Política

El bosque que se hunde

El cambio climático nos trae una historia de terror mexicana. Sucede en un pueblo tropical, tabasqueño, localizado a tiro de piedra de donde algún día yacerá la refinería de Dos Bocas que, además de ir con un año o más de retraso, y de costarnos más del doble de lo presupuestado, se ha visto forzada a parar y a reedificar una y otra vez por verse anegada cada que caen lluvias sustanciales en la zona. Es decir, a cada rato entre noviembre y marzo, la temporada de tormentas.

Como en coro griego, múltiples expertos en ingeniería, topografía y ecosistemas advirtieron que esa refinería sería inviable no porque el futuro de los combustibles fósiles es tan prometedor como el de los pájaros dodos, sino por situarse en un paraje con alto riesgo de inundaciones y de erosión marítima. Pero López Obrador no es hombre que escuche razones ni admita yerros, así que, como Sísifo, Rocío Nahle, ex secretaria de Energía y nominalmente responsable de la obra, ha debido levantar el sexenio entero una y otra vez las plataformas ahogadas y los cimientos arrasados por las corrientes.

Los cerca de 400 habitantes del pequeño pueblo de pescadores llamado El Bosque, a 85 kilómetros de distancia de la refinería, no gozan de esos privilegios. En 20 años el Golfo de México ha mordido cerca de un kilómetro de sus costas para llegarle al pueblo, literalmente, a los aparejos. Las grandes tormentas cada vez menos atípicas de los últimos 5 años le han dado a El Bosque el tiro de gracia: más de 60 casas, la escuela, la municipalidad y la clínica, es decir, la mitad de las construcciones existentes, han sido devoradas por el mar. Los niños allí, huérfanos de aulas desde diciembre pasado, son llevados a las escuelas de los pueblos cercanos. Los que no pueden hacer el viaje apenas completan un par de horas de clase a la semana en cobertizos que, ante la inopia del gobierno local, han debido levantar los pobladores a la buena de Dios. Quienes han perdido sus casas entre las aguas se refugian en chozas similares, se han ido de El Bosque para siempre o viven hacinados en la iglesia del pueblo.

En febrero de este año, luego de haber sido ignorados una y otra vez por el gobernador morenista Carlos Merino, una comitiva de pobladores llegó hasta la mañanera a implorarle al Presidente que los auxiliara. López les dijo que claro que sí, que serían atendidos, que se les permitiría refundar el pueblo en algún sitio más alto. Es fecha que no solo no reciben tierras, sino siquiera ayuda para sobrevivir los cada vez mayores embates del mar. Más o menos mismo sucedió con los habitantes de las tierras bajas tabasqueñas, la mayoría indígenas y pobres, cuyos pueblos fueron arrasados por el agua cuando, en noviembre del 2020, López Obrador ordenó abrir la presa Peñitas para protegerla de un desbordamiento y para evitar que Dos Bocas se anegara más. El Presidente sobrevoló el área, mandó repartir agua y comida un rato y luego, que les vaya bien a todos. Porque, ya saben: primero los pobres.

Que nadie se sorprenda: si López Obrador ha dejado a México completamente desprotegido ante los embates del narco, cuantimás lo dejará ante el cambio climático.


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Roberta Garza
  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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