venta productos fácilmente digeribles por consumidores poco educados o exigentes. Los resultados dependen del talento y la honestidad o de la impericia y vulgaridad de quienes hacen versiones nuevas de éxitos anteriores o que se arriesgan a componer los propios. El mercado es veleidoso y para cada segmento hay oferta y demanda, aunque ciertamente los más vendidos son aquellos que repiten fórmulas musicales ya muy probadas.

Hay en todo el mundo extraordinarios imitadores de los Beatles o de ABBA y feroces trituradores de piezas que deberían estar a salvo de cretinos caprichosos. Esto no es posible y, como en la novela de Orwell, la historia de la música se reescribe cotidianamente. Es posible que muchos jóvenes jamás lleguen a conocer las canciones originales de Pink Floyd y en cambio disfrutan de trasuntos débiles y fragmentarios —jamás conocerán un álbum conceptual. Creerán que escuchan por primera vez una tonada pegajosa que al día siguiente cambiarán alegremente por otra, muy posiblemente otro cover. Felices ignorantes, pensarán que David Bowie fue autor de un solo éxito. A ver si a alguien se le ocurre, por lo menos, hacer un cover decoroso de alguna pieza del Loco de Turín. Hacer del eterno retorno algo menos aburrido. 



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Rogelio Villarreal
  • Rogelio Villarreal
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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