En un anuncio más cantado que día de las madres López Obrador decidió no asistir a la Cumbre de las Américas, en curso desde ayer y por el resto de la semana, enviando en vez a su canciller que, para todo fin práctico, se ha convertido en el puente entre la cámara de ecos del interior del Palacio y el resto del mundo.
El anfitrión de cada cumbre puede invitar o desinvitar a quien se le dé la gana, aunque las 34 naciones que se turnan la sede sólo pueden ser las que componen la Organización de Estados Americanos (OEA), de donde Venezuela y Nicaragua pidieron recientemente salir y de donde Cuba fue excluida desde 1962, año en que el presidente Kennedy implementó el embargo bajo la cantata de contener el marxismo-leninismo en el continente luego del desastre de Playa Girón. En ese voto se abstuvieron Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador y México, aunque luego todos, con la excepción de nuestro país, pasaron a romper relaciones diplomáticas con la isla.
La primera Cumbre como tal se llevó a cabo en Miami, en 1994, y su declaración de principios se anunció así: “Pacto para el Desarrollo y la Prosperidad: Democracia, Libre Comercio y Desarrollo Sostenible en las Américas”. Desde entonces Estados Unidos no había vuelto a servir de anfitrión, hasta hoy, cuando lo hace desde Los Ángeles. La decisión de la administración de Joe Biden de excluir a regímenes antidemocráticos y violadores de los derechos humanos —Cuba, Venezuela y Nicaragua— puede sin duda ser vista como hipócrita, pero en modo alguno es ilegítima o siquiera original: Cuba rara vez ha sido invitada de manera plena, sin cortapisas —digamos, sin comes y te vas—, y en 2018 los peruanos le retiraron lisa y llanamente la invitación a Nicolás Maduro.
Con todo, nuestro Presidente no iba a desaprovechar la magnífica ocasión de ponerse por enésima vez del lado equivocado de la historia, comprando a cambio de nada un pleito moralmente insostenible y oneroso para México: de no ser invitados todos, amenazó con no asistir. Ni tardos ni perezosos le hicieron eco Bolivia, Argentina, Honduras y el resto de las venas abiertas pero, eso sí, al final la mayoría acudió, menos López Obrador, quien en realidad nunca tuvo la intención de presentarse porque, lo sabemos, sólo se siente a gusto cuando mira de arriba hacia abajo a sus corifeos pagados.
En su pequeñez nuestro Presidente desaprovechó, una vez más, la oportunidad de sentarse a la mesa de los adultos y, por qué no, la posibilidad de discutir públicamente, entre otras cosas, la toxicidad histórica de las políticas de Washington hacia América Latina. Pero lo suyo no son las ideas, el diálogo o la construcción de acuerdos, sino los berrinches y las bravuconadas que hoy han alineado a México con tres países empobrecidos, represores y marginales. Quizá sea mejor así; para nadie es un secreto que, aunque la presencia del mandatario hubiera sido más lucidora para la Casa Blanca, los negociadores sobre la mesa prefieren contender con Ebrard, quien cuando menos no se siente el gran campeón cuando ensucia los manteles.
@robertayque