La mitad de los cinco años que Nayib Bukele lleva en la presidencia han sido de excepción. Es decir, con contrapesos y libertades civiles acotadas, estado de emergencia declarado y poderes ejecutivos extraordinarios. Con algo de razón: el país llevaba décadas en ruinas, maniatado por la violencia de la Mara Salvatrucha, Barrio 18 y otras pandillas que se habían convertido en las dueñas de la vida, la muerte y los bienes de los ciudadanos salvadoreños.
Bukele, sin embargo, no es el cacique añoso, mujeriego y panzón caricaturizado tan profusamente en las páginas de nuestro realismo mágico latinoamericano. Joven publicista de apariencia moderna y versado en el manejo de las redes sociales, el hoy por segunda y anticonstitucional vez presidente salvadoreño más parece modelo de camisas o de coches de lujo que un dictador en ciernes. Las constantes violaciones al debido proceso, la defenestración de cinco ministros de la Suprema Corte que se oponían a legitimar su reelección, el acoso a la prensa, a las instituciones críticas y al poder Judicial, y su histrionismo mesiánico —no olvidemos que cuando fue alcalde de la capital Bukele nombró “Hijo Distinguido” de la ciudad a Naasón Joaquín García, y que en los días entre el festejo que la crema y fango de México le brindó al abusador confeso en Bellas Artes y su arresto en el aeropuerto de Los Ángeles, García hizo una escala en San Salvador para recorrer con todos los honores el sitio donde se construye su Hermosa Provincia en esas tierras— no le han hecho la menor mella: su popularidad nunca ha bajado del 80 por ciento, y su partido, Nuevas Ideas, ha aniquilado por igual a la izquierda verbosa pero inútil del FMLN y a la derecha rancia de Arena, llevándose 58 de 60 diputados en la Asamblea y garantizándole un segundo periodo con fiscal a modo, juristas afines y la continuación de sus poderes irrestrictos.
Ahora bien, ¿cómo reclamarle ese voto casi ciego a una madre que ha dejado de ver la belleza de sus hijas como maldición, porque la violación no será necesariamente su futuro impune e inevitable? ¿Qué decirle al joven que ya no se verá obligado a elegir entre migrar, unirse a una pandilla o ser asesinado? ¿O al profesionista que ya no debe sudar para pagar la extorsión?
El problema es que Bukele, quien se asume como el salvador de la patria por haber rescatado a sus ciudadanos de la violencia y del horror, ha sido premiado por sus votantes con poderes absolutos a pesar de su flagrante desprecio por la democracia y la ley y, ¿qué van a hacer éstos cuando el presidente use sus facultades irrestrictas para otros asuntos, unos que quizá no le resulten tan benéficos a la gente de a pie? ¿Qué pasará cuando reprima o censure a periódicos, desmantele instituciones necesarias, cuando amigos y parientes corruptos se chupen el presupuesto público protegidos desde palacio o cuando se emperre en proyectos de vanidad onerosos y destructivos?
Los salvadoreños están felices porque eligieron a un tigre. Ojalá no lo lamenten cuando éste se les voltee para devorarles la cara.